Chapela no se reunió ayer para despedir a su presidente. Decía adiós a una parte esencial de su vida, de su historia. Por eso el silencio, el dolor, las lágrimas que asomaban en los ojos de los compañeros de travesía vital de Manuel González Soto y también de los pequeños miembros de las categorías inferiores para quienes la palabra presidente siempre irá unida al gesto serio de este apasionado del balonmano que dio su vida (y algo más) por un club que ayer se juntó para darle las gracias y recordarle que su figura y su ejemplo permanecerán vivos en todos aquellos que tuvieron la suerte de compartir con él su tiempo y su pasión.

El pabellón que pronto llevará su nombre se llenó de cariño hacia su familia, amigos. El Chapela, un club humilde al que Soto condujo a lo más alto, le despidió con la sencillez que proporciona el cariño sincero. Un homenaje en el que la familia, que compartió con él ese amor por el club, se vio arropada por cientos de personas, por casi todos los integrantes de las categorías inferiores del club, los técnicos, los socios, los vecinos de Chapela...

Del pabellón a la iglesia de San Fausto en Chapela, donde se ofició un funeral que llenó el templo y al que no dejó de incorporarse gente. Un paseo silencioso, un cortejo triste en el día en el que el club sintió que una parte de sí mismo se marchaba para siempre.