El Celta comenzó la temporada 1925-26 agradeciendo el bello gesto de Emilio Ruiz, al que los aficionados llamaban cariñosamente el "León de Bouzas". Había que pagarle una deuda de gratitud al que había sido guardameta del Fortuna. Aunque retirado del fútbol activo, vio la crisis que sufría el Celta por la deserción de Isidro y no poder contar con Lilo, que estaba en el servicio militar. Como seguía en forma, Ruiz acudió presuroso al rescate del Celta.

No quiero ocultar mi afinidad con Ruiz, Isidro y Alberty, tres guardametas del Celta. Dos de ellos diez años antes de que yo naciera; cinco tenía cuando el húngaro Alberty fichó por el cuadro vigués. La trayectoria de estos tres magníficos guardametas marcó los signos de mi futuro.

Tenemos distintas formas de ver las cosas que nos van sucediendo a lo largo de los pocos o muchos años que vivimos. Yo creo en ese hilo conductor que nos lleva al sitio preciso en el que tenemos que estar, para bien o para mal. Poseo muchas pruebas para pensar así. Mi afinidad con Ruiz es la del lado negativo, ya que él es el dueño, totalmente, del lado positivo.

Me explico: Ruiz no quería retirarse del fútbol sin antes haber jugado en el recién nacido Celta. Por eso se apresuró a ofrecerse a jugar en el equipo que ya más quería y admiraba. Yo, antes de nacer, estaba predestinado a ser portero del Celta, el equipo que más iba a querer en toda mi vida. Al "León de Bouzas" le llamaban así tal vez -yo no lo vi jugar- porque defendía el portal céltico como un león defiende su reinado en la selva. A mí me llamaban el "Tigre" no por mi agilidad de felino bajo los palos como se supone, aunque sí era el portero con más agilidad y reflejos de España, que era lo que hacía pensar a los aficionados en que ese era el origen de mi sobrenombre.

La verdad es que cuando llegué al Celta con mis 17 años, y creía estar soñando, los veteranos, al verme cohibido y pueblerino, se aprovechaban de mí para que les fuera a buscar tabaco, prensa o cualquier otra cosa por la que no querían molestarse. Yo, humilde y mansamente, se la iba a buscar feliz de poder satisfacer el deseo de jugadores a los que admiraba como Simón, Lolín, Otero, Villar o Olmedo. Les llamaba señor Simón, señor Gaitos...

Un día, en uno de esos interminables y peligrosos viajes de una semana que hacíamos en el autocar bautizado como "Lanzallamas", jugamos el clásico partido de siempre, esta vez en Cartagena, para amortizar los gastos del viaje. Y también, como siempre, fuimos al cine por la noche a ver la película interpretada por Charlton Heston: "La guerra privada del mayor Benson". Heston se aprovechaba de un soldado-niño al que llamaba "Tigre" para que le hiciera los recados. A la salida del cine, el primero que se aprovechó de mí fue Otero, que siempre muy atento a los "pequeños detalles" me gritó: "¡Eh,"Tigre", vete a buscarme un paquete de cigarrillos! "Y así fue como me quedé con el apodo: para los recados de mis compañeros y para los aficionados por lo felino de mis actuaciones.

Al "León de Bouzas" el Celta le agradeció su gesto con un homenaje y le regaló un automóvil. Al "Tigre", después de diez años, le dieron una patada en el trasero y tuvo que dejar lo que se le tenía que pagar que, por aquel entonces, era mucho dinero, incluido homenaje y todo. Y por aquella "provechosa" liquidación supe cuánto cobraba en el Celta, menos un "flequillo" que se les olvidó. Antes tendré que decir que, para contentarme por la marcha de mi eterno suplente Manolín al Sevilla, con mi dinero de la ficha me compraron -no regalaron- un "600", que no era un Citroën.

