Una comparación individual que retrata la disparidad colectiva: Silvia Navarro, gloria del balonmano español, sentada en el banquillo durante la segunda mitad, sufriendo mortificada cada parada de Carratu. La portera local superó a la visitante con tanta nitidez como Prades a Santana en el planteamiento táctico y su Mecalia a su Rocasa en igual medida. Monumental victoria del cuadro guardés, que disipó las dudas generadas por el peor arranque en época reciente.

Es otro Mecalia, ya sin Carrera, Doiro o Espiñeira, abrumado por un horizonte que el presidente no vislumbra más allá del próximo verano. Un Mecalia con dos derrotas y una sola victoria, caído además ante el Granollers en su Sangriña antes invulnerable, desmoronados los muros de la patria mía, ante un Rocasa campeón vigente e imbatido. Pero se hizo la luz de repente y fue otra vez 2017. Que nunca se ha ido del todo porque el Mecalia Guardés posee la genética competitiva y Prades se la refresca cuando se necesita.

El partido fue una obra perfecta desde el inicio, sin apenas descansos o fisuras. El Rocasa jamás estuvo por delante y no hubo más empate que el 0-0 inicial. La paciencia laboriosa que inculca el técnico petrerí se impuso al vértigo agresivo de su homólogo canario. El Mecalia arropó a una excelente Carratu con un 6.0 antibalas. En ataque, las guardesas se mostraron versátiles, encadenando cruces por el centro para culminar en segunda línea, igual con la pivote que con las extremos. Al Rocasa, en cambio, le fue venciendo la impaciencia. No funcionó el 6.0 de la primera mitad como tampoco el 5.1 de la segunda y cuando el Mecalia perdonó, siempre en ocasiones claras, a las canaras las comió la impaciencia y quizás el miedo de saber que el Mecalia ha despertado.