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El dolor de la memoria

Floriano Fernández, fundador del Vigo, y jugadores de las primeras épocas lamentan que se les ignorase en el 50º aniversario

Kike de la Fuente, Rafa de la Fuente, Carlos Falagán, Floriano Fernández, Camilo Rodríguez, Hevia, Fernando del Río, Yago Puelles y Luis Iglesias, en el patio de Maristas. // Marta G. Brea

Se congregan en el patio de Maristas, a la llamada de Floriano Fernández, igual que hace medio siglo; el fundador del Club Vigo Voleibol ha convocado a jugadores de la protohistoria del club y a otros, como los hermanos De la Fuente, que alimentarían su gloria después. Un reencuentro para refrescar la memoria; también para manifestar su dolor por considerarse excluidos de la fiesta oficial del 50º aniversario, celebrada la pasada semana por la directiva que preside Guillermo Touza. Heridas que nunca han cicatrizado.

Muchos de ellos conocieron el Club Vigo Voleibol antes de su rebautizo. Nació para el balonvolea como El Pilar, en el colegio marista, auspiciado por el hermano Miguel, a quien todos añoran. El religioso los alimentaría con bocadillos de atún después de los entrenamientos. Sisaría las magras ganancias de la cantina para financiar los viajes a los partidos. Con el tiempo ayudaría a realizar fichajes como el del lucense Fernando del Río, cuya matrícula en la Escuela de Comercio facilitó. Su premio fue la devoción de aquellos jóvenes, que lo visitarían en A Coruña cuando fue trasladado y cuyos hombros trasladaron su féretro.

Si el hermano Miguel inspiró el nacimiento del equipo, Floriano Fernández lo edificó. "Era entrenador, psicólogo, fisioterapeuta y jugador", recita Camilo Rodríguez. También el reclutador. Las primeras camadas procedían de las aulas del colegio.

- ¿Quién quiere hacer una prueba para...? En realidad no sé de qué se trata-, confesaba el hermano Alfonso a aquellos alumnos, que descubrirían entonces una extraña red en el campo de Santa Clara y a unos seres mitológicos intentando evitar que una bola cayese.

Pronto empezaría Floriano a recorrer los pabellones recolectando a los más prometedores, como a Hevia, que descollaba en el Ateneo, Carlos Falagán, en Santa Irene, o Eduardo Sánchez, en el Atlética. "A Floriano le dabas una piedra y sacar un jugador", sostiene Falagán. Guillermo Touza, brevemente jugador e inmediatamente presidente, ayudaba: tras pasar por Maristas, había ganado la plaza de profesor de educación física en Santa Irene y a todo chico alto lo encaminaba sin demasiada sutileza hacia el voleibol. Luis Miró, presidente de la Federación Gallega, ejercía su influjo protector.

El catálogo de nombres asciende al infinito: José Miguel Fuentes, Luis Concha, Ricardo Collazo, Fernando del Río, Luis Muñoz, en el origen; después, los hermanos Alda, Pibe, Alfredo Jiménez, Juan Fernández, Yago Puelles, Fernando Losada, Penedo, la saga de los Fuentes igual que la saga de los Falagán. Un nombre escrito en oro, el de Camilo Rodríguez, el primer internacional gallego, a quien primero había criado Lalo Vázquez en el Colegio Alba, que retiene con precisión los exigentes entrenamientos de Floriano: saltos de plinto, carreras a una pierna o con sacos de arena por la empinada cuesta de Maristas, las series en cuclillas, las planchas, el rodillo, los balones medicinales o el terrible saco: un chaleco con múltiples bolsillos que se rellenaban de plomo y arena. Tiempos de cemento, gravilla o tierra como cancha, de balones de cuero que herían cuando se mojaban, de viajes retorciéndose sobre los asientos del tren.

Estas y otras anécdotas se cuentan en el doble libro, "Vosotros sois la historia" y "El volei que vivimos" que se editó en 2012 para celebrar el 40º aniversario de un momento capital en los anales del deporte vigués: el doble ascenso a la máxima categoría de El Pilar masculino y el Medina femenino liderado por Nenuca. Ese Medina también dirigido por Floriano que en 1974 se proclamaría campeón de España al ganar la Copa del Generalísimo y que en 1976 se integraría en el ya C.V. Vigo como sección femenina, hasta su desaparición. En esas páginas se suceden los relatos de logros y renuncias; del patrocinio de M. Riego con sus viajes en avión o lujoso autobús y los tiempos convulsos que llegaron después.

Las generaciones de jugadores se sucedieron. Floriano abandonó el club en 1983 para centrar su labor deportiva en la preparación física del Celta femenino de baloncesto. Algunas amistades perduraron y otras se rompieron. A Touza le reconocen todos el mérito extraordinario de haber mantenido vivo el club contra crisis y tormentas. Le reprochan que no contase con varios de ellos en la fiesta del 50º aniversario. La vida distanció a Touza y Floriano. La historia los mantiene unidos.

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