"Negro de mierda", le espeta un jugador a un rival, afirma el insultado, sin que en principio nadie más se percate alrededor. Se lo repite al punto que lo desquicia. El entrenador del insultado intuye que algo ha sucedido y se informa. Advierte al árbitro que su equipo abandonará el pabellón si el insulto se repite. El árbitro se mantendrá vigilante en lo que resta. El partido se completa sin nuevas incidencias. El padre, cuando su hijo le relata lo sufrido, expresa su desazón en Twitter: "Qué pena más grande...". Todo ha sucedido en un partido federado de baloncesto de la categoría alevín, entre niños de 10 años.

El partido se estaba desarrollando sin problemas aparentes. Ya que de la categoría alevín, el tiempo se divide en seis parciales. Justo antes de que concluya el tercero, al borde del descanso, uno de los jugadores de color del equipo visitante intenta robar un balón y golpea sin querer el rostro de un contrario, que se queda llorando. Un lance sin más. El parcial concluye. El entrenador visitante reclama que su equipo se congregue en el descanso. Es entonces cuando percibe que su jugador se encuentra especialmente nervioso.

El entrenador aparta al joven del corrillo para poder hablar con tranquilidad. Quizá atribuya al último lance el desasosiego del niño, que rompe a llorar.

- ¿Qué te ha pasado?-, le pregunta.

"Entiendo que debe haber sido algo muy grave", relata el preparador, aunque en realidad no se espera lo que el chico, al cabo de un minuto, calmando sus vacilaciones e hipidos, acierta a revelarle:

- Un rival me ha estado llamando negro de mierda.

"No entendía nada, se sentía frustrado", describe el entrenador, que se dirige de manera inmediata al árbitro.

- Mira, ha pasado esto. Si vuelve a suceder, que sepas que nosotros nos vamos de la pista. Me es indiferente lo que pase con el resultado. Nos vamos porque no lo voy a admitir.

- Yo no puedo hacer nada porque no lo he escuchado-, le contesta el árbitro. -Pero no te preocupes que estoy pendiente y si yo lo escucho, suspendemos el partido y nos vamos todos directamente.

El entrenador visitante reúne a sus jugadores antes de que se reinicie el encuentro. Son dos sus jugadores de color.

- Si en cualquier momento del partido vuelve a suceder que os digan negro de?, me avisáis y nos vamos del partido.

"Eso sí se lo dije delante de todo el equipo, para que todo el mundo fuera consciente del porqué", indica. También el árbitro conversó con el jugador insultado:

- Lo primero que tienes que hacer es hablar conmigo y ya paro el partido directamente.

El encuentro se completa. Pero el entrenador visitante no deja de atormentarse en el banquillo. "Para mí el problema no es ni el niño que insulta, que no deja de ser una traslación de lo que ve en casa. Es ese odio visceral hacia algo, que no entiendo. Era un partido de baloncesto, nada más".

Son instantes de zozobra, de duda sobre la eficacia del deporte que ama en la transmisión de valores. Un último acontecimiento lo reconcilia con el baloncesto. El mismo niño de color se hace daño en una entrada a canasta. Sus diez compañeros acuden a atenderlo,

- ¿Tú eres médico? ¿Tú eres enfermero?-, bromea el técnico con sus discípulos.

"Se miraban como diciendo: es que estaba en el suelo. Es lo que me hace recuperar la fe. Salieron todos corriendo", celebra. Atribuye la acción "al sentimiento de grupo. Habían escuchado que había pasado algo, lo que yo había dicho si volvía a haber un insulto racista. Percibían que había llorado. Estaban muy pendientes de la situación. Cuando de repente se cayó, fueron los diez como si fuesen a salvarle la vida".

Los padres del agraviado habían contemplado el partido desde la grada, conscientes de que el entrenador y el árbitro habían tenido que charlar con su hijo, pero sin saber exactamente de qué. En el viaje a casa, cuando el pequeño se lo cuente, su progenitor volcará su enfado en Twitter. La Comisión Galega de Control da Violencia no Deporte, dependiente de la Xunta, ha contactado con él para preguntar por lo sucedido.