La rodilla de Diego Costa sacó a España de un lío mundial. No hubo manera de meter mano a la muralla iraní hasta que un despeje rebotó en el delantero del Atlético de Madrid y fue a dormirse al fondo de la portería iraní. Fueron 53 minutos de frustración española porque aquello era como pegarse contra una pared a la que nadie encontraba una puerta por la que colarse. España no es ajena a los sudores de otros favoritos en el Mundial. Reincidió en los errores defensivos del debut y los iraníes, con una facilidad sorprendente, dieron dos o tres sustos de muerte. Uno de ellos tuvo el suspense añadido del VAR, que confirmó el fuera de juego señalado por el linier a Ezatolahi para anular un gol que incidió en las vergüenzas defensivas de la Roja. España se marchó con tres puntos de Kazán, pero dejó muchas más dudas que tras el empate frente a Portugal. Las paradojas del fútbol y lo importante que en ocasiones son las sensaciones más allá de los resultados. Ahora el equipo de Fernando Hierro se queda a un solo punto de clasificarse para octavos, pero en el ambiente han aparecido los nubarrones que parecían despejados tras el buen estreno ante los portugueses.

Queiroz dobló la apuesta tras su milagroso triunfo frente a Marruecos. No sólo planteó un partido a la defensiva, sino que renunció desde el primer momento a pasar del centro del campo. Hasta el supuesto delantero, Azmoun, se incorporaba al muro con el que los iraníes protegían a su espigado guardameta. Un equipo entregado a la defensa que celebraba las coberturas como goles. Un equipo consciente de sus limitaciones, pero ejemplar en la entrega y el orden. Tanto que desnortó a España, poco acostumbrada a medirse a un equipo como ese y sin un plan claro para atacarle. Durante la primera media hora ni movió el árbol. Hierro reunió a una colección de mediapuntas (Isco, Iniesta, Silva, Lucas Vázquez, alguno de ellos en preocupante estado de forma como el canario y el barcelonista) que le dieron mucho toque a la selección, pero poco desequilibrio. El partido se jugaba como más le convenía a Irán, que además recurría al mal llamado "otro fútbol" para frenar el ritmo de los españoles con la complicidad del árbitro uruguayo, uno de los peores que se han visto en lo que va de torneo.

Fernando Hierro intentó revolucionar la banda derecha con Carvajal y Lucas Vázquez. La teoría de abrir el campo se encontró con la cruda realidad de que los iraníes lo tenían cerrado a cal y canto. Con once jugadores en apenas treinta metros encontrar un trozo de césped libre era un desafío de titanes. Además, los españoles prefirieron casi siempre el pase de seguridad que arriesgar con combinaciones rápidas.

Las dos únicas veces que la selección movió el balón con un poco de gracia, David Silva se quedó a un palmo del gol. La primera, bordeando la media hora, tras un centro de Iniesta que Piqué de cabeza, puso en el punto de penalti, pero el remate del canario de espaldas a la portería se fue alto. La segunda, ya en el primero de los tres minutos de añadido, escaso para la sangría provocada por los iraníes, la pierna de un defensa impidió conocer la capacidad de reacción de Bereinvard.

Los españoles volvieron del vestuario echando pestes de la "táctica" rival y comiéndole la oreja al árbitro uruguayo. Pero lo que cambió el panorama fue la decisión de mover más rápido el balón. En cinco minutos, España tuvo más oportunidades, y más claras, que en todo el primer tiempo. Primero en un córner lanzado por Isco, peinado por Busquets y rematado por Piqué sin la fuerza suficiente. Y un minuto después un cañonazo de Busquets sorprendió al portero, que dejó un balón suelto al que no llegó por poco Lucas Vázquez.

De repente, un partido cerrado y previsible subió de revoluciones en las dos áreas. Un problema que España no supo sujetar, lo que deja un tono extraño en el ambiente porque se supone que los de Hierro deberían tener más recursos para sujetar ese tipo de situaciones. Los iraníes convirtieron un saque largo de banda en un desafío para la despistada defensa española. Piqué ganó la disputa de cabeza, pero el balón quedó a los pies de Ansarifard, que largo un remate sobre la marcha que aceleró los corazones de las dos hinchadas. El balón golpeó en el lateral de la red.

Jugada clave

Por esas cosas que tiene el fútbol, del 1-0 se pasó en segundos al 0-1, en la única jugada digna de la calidad y la fama de Iniesta. El manchego salió con mucha decisión y un poco de fortuna de una disputa en la frontal del área y buscó a Diego Costa. Cuando el delantero intentaba revolverse para chutar a puerta se encontró con el despeje de Rezaeian, que golpeó en la rodilla de Costa y el balón se coló por la derecha de la portería iraní, imposible para Bereinvard.

La suerte había guiñado el ojo al equipo que más la había cortejado, a la vez que castigaba a una selección indigna de participar en un Mundial. Pero entonces, cuando parecía que todo iría rodado, apareció la cara B de España, esa que le llevó a recibir tres goles de Portugal como el que no quiere la cosa. Bastó una falta lejana para que los iraníes cargasen con todo y acabaran marcando, pero la bandera del linier y después el VAR descubrieron el fuera de juego de Ezatolahi.

Hierro se desesperaba pidiendo que sus jugadores hiciesen lo que mejor saben, tocar. Como no lo veía claro reforzó el centro del campo con Koke. Un minuto antes, España rozó el segundo en una jugada de laboratorio: córner en corto de Isco para Silva, pase atrás a Ramos, remate salvado por Rezaeian desde el suelo sobre la línea y un barullo considerable que el árbitro resolvió con falta de España cuando pareció más claro el penalti de Irán. Con más espacios y Marco Asensio por Lucas Vázquez, España pudo sentenciar, pero también temió por el empate en la mejor jugada iraní: caño de Amiri a Piqué y centro para la llegada franca de Taremi, que cabeceó alto. Respiró entonces España.