El Kaleido Universidade de Vigo se encuentra en periodo de transición, justo en la parte más áspera de su mutación. Ya no es el equipo que David Monreal y Norm Maxwell moldearon durante casi una década, de juego continuo y abierto, casi siempre a la mano, valiente hasta lo temerario desde la propia 22. Pero todavía no se ha convertido en la escuadra consistente, pragmática y efectiva, con uso inteligente del pie, que Adrián Lago imagina. El XV del Olivo no sueña desde sus virtudes y tampoco calcula desde sus defectos. Ni lo uno ni lo otro, habita en ese término medio que es el territorio más peligroso, al descubierto. El infierno no es la llama o el hielo que queman, sino la tibieza.

Lago debe ir desmontando pieza a pieza la estructura táctica y sobre todo mental que sus antecesores organizaron. Lo necesita porque es época de austeridad y el equipo maniobra sin más extranjeros que Tatafu. Las tiernas camadas que llegan todavía deben sustentarse sobre un puñado de hombres esenciales. Falta el argentino Brizuela, por asuntos de visado, y la melé se tambalea. Se flaqueó en general en defensa, otra vez en ese limbo de ni esperar con firmeza ni buscar con hambre, con más caricias que placajes. En ataque se vislumbró algo más lo que Lago pretende: juego vertical para instalarse en la 22 enemiga y mucho "pick and go" que limite las pérdidas.

Monreal, enfrente, sigue jugando a lo que plantó en Vigo, pero regado con sangre foránea. Smaile, Clarke, Stratton, Marston, Shearer... Gente fogosa, de pierna larga y mano precisa, que ha nacido para explotar los espacios. Lo hicieron con crueldad cuando el cansancio descosió a los locales.

El XV del Olivo había empezado bien. Pero solo le sacó tres puntos de rentabilidad a un cuarto de hora de presencia próxima a la frontera del ensayo. Una touch perdida, un avant cuando el maul progresaba... El XV ourensano, en cambio, anotó cada vez que salió a respirar en la primera mitad. El más veterano, Carlos de Cabo, regaló un oval en zona peligrosa que arriesgó como antaño, lo que retrata bien ese aclimatación a la que la plantilla se está sometiendo.

El 3-21 al descanso retrataba el desequilibrio de fuerzas, pero aún permitía al Kaleido ambicionar el bonus defensivo. Lago agitó su ecuación, introduciendo a Albariño. Movió a De Cabo al ala y a Uru, a la zaga.El equipo volvió a acumular minutos en la 22 visitante. Tatafu, ahora en primera línea, acortó distancias. Pero el Campus no se sentía incómodo, ni siquiera pese a acumular treinta minutos en inferioridad númerica, y se desentumeció para sentenciar el encuentro.

Era una derrota previsible: por los refuerzos del rival y por la reconstrucción propia. Lago perseverará. Su apuesta exige la convicción de la plantilla pues el oval es calvinista; asomados al infierno, solo la fe salva.