España llega al día clave de la primera fase con una hoja de servicios impecable, cumpliendo de forma escrupulosa el plan previsto. Cuatro partidos, cuatro victorias; ni un segundo por debajo en el marcador; ni un final agónico; un ataque al que solo hay que reprochar pequeñas lagunas; una defensa bien ajustada. Cimientos sobre los que edificar un torneo que realmente comienza ahora: esta noche con el duelo por el primer puesto frente a Eslovenia y a partir del miércoles con esa batalla al límite que son los cruces. Los tropiezos ya alcanzan a partir de ahora una dimensión especial.

Los de Isidoro Martínez solventaron ayer el enfrentamiento contra Japón con más problemas de lo previstos en un día en el que cuesta trabajo sacar demasiadas conclusiones porque el seleccionador realizó considerables rotaciones en el equipo con la idea de llegar con las piernas más frescas al duelo ante los eslovenos. Eso le restó regularidad a un equipo que se contagió en muchos momentos de la electricidad con la que los japoneses entienden este juego y el deporte en general. A falta de diez minutos el partido estaba en el aire hasta el punto de que los nipones tuvieron balón para igualar a 21 goles con ocho minutos por delante. Pero lo fallaron y se les acabó la energía de golpe. Justo lo que le sobró a Mamadou en ese tramo final para liquidar a los japoneses con una exhibición portentosa de sus condiciones físicas. Los japoneses, que habían creído en el milagro, se despertaron de golpe. Les cayó un parcial de 7-1 que ofrece un marcador que poco tiene ver con la clase de partido que se vio en

España liquidaba así a un equipo que siempre llevó el partido más cerca de sus intereses. Pese a que los de Isidoro Martínez se movieron en ventajas alrededor de 2-3 goles, nunca consiguieron romper el partido. Japón se pegó como una lapa y sacó petróleo de su decisión de atacar en muchas ocasines con siete jugadores prescindiendo del portero y explotando las descargas eléctricas de jugadores como Tokuda y Kawasaki, meteóricos en los cruces y a la hora de sacar el brazo.

A España le costó adaptarse a ese estilo y muchas veces se olvidó de trabajarse la jugada y de acabar en los extremos (una arma que siempre le da rendimiento). Eso hizo que el partido no se rompiese (13-11 al descanso) y mantuviese la tónica en el segundo tiempo. Solo Natan Suárez mantenía cierta regularidad en su rendimiento. La llegada al partido de Jorge Pérez, que había estado demasiado inédito hasta el momento pareció romper el partido mediado el segundo tiempo. Pero fue otro espejismo. España volvió a empantanarse y Japón se ganó el derecho a soñar con algo importante. Pero fallaron la jugada del empate y entonces sí que no hubo perdón. Mamadou se puso a correr y ahí se murió el partido.