El Atlético agrandó su imponente racha en el Metropolitano con una victoria frente al Alavés mucho mas cómoda en el desenlace que en el desarrollo, abierta por Niko Kalinic, sostenida después por un ejercicio de resistencia, sentenciada por Griezmann y cerrada por Rodrigo Hernández. Una goleada excesiva en el marcador y concluyente con la pegada que demostró el conjunto rojiblanco, a la caza del liderato de la Liga del Barcelona.

De inicio, el Atlético detectó que el partido estaba en las bandas. Por ahí, sobre todo a la derecha de su ataque, desenredó el repliegue de su adversario, un Alavés que si está donde está es porque es un bloque enormemente competitivo en cada aspecto, en cada movimiento, impenetrable para el conjunto rojiblanco por el centro.

Más allá del insistente fútbol entre líneas de Griezmann o el juego de espaldas de Kalinic, la vía la tenía clara el Atlético. La cuestión era llegar hasta ahí -lo hizo con un paciente y buen manejo de la posesión del balón- y, después, culminarla con el remate. Lo primero lo logró desde el inicio; lo segundo le costó 25 minutos, cuando Kalinic finalizó una excelente acción.

Aún no había sufrido entonces el Atlético el contratiempo que ya casi es habitual: una lesión. En este caso, Lucas Hernández. El campeón del mundo francés se dañó la rodilla derecha, se probó, intento seguir... No pudo. Superada la media hora pidió el cambio.

El Alavés creció tras el descanso y el partido entró en el tramo final, en esa tensión de que cualquier detalle o el más mínimo error separaba la delgada línea entre un indispensable triunfo o un decepcionante empate, con un desenlace que no tuvo certeza hasta un contragolpe definitivo que dirigió Vitolo y culminó Griezmann con suspense, en el minuto 82. Su primer tiro dio en el palo, el segundo fue la sentencia de la victoria, cerrada con el excesivo 3-0 de Rodrigo.