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Aquel domingo en Brasil

Alonso acercó la Fórmula 1 al patio del colegio, a la barra del bar y a las discusiones de oficina, y alcanzó audiencias en televisión reservadas a un selectísimo puñado de partidos de fútbol

Fernando Alonso cierra hoy en Abu Dabi un paréntesis abierto el 4 de marzo de 2001 en Melbourne, el día de su primer compromiso en la Fórmula 1. Como quien dice, todo lo que llevamos de siglo rodando de circuito en circuito hasta completar 312 carreras; 312 historias felices las más y tristes no pocas, de momentos agrios -demasiados los últimos años- y tiempos dulces. 312 domingos de Gran Premio con sus correspondientes clasificaciones los sábados, los entrenamientos de los viernes, las ruedas de prensa de los jueves y los viajes continuos saltando continentes. 312 citas ganándose un lugar en la historia de un deporte seguido hasta entonces por una minoría en este país y que él llevó al patio de los colegios, a la barra del bar, a la discusión en la oficina. Provocando un fervor sólo conocido antes por el fútbol, arrastrando masas como aquella maravillosa marea azul que tomaba con sus enseñas Montmeló para convertir al circuito barcelonés por unas horas en la capital de Asturias.

Con Fernando Alonso aprendimos un lenguaje hasta entonces desconocido: paddock, safety car, cockpit, grap, pit lane, kers, slicks... Supimos que el hospitality de las escuderías no era la enfermería sino una mezcla de cuarto de estar y cafetería, aprendimos a diferenciar el blistering del graining, y que cuando uno se la quería jugar al rival de turno debía optar entre un overcut o un undercut a la hora de cambiar los neumáticos e intentar ganar ventaja con ello.

Compartimos con Fernando Alonso su orgullo cuando en 2003, con 21 años, aquel chaval de Oviedo se convertía en el piloto más joven de la historia en lograr una pole, en subir al podio o en conseguir una victoria. O cuando en 2005 lograba su primer título mundial y era también el más joven de todos los tiempos en conseguirlo. Fue en Brasil, en Interlagos, y dejó entonces para el álbum de los recuerdos la imagen de aquel grito salido de lo más profundo de las entrañas; un grito de júbilo, liberación y éxtasis.

Y se nos encogió el corazón con sus accidentes, que alimentaron la leyenda del piloto de las siete vidas. No hay gloria sin riesgo y ningún riesgo como el de la Fórmula 1. Accidentes como aquel de Brasil en 2003, rebotando como una peonza contra las barreras, de lado a lado en la recta de meta. Pero hasta en ello hizo historia, recibiendo al día siguiente en el hotel el trofeo como tercer clasificado. O el sufrido en el túnel de Mónaco en 2004, el vuelo de la salida de Spa en 2012, el nunca aclarado de los ensayos de Montmeló en 2015 que supuso el inicio del cuatrienio negro en McLaren, o el de Melbourne en 2016, cuando tras chocar con Esteban Gutiérrez a más de 300 km/h daba dos vueltas de campana antes de acabar contra las protecciones.

Hubo, claro, otros momentos duros como aquel final de campaña de 2007, en el que la pelea interna con Lewis Hamilton tremendamente mal gestionada en McLaren acabó dejando a ambos sin título, o el vivido aquella última carrera de 2010 en Yas Marina cuando Ferrari caía en la trampa de Red Bull y la corona acababa en poder de Sebastian Vettel. ¿Y buenos? Muchos. Basta con echar un vistazo a su palmarés, aunque a uno le quede la convicción de que Alonso ha sido mucho mejor piloto de lo que reflejan las frías estadísticas. Unas estadísticas, por ejemplo, que no hablan de que el asturiano fue elegido en 2010 y en 2012 por los jefes de los distintos equipos como el mejor piloto de la parrilla. Campeón sin corona.

Pero para explicar lo que ha significado Fernando Alonso nada como recordar lo sucedido aquel domingo 22 de octubre de 2006 en Brasil. Última carrera de la temporada y el asturiano jugándose el título nada menos que con Michael Schumacher, que quería retirarse sumando un octavo título a su palmarés. Aquella tarde dominical se paralizó Asturias, el aforo se agotó en el Auditorio ovetense para seguir la carrera en pantalla gigante y la F1 superó en España marcas impensables de seguimiento televisivo: 9,3 millones de audiencia media y una cuota de pantalla del 60,6 por ciento que en el Principado se situó diez puntos por encima. A las 20.35 horas, cuando Alonso cruzaba la línea de meta por delante de Schumacher para ganar su segundo título, más de 12 millones de personas estaban pendientes de él frente al televisor. Cifras que luego sólo han superado un selecto puñado de partidos de fútbol como las finales del Mundial de Sudáfrica, la de la Eurocopa de 2012 y algunas de la Liga de Campeones.

Ahora, sin retos que poder cumplir en el "Gran Circo", busca Fernando Alonso objetivos en otras disciplinas, como convertirse en el primer piloto que logre el doblete de títulos en la F1 y en el Mundial de Resistencia, o hacerse con una Triple Corona -Mónaco, Le Mans e Indianápolis- hasta ahora sólo conseguida por Graham Hill. Y quién sabe si la puerta cerrada ayer abre en el futuro una ventana por la que regresar a una Fórmula 1 en la que ha pasado media vida.

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