El campeón del Mundial puede haber sido Francia, pero el auténtico ganador es el presidente ruso, Vladímir Putin. Nunca antes el líder de un país había salido tan reforzado tras la mayor fiesta del fútbol.

"Estamos verdaderamente contentos de que saliera bien, de que hayamos logrado unir a millones de personas en torno al fútbol", dijo Putin en un mensaje de despedida durante una ceremonia en el Teatro Bolshói.

Putin tiene motivos para la euforia. Rusia demostró al mundo que puede organizar un evento internacional al mismo nivel que China o un país occidental.

Los agoreros habían pronosticado una Copa de caras largas, arbitrariedad policial y violentos altercados con los hinchas rusos, conocidos por ser los nuevos "hooligans" del fútbol mundial.

Pero no hubo incidentes reseñables en todo el torneo. La única mancha fue la breve invasión del campo ayer en la final por parte de cuatro miembros del grupo radical Pussy Riot, conocido por su oposición a Putin.

Ni siquiera el diluvio que cayó sobre Moscú durante el partido aguó la fiesta. Dirigentes, jugadores y aficionados alabaron efusivamente la organización del Mundial por parte de Rusia, especialmente en comparación con Brasil o Sudáfrica.

Putin había organizado los Juegos Olímpicos de Sochi 2014, pero las acusaciones de dopaje arrebataron a Rusia la victoria en el medallero.

El deporte ruso aún no se había recuperado del revés. Rusia necesitaba una segunda oportunidad y el Mundial de Fútbol se la dio.

"Estamos encantados de que nuestros invitados lo vieran con sus propios ojos, que superaran mitos y prejuicios", comentó el presidente.

Putin no quiso acaparar toda la atención y se mantuvo en un segundo plano. Sólo acudió al partido inaugural y a la final. Pero nadie duda de que el Mundial es una medalla que se colgará el jefe del Kremlin.