Jonás Souto ha sido designado deportista del año en Ibiza. Nadie le discute el nombramiento, pese a sus tiernos 18 años. El título mundial júnior en bola-9 convierte a este billarista en el primer pitiuso de cualquier deporte y edad que conquista un cetro universal. Éxito ibicenco, de sangre gallega. Souto nació en Pontevedra y es hijo de vigués. A la ciudad olívica regresa en cada periodo vacacional por ver a su padre y a sus hermanos. Ser familia es a veces una carambola afortunada.

Los padres de Jonás, Pedro y Loli, se separaron cuando apenas había dejado de gatear. Loli se trasladó con el pequeño a Ibiza. Jonás aprendió a jugar al billar en el bar que poseía la nueva pareja de su madre, aupado sobre una caja de cervezas para alcanzar la mesa. Un genio precoz para cualquier ojo atento. En 2013, con 12 años, acudió a su primer Campeonato de España de la categoría júnior. Pese a la diferencia de edad con la mayoría de sus rivales, cosechó una plata y un bronce. Sucedió en Murcia, en cuyo centro de alto rendimiento residió durante un tiempo. Desde entonces ha conquistado diez títulos nacionales en bola-8 y bola-9. La cosecha internacional se inició en 2018, con dos bronces y dos platas en el Europeo. Una progresión que coronó el pasado mes de noviembre en Chipre. Para lograr el título en el Campeonato del Mundo júnior, dos semanas antes de cumplir la mayoría de edad, tuvo que batir entre otros a dos rivales que ya ejercen como profesionales.

A Chipre viajó sin ninguna supervisión federativa según denuncia su padre, Pedro, que sí lo pudo acompañar al Europeo en Eslovenia. "Los rusos o los holandeses iban con diez o doce jugadores, más un técnico. ¿Quién se encarga de gestionar sus problemas si le pasa algo, si se pone enfermo o si pierde el pasaporte o el DNI?". Jonás ya acumula sellos en su arcón de viaje. La competición le ha llevado cruzando fronteras a Albania, Holanda, "un montón de sitios". Pero ninguna experiencia previa alivia la angustia paterna, incluso pese al éxito. "Ganó y estaba él solo allí, no tenía a quien abrazar".

Abrazos le sobran a Jonás en Ibiza y en Vigo. La ruptura de sus padres y la distancia no han deteriorado el amor, aunque haya que esforzarse en los desplazamientos. A Galicia viaja cada Semana Santa, Navidad o verano. "Ahora viene menos, antes venía siempre", matiza Pedro, con el rezongo de los padres maduros a quienes los hijos adolescentes se les van escurriendo entre los dedos. En los planes de Jonás, sin embargo, no afecta tanto el ansia de independencia como la agenda deportiva. "A mitad de verano le suele cuadrar el Campeonato de Europa".

Pedro no es la única razón que tiene Jonás para frecuentar Vigo. Su padre se ha vuelto a casar. Manuel y Pedro, de 9 y 6 años, son sus hermanos. "A Jonás le hace ilusión verlos. Ellos flipan, lo ven en la tele, en el periódico... Y aunque no fuese jugador, sería igual. Siempre están deseando que venga".

Jonás ha acabado la ESO. Sigue estudiando. Empezó el año pasado un ciclo de electrónica, que no le ha entusiasmado. Está preparando el acceso a un ciclo superior. El billar, pese a la exigencia en material, viajes y torneos, constituye de momento una afición o en todo caso una inversión de futuro. "El Consell Insular le da ayudas y gracias al título mundial ha conseguido algún patrocinio de marcas de tacos. Algo gana. Pero no es profesional, qué va? Me encantaría, pero en España no será, no da para comer,. Tendría que ser en Estados Unidos", se lamenta Pedro.

Jonás matiza: "Se puede también aquí, pero en Estados Unidos es más fácil. Ya se verá. Pasaré un par de años más en España. Tiempo al tiempo, no hay prisa". Respecto a su situación actual, comenta: "La federación más o menos hace lo que puede, podría dar más. Al ser minoritario es un deporte muy caro, hacen falta muchas ayudas. La gente solo sabe del billar porque echa un euro y se divierte. La competición es otro mundo, impresionante".

El joven está agotando estos últimos días navideños en Vigo, que ha dedicado a lo prioritario: "Mi padre, su mujer, mis hermanos... A disfrutar con ellos". Pero el billar, como cualquier deporte en un elevado nivel de exigencia, le ha obligado a buscar un sitio adecuado para mantener el ritmo de entrenamientos. "Antes, cuando venía, me pasaba dos semanas o tres sin jugar. Llegaba otra vez a entrenar y me sentía raro. No tenía el mismo tono. Necesitas por lo menos dos sesiones a la semana, estando de vacaciones, pero yo entreno cada día".

A Pedro, que se proclama "futbolero" y nada sabe de billar, más que alguna aproximación "esporádica", le costó al principio encontrar esas instalaciones que su primogénito requería. El Manhattan, club con sede en la cafetería Yacaré, le ha resuelto el problema. "Poseen cuatro mesas buenas. Dicen que ahora el billar va para delante en Vigo".

Jonás afronta atractivos retos en 2019. Viajará a Nueva York en noviembre para participar en la Atlantic Challenge, la competición más prestigiosa en edad júnior, que enfrenta a los cinco mejores del escalafón europeo con los cinco mejores americanos. Será su debut en tierras estadounidenses, las de promisión por historia o mística cinematográfica, ya que Jonás retruca: "El pool europeo es hoy en día mejor".

Pero su cita más inmediata le ilusiona casi igual, en esta orilla. El Manhattan vigués y el C.B. Teo, centro neurálgico del billar gallego, organizan entre el 30 de enero y el 2 de febrero un clasificatorio para el Mundial sénior de Las Vegas. "Cualquiera se lo puede llevar. Habrá mucha gente muy buena, pero habrá que intentarlo", conviene Jonás, que por primera vez podrá competir en Galicia. "La familia podrá ir a verme. Será un orgullo".