Carga tras carga, testuz contra testuz, los dos equipos vaciándose como carneros. Los cuerpos, acumulándose sobre la línea de ensayo. Quizás un minuto de avalancha en la delantera, a la vez que un siglo y un suspiro. La permanencia se encontraba al otro lado de esa frontera. Varias veces pareció que llegaría el posado. No fue así. Un avant puso fin al suplicio y la esperanza. Al Kaleido le sobró alma, pero le faltó un metro.

La eliminatoria de permanencia enfrentaba dos situaciones opuestas: el cansancio del Gaztedi, después de dos meses de ardua escalada desde Autonómica, y la falta de ritmo del Kaleido, que estuvo tres contemplando cómo otros decidían su destino. En la dialéctica, pesó más el óxido acumulado en Vigo. El infierno está en los detalles.

Ya había sucedido en la ida (36-19). Adrián Lago había advertido a sus jugadores sobre la peligrosidad del pateador vitoriano, Josu Carrillo. Sus instrucciones se diluyeron en el ansia de los jugadores. El Gaztedi vivió tranquilo, incluso en ventaja (3-8), hasta el minuto 27.

Lanzó Uru entonces su primer eslalon, desde su propia 22; un cimbreo que fue tronchando rivales como espigas. No culminó en el otro lado del campo, pero fue la chispa que prendió el ímpetu local. Llegaron dos ensayos antes del descanso, que el Gaztedi, ya con dudas y heridas, recibió con alivio.

La interrupción enfrió el encuentro. El juego se convirtió en el escaso paréntesis entre infracciones y jugadores reclamando asistencia tumbados sobre el suelo. Kaleido y Gaztedi, Davila y Carrillo, apenas intercambiaron una conversión.

Pero aún quedaba mucho relato por escribir. Ese insulsez aparente, consistente, rutinaria, se sostenía sobre cimientos finos. El Kaleido dominaba en las fases de conquista y castigaba especialmente el físico de los vitorianos en la melé. El tercer ensayo local, obra del corajudo Javier Abadía, llegó con más de diez minutos por delante.

Pero el Kaleido no supo gestionar las situaciones de ventaja que se le presentaron. Un error en la construcción del maul, un golpe de castigo innecesario, un mal pase... El partido empezó a jugarse en esa parcela umbría del cronómetro del árbitro, tan propicio para la histeria.

El Kaleido. recuperando en la melé lo que perdía en imprecisiones, lo tuvo en sus manos. Con campo abierto, decidió recorrer la línea de zagueros para asegurar el ensayo cuando en realidad lo necesitaba en empuje por el centro para asegurar la conversión, y acabó perdiendo el oval en avant; lo mismo que en la situación contraria, cuando gastó su última bala forzando la penetración por delantera.

El pitido arbitral finiquita una etapa maravillosa en el rugby vigués. Años irrepetibles en la élite, partidos extraordinarios, jugadores de alto nivel... Historias para contar alrededor de la hoguera. No han sido un sueño. Sucedieron y pueden volver a suceder. Este grupo lo intentará. El tuétano del club está en su nutrida cantera. El metro acabará siendo recorrido.