Isco Alarcón firmó ayer miércoles en Kazan la segunda actuación sobresaliente del Mundial de Rusia 2018. Isco es malagueño, como su seleccionador, Fernando Hierro. Isco, es de Arroyo de la Miel, Hierro, de Vélez Málaga. Y para Hierro, Isco es de sus jugadores favoritos.

Son todos iguales a la hora de entrenar, pero Isco es especial para Hierro. Coinciden en el perfil de sus trayectorias. Isco salió muy niño de Benalmádena, a los 14 años, para jugar en el Valencia y crecer en la Ciudad deportiva de Paterna. Hierro también salió de casa de juvenil hacia Valladolid, donde le tuteló su hermano Manolo, que jugaba de titular en Pucela.

Isco está en el mejor momento de su vida. Su repertorio de fintas y regates ayudó a tumbar a Irán, un equipo sólido, con sello de entrenador de autor, explotando al máximo sus opciones, con jugadas a balón parado espectaculares que casi dan el susto a España.

Isco va sumando poderío en el equipo. Tiene la confianza del entrenador, aquí no ha discusión, como en su tiempo sí la hubo en el Real Madrid. En la selección es indiscutible. Y el chico lo nota. Da prisa y pausa al equipo, con libertad de movimientos, y con arte incluso para exhibir estrategia de mago en un córner, con la complicidad de Silva, que regaló la exclamación de asombro al público.

Se le ve cómodo en los costados buscando a Jordi Alba, pero también apelando a la diagonal de Lucas Vázquez o Asensio en la recta final. Su giro de tobillo, a la hora de pase, es un regalo para el compañero y tras la primera semana del Mundial, Isco se asoma ahora mismo a la cima para disputar a cualquiera el título de mejor jugador del torneo.

Carlos Queiroz ha fabricado un equipo sólido. Ya entiende todo el mundo por qué no encaja goles. Hay que ser más respetuoso con los rivales en un Mundial. El torneo no es ninguna broma. El triunfo de España permite respirar al equipo. Ver a Diego Costa crecer como goleador, levantarse a De Gea y rearmarse para despedir la primera fase intentando marcar el máximo número de goles a Marruecos.