La selección femenina completó su gesta. Le sostiene la mirada e incluso amenaza con superar a la masculina, con mayor margen por edad de sus principales figuras, en la edad dorada del baloncesto español. Cuarto título continental, tercero de esta generación (2013, 2017 y 2019, además de 1993) y primer equipo que retiene la corona desde que en 1991 se quebrase la hegemonía de la Unión Soviética. Una referencia que suena antediluviana, a un pasado que era otro planeta. La España de Mondelo, socialista en su concepción colectivista del juego, se mueve en esas coordenadas. Pertenece a la eternidad.

Los pronósticos acertaron. El oro había quedado sentenciado en la semifinal contra la anfitriona Serbia (71-66). Francia acudió mentalmente disminuida a su cuarta final consecutiva. Ha perdido todas; contra las serbias la de 2015, la única de la que se ausentaron las españolas. "Si no hubiera sido por España, habría ganado 10 o 15 medallas más", se ha lamentado Tony Parker. Sandrine Gruda, la Marianne del baloncesto femenino galo, podría acusar a sus veciñas sureñas de robarle el dorado de las medallas.

El ansia de revancha le duró poco a Francia. Pudo más la sensación de inferioridad tan pronto se le torció el plan. Un partido que debía resolverse en la aspereza de las defensas arrancó iluminado en ataque. España construyó una ventaja consistente y frenó enseguida los escasos parciales favorables de su adversario. Francia no tuvo esa fase de furia, presión y acierto con el que Serbia agobió en el último cuarto de la semifinal.

El mérito del título se completa en las ausencias. Sancho Lyttle, esencial en el despegue de esta etapa, tenía un buen recambio en Astou Ndour. No existe sustituta directa para Alba Torrens, la mejor jugadora española de la historia, que reposaba su castigada rodilla en el plató de Televisión Española. Xargay ha asumido mayor protagonismo (tres triples suyos iniciaron el descalabro francés). Mondelo ha buscado, sobre todo, un remedio coral. Se ha palpado en las bases. Tanto la perenne Palau como la hiperactiva Silvia Domínguez, obsesas de la asistencia, han incrementado su producción anotadora.

La amplitud y solvencia de la rotación de Mondelo fue el elemento clave que permitió sobrevivir incluso a actuaciones más discretas de Ndour, MVP del torneo pese a ello, y Cruz. El banquillo español aportó 35 puntos; el francés, 19. Y 17 le correspondieron a Hartley. La asociación entre la base y Gruda fue la única que le abrió alguna herida a España, que tuvo sus instantes de mayor fragilidad en el 34-29 del minuto 13 y el 54-44 del 23. Pero al seleccionador español le sobraba arsenal defensivo cuando hubo que endurecer el juego. Casas y Oubiña aportaron energía al perímetro; Gil, su extraordinaria capacidad de anticipación para neutralizar a los voluminosas pívots contrincantes. El último cuarto fue de trámites y sonrisas.

Laia Palau levanta el trofeo. Es de justicia. La catalana, de 40 años, la única a la que se le supone una fecha de caducidad cercana, se asoma a su ocaso con frescura infantil. Con doce medallas, ocho de ellas en el Eurobasket, ha superado a Pau Gasol. La cuenta de esta época se abrió con el bronce de 2001; ella irrumpió en el de 2003. Nadie puede intuir el final de la secuencia.