No pudo ser. Aitor de Luis llegaba a Dover el pasado sábado con el sueño e ilusión de convertirse en el primer nadador gallego en cruzar el Canal de la Mancha. Junto a él viajaban su hijo de 14 años, Unai de Luis, su hermano Gorka, y su amigo Jesús Quintas. Ya en el aeropuerto recibía la noticia de que su intento se adelantaría un día, ya que su 'slot' estaba programado entre el 9 y el 19 de julio. Finalmente salió a las cuatro de la madrugada del lunes con la intención de completar los 34 kilómetros en línea recta que unen Dover y Calais, en la costa francesa.

En las primeras horas de travesía Aitor de Luis mantuvo un ritmo constante, con los avituallamientos en los tiempos previstos con su equipo de asistencia. Las corrientes en ese momento no interferían en avance. En su web, que realizó un seguimiento continuo de su intento de hazaña, indicaban que "la "observer" (jueza) dice que es un "strong swimmer" (nadador fuerte)".

Y De Luis mostró su fortaleza hasta en los momentos más complicados. Después de tres horas nadando, el nadador del Náutico de Vigo pidió un ibuprofeno "para prevenir un posible problema en el hombro", informaban desde su página canaldelamancha2019.es.

Las corrientes ya habían hecho acto de presencia y no tardaron en aparecer las molestas medusas, incómodas compañeras de viaje.

El parte de posición de las 10.10 horas anunciaba la llegada de un momento crucial y de "máxima dificultad". "Aitor debe subir el ritmo si no quiere que la aventura pueda ponerse muy difícil", anunciaban. El vigués debía incrementar la velocidad para no verse envuelto en una corriente que empieza a frenar su avance, sin embargo, ese aumento de ritmo hacía temer a su equipo de apoyo que pudiera pasarle factura en la parte final de la travesía.

Las molestias en el hombro y dos picaduras de medusa no conseguían, sin embargo, frenarle. No había dolor. Mantenía su brazada y a las once y media la jueza le anunciaba que, según su estimación, le quedaban unas seis horas más para completar su reto.

Pese a una pequeña deriva en su trayectoria, se mantenía la previsión en la hora de llegada, y cerca de las dos de la tarde ya veía la costa francesa. "Aitor está parándose para estirar los hombros, pero va muy fuerte", anunciaba su hermano.

Fue entonces cuando el viento hizo acto de presencia, añadiendo una extrema dureza a la navegación y provocando una deriva más que preocupante. El cansancio hacía también acto de presencia porque ya llevaba más de doce horas en el agua.

El viento fue un auténtico "muro" al que el vigués se enfrentó dos horas más. Llegó a estar a menos de cuatro kilómetros de conseguirlo, pero entonces su avance era nulo. Una mezcla de impotencia se apoderó de todos a bordo, intentando asumir que el reto no sería posible. El patrón consideró entonces, teniendo en cuenta las condiciones de viento y mar, y tras consensuarlo con el equipo de apoyo del vigués, que lo mejor era subirlo a bordo tras catorce horas y media de heroica natación. Con una ligera hipotermia, pero sin sufrir ningún daño físico preocupante, fue conducido de nuevo a la costa británica. Calais estuvo tan cerca.