Un penalti transformado por el egipcio Mohamed Salah a los dos minutos y otro tanto del belga Divock Origi (minuto 87) para sentenciar bastaron al Liverpool para reencontrarse con la gloria catorce años después, conquistar la sexta Liga de Campeones de su historia y enterrar la fama de perdedor de su técnico, el alemán Jurgen Klopp, que ya tiene el ansiado trofeo. El disparo desde los once metros resume un choque cargado de alicientes, prometedor, pero superado por el exceso de respeto la falta de ritmo y la escasa precisión. Solo resucitó al final. Cuando el Tottenham acudió a la desesperada en busca del empate y se frustró del todo con la sentencia de Origi sin solución.

Le bastó con esos dos destellos al Liverpool para dejar atrás sus decepciones recientes y devolver al primer plano de la competición al fútbol inglés, que puso fin al exitoso ciclo español, acaparador de la copa en el último lustro. En Madrid, el Liverpool recupera la gloria para Inglaterra que tuvo al Chelsea, en el curso 2011-12 tras vencer en los penaltis al Bayern Múnich, a su último campeón. Más han tardado los reds en recuperar el mando. Catorce temporadas después el Liverpool manda en Europa el día que Klopp se reencontró con el éxito después de siete finales perdidas. La más reciente la del pasado año en Kiev. Aunque también dolorosa la del 2013, cuando dirigía al Borussia Dortmund ante el Bayern en Wembley.

El duelo comenzó sin reserva alguna. Ni Mauricio Pochettino ni Jurgen Klopp quisieron ahorrar nada en la final. El técnico argentino tiró de Harry Kane, a pesar de estar fuera de la competición desde que se lesionó en el tobillo derecho el pasado 9 de abril contra el Manchester City. Abanderó el ataque de su equipo el capitán inglés para los spurs igual que Roberto Firmino en el Liverpool.

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Una puesta en escena alentadora igual que el arranque del partido, desnivelado en la primera jugada. Nada más sacar de centro. En el primer balón que llegó al área del Tottenham y que fue recogido por el senegalés Sadio Mané. Su intento de pase fue interceptado con el brazo por el francés Moussa Sissoko. El egipcio Mohamed Salah no falló desde los once metros.

La acción, lejos de agitar el encuentro lo adormeció. Tuvo un efecto sedante para dos equipos que presumen de tener las mejores transiciones de la competición. De jugar a todo ritmo. De ejercer una presión asfixiante sobre el rival. Nada de eso. El gol encajado asustó al Tottenham, invadido por la imprecisión y por el temor a encajar un nuevo revés que fuera definitivo. El Liverpool, lejos de intentar aprovechar las dudas de un rival atemorizado, optó por especular, por adormecer el juego, agotar el tiempo y jugar al fallo del rival.

No le dio más allá de una hora a Firmino, del que nada se supo. Klopp recurrió a Divock Origi, uno de los héroes de Anfield ante el Barcelona. Pochettino pensó en Lucas Moura, que se ganó el derecho a ser protagonista en la final tras el 'hat trick' de Amsterdam.

Se desató el Tottenham al final. Encerró al Liverpool en su área y encontró ocasiones de sobra para llevar el choque a la prórroga. Primero con un tiro del surcoreano Son Heung Min y acto seguido de Lucas Moura. Bajo palos se topó con Alisson, una garantía. Son tuvo otra después, pero el meta brasileño destacó.

En pleno entusiasmo londinense, con Fernando Llorente ya en el campo ante la desesperación de una igualada que no llegaba, Origi evitó la zozobra y la posibilidad de la prórroga al superar a Hugo Lloris con un tiro cruzado, rubricar la final y ensanchar la historia del Liverpool.