Mamadou colisionó con Ocvirk a pocos segundos del final. El liderato del grupo había quedado sentenciado. El esloveno se fue al banquillo agarrándose la rodilla, tan dolorido como feliz. En el choque de figuras, el bombardero venció al caza; el elefante, a la abeja. Dosificado en exceso por Isidoro Martínez, sin Mamadou los españoles flotaron como mariposas, obligados a bailar en los cruces ante el mayor poderío físico de Eslovenia. Contraviniendo la fórmula de Muhammad Ali, para su desgracia también picaron como mariposas.

Fueron muchos los indicios de que no se ventilaba un encuentro sin más de la fase previa. La afición viguesa, consciente de ello, acudió al fin en buen número al Central y se topó con una bulliciosa representación foránea en las gradas. En cancha, eslovenia aplicó agresividad en cada contacto, prolongando el agarrón y endureciendo la palmada. Incluso el fisioterapeuta empujó a Montoya cuando este intentaba disculparse por un balonazo a Dubaj en la cara. Ásperos en el planteamiento y el desenlace, los eslovenos celebraron la victoria -el empate también les hubiera bastado- bailando en corro como si hubieran añadido ya el título mundial al europeo conquistado en 2018.

El partido se planteó de manera previsible como una contienda entre la primera línea eslovena y la segunda línea española. La amenaza de Ocvirk, máximo anotador en el Europeo y autor ayer de 10 goles, abría pasillos en el 5.1 español, profundo pero no siempre efectivo. Los hispanos ejecutaban sus complejas coreografías intentando abrir grietas en el granítico 6.0 rival. Los fenotipos y los estilos persisten en esta generación. El balonmano español intenta compensar con creatividad y agilidad su inferioridad en kilos y centímetros.

Eslovenia controló el choque hasta el 10-7. Con la conexión con el pivote Montoya cegada, España se alimentaba de sus extremos, que muchas veces forzaban el pulso con un acertado Dobaj. Isidoro Martínez sacó entonces a Mamadou y el azulgrana revolucionó el encuentro. Su trabajo en el adelantado contagió intensidad a sus compañeros. España buscó transiciones rápidas que pillasen a Eslovenia desordenada. La selección empataba al descanso e incluso volteó el marcador al inicio del segundo tiempo, con un 13-15 que obligó al técnico adversario a solicitar tiempo muerto.

Mamadou es una guindilla que Isidoro Martínez emplea a pellizcos en su receta. Será por protegerlo del desgaste o por conveniencia pedagógica, ya que todavía juvenil. Lo sentó en el banquillo y el juego, caótico, apasionado, impreciso pero a la vez alegre, se ordenó otra vez para conveniencia de Eslovenia. Ocvirk fue encontrando los aliados necesarios para martillear a la portería española desde nueve metros. Cuando Isidoro volvió a tirar de Mamadou, Eslovenia no se dejó engañar otra vez por el señuelo. Mantuvo el choque en ese lento latido que le beneficiaba. Festejó con justicia un trabajo bien hecho.