No, Atilano, no es igual llegar y jugar un solo partido que jugar muchos durante diez años. Llegar y jugar un solo partido lo hace cualquiera. El caso es sostenerse y jugar domingo tras domingo, temporada tras temporada. Y eso, en más de una temporada, sin cobrar, con bonos de compra en determinados establecimientos para los casados. Cuando había dinero, el bueno de Penín ya tenía sus cuidados de que no fueran pegados dos billetes; los lanzaba al aire para comprobar que era uno solo el que entregaba. Y esto sin airear las miserias de nuestro club, como sucedió en una eliminatoria de la Copa de Europa contra el Milan, para vergüenza de todo el celtismo.

Para terminar con lo positivo del "León de Bouzas" y negativo del "Tigre", hablemos del flequillo olvidado en la provechosa liquidación. El ministro Solís, para evitar el abuso y bochorno de los pagos de los clubes a los jugadores que terminaban sus carreras y que no se vieran completamente desamparados, con el sambenito de derrochar lo ganado cuando en realidad no se le había pagado lo firmado, había decretado que todos los clubes retiraran un 10% de los sueldos mensuales de los jugadores,. Debían ingresarlo en una caja de compensación para dicho menester.

Viendo que todos los clubes excepto, creo recordar, Madrid, Barcelona, Bilbao y Osasuna, no cumplían con lo ordenado, pues le retiraban el dinero a los jugadores pero no lo ingresaban donde lo tenían que hacer, el ministro canceló dicha caja de compensación. Se castigaría con el descenso de categoría al club que no abonase lo que le adeudaba al jugador que dejase la actividad. Como yo ya llevaba más de un año retirado y tenía montado mi negocio de deportes, una tarde me encontré en el local con la visita de un directivo del Celta, que se hacía acompañar por el padre del padrino de mi hijo, tal vez para presionarme, para que cancelara la deuda de 125.000 pesetas que aún tenía el Celta conmigo, firmándole cuatro letras a treinta, sesenta, noventa y ciento veinte días.

Mi contestación, después de las humillaciones y desprecios sufridos, no podía ser otra: pasar por caja. Luego buscaron su venganza prohibiéndome la entrada en Balaídos con el carnet y acompañado por un directivo del Deportivo. Pero como la ignorancia es la madre de todas las burradas, el rebuzno no fue más lejos que la estatua de Handicap, que ante todo aquello cubrió su rostro de metal plomizo por otro de color rojo con el que se refleja la vergüenza.

En cuanto a las coincidencias de Isidro conmigo, decían los que eran los más viejos de la ciudad que Isidro era un buen portero, uno de los mejores de su época, lo que concuerda perfectamente con lo que yo era o fui en el Celta. Luego él se fugó lejos del mundanal ruido del fútbol vigués, mientras que a mí me echaron por la puerta falsa. Los dos buenos guardametas que habían sido del Celta ambos, uno "fugado" y el otro "despreciado", coincidieron en marcharse al Deportivo de La Coruña, donde ambos fueron muy bien acogidos. El "fugado" montó un negocio de venta de automóviles, mientras el "despreciado" lo hacía con una tienda de deportes.

Seguimos pisando por las mismas huellas dejadas por otro gran portero, esta vez húngaro. Yo lo recuerdo vagamente. Junto a Bermúdez fue el portero de la postguerra del Celta que salía en aquellos cromos que coleccionaba y guardaba en mi Enciclopedia Álvarez, que luego recitaba confundiéndolos con los reyes godos. Para mí no eran godos, pero sí los reyes del Celta. Alberty era de buena presencia, ágil y siempre bien valorado bajo los palos. Coincidíamos también en comer naranjas. Alberty las llevaba, incluso, para comer en la portería durante los partidos. A mí, mi hermano mayor me mandaba a la pensión una maleta llena de ellas para ver si comiéndolas conseguía ser tan buen portero como Alberty. Y lo consiguió, pues estoy completamente seguro de que fui mejor. Incluso pienso que mi ancianidad se debe a esa sobrealimentación de naranjas a lo largo de toda mi vida.