Cuando la noche anegó el circuito de La Sarthe, todo estaba perdido. El Toyota TS050 Hybrid número ocho, el que pilotaban Fernando Alonso, Sébastien Buemi y Kazuki Nakajima, circulaba a dos minutos y veinte segundos de su prototipo gemelo, el pilotado por Mike Conway, Kamui Kobayashi y José María "Pechito" López con el número siete en el capó. Era la una y media de la madrugada y Alonso se subía al coche para hacer su relevo nocturno. No había muchas expectativas en que pudiera reducir esa distancia y en el equipo Toyota tampoco había demasiado interés en que la larga noche de Le Mans, el momento más peligroso de las míticas 24 horas, se convirtiese en escenario de una lucha a cuchillo entre sus dos representantes. Pero los planes del español eran otros. Lo que pasó en las siguientes dos horas y media sobre el asfalto francés es ya historia del automovilismo.

Fernando Alonso ganó ayer las 24 horas de Le Mans, la prueba de resistencia por antonomasia y una de las carreras que pueden lucir sin pudor el calificativo de "mítica". Dakar aparte, sólo el Gran Premio de Mónaco y las 500 millas de Indianápolis, las otras dos pruebas de esa "triple corona" que ansía Alonso, están al nivel de la prueba francesa que ayer conquistó. Lo hizo protagonizando una carrera impecable, liderando a su equipo en los peores momentos y protagonizando una remontada épica que dejó a todos los presentes en La Sarthe con la boca abierta. En la noche de Le Mans brilló más que nadie.

En sus primeras horas, la carrera había respondido a las previsiones. Los Toyota se mostraron intratables desde los primeros giros, y pronto se distanciaron del resto de equipos en liza en la categoría superior, la LMP1. A media tarde del sábado, el equipo de Alonso cobró una buena ventaja gracias a un pinchazo lento en el otro Toyota. Entre medias, la salida del "Safety Car", tras un accidente de uno de los coches del equipo de Jackie Chan, que competían en LMP2, benefició al Toyota número 8. En Le Mans no sale un único coche de seguridad, sino que son tres los que dividen al pelotón, en función de la distancia entre los competidores. Los dos Toyotas cayeron en filas distintas y, cuando el "Safety Car" abandonó la pista, el equipo de Alonso sacaba más de un minuto a su rival.

Los demás, a un mundo

La renta quedó en nada tras un nuevo pinchazo, esta vez en el coche del asturiano, y otra salida del coche de seguridad. Atardecía en La Sarthe y los dos prototipos nipones se alternaban en cabeza. Los dos Rebellion circulaban ya dos y tres vueltas por detrás. Al final de la carrera, el tercer clasificado, el prototipo pilotado por Mathias Beche, Gustavo Menezes y Thomas Laurent, habría sido doblado hasta doce veces por el Toyota número 8.

La carrera cambió de forma radical a partir de la medianoche. Buemi comenzó a perder tiempo frente a un consistente Mike Conway. Cuando la ventaja superaba el medio minuto, el piloto suizo cometió un error gravísimo, que parecía definitivo: rodó más rápido de lo permitido en una zona con limitación de velocidad. La acción le costó al Toyota 8 un "stop and go" de 60 segundos. Cuando Buemi volvió a pista, perdía más de dos minutos respecto al otro Toyota.

El suizo acabó su relevo a la una y media de la madrugada. Era el turno de Alonso, que había lucido un gesto de preocupación en boxes. Estaban a dos minutos veinte segundos del otro Toyota y la escudería, traumatizada tras perder en 2016 la carrera en los últimos minutos, tampoco era partidaria de correr riesgos en plena noche, en el tramo más peligroso de las 24 horas.

No contaban con el hambre de Alonso. Sin saberlo, habían soltado a un tiranosaurio en el zoo. Alonso impuso un ritmo infernal, con tiempos similares a los que sus compañeros y rivales marcaban a media tarde, y con una consistencia extraordinaria. Completaba cada giro entre 3'17'' y 3'20'', mientras Conway precisaba entre dos y tres segundos más. Las cuatro tandas de once vueltas que completó el bicampeón de Fórmula Uno durante ese relevo son increíbles: 37'00'', 37'54'', 36'54 y 38'10''.

Tras cuarenta minutos de castigo, Conway cedió su asiento a "Pechito" López. El triple campeón del mundo de Turismos era la gran esperanza blanca para su equipo, pero Alonso lo devoró. El español ya le había arrancado las pegatinas por la tarde, con un adelantamiento memorable, pero lo que le hizo en la madrugada fue hasta humillante. El argentino era incapaz de contener la hemorragia. La actuación era de tal calibre que su equipo le ofreció hacer cuatro "stints". Alonso no dudó.

Cuando se bajó del coche, al filo de las cuatro de la madrugada, la desventaja inicial de 2'20'' había quedado reducida a sólo 38''. Además, había logrado espolear a Nakajima y Buemi y había conmocionado de tal modo a sus rivales que encadenarían errores el resto de la prueba. Nakajima remató la remontada con paciencia, poniendo al número 8 en cabeza cuando amanecía en La Sarthe, y Buemi abrió brecha en su siguiente relevo aunque volvió a sufrir una sanción por exceso de velocidad. Un error que no tuvo consecuencias al recibir el otro Toyota el mismo castigo.

Cuando Fernando Alonso retornó a pista, le tocó gestionar una ventaja ligeramente superior al minuto. El asturiano se limitó a calcar los tiempos de "Pechito" López, de nuevo su compañero de baile, a la espera de un error de su rival. Llegó, en forma de trompo, y la distancia entre los dos coches se disparó por encima del minuto y medio.

Fue un momento clave, pero el gran error lo cometería Kamui Kobayashi, en el último relevo de la prueba: el nipón se pasó de vueltas y no entró a boxes tras completar las once de su "stint". Se quedó sin gasolina, lo que le obligó a completar ese giro de más a una velocidad muy reducida y, para colmo, minutos después recibió una sanción por superar el número de vueltas permitido por tanda. En resumen: perdió más de vuelta y media respecto al prototipo gemelo.

Toyota tenía su triunfo soñado, un doblete con el que restañar las heridas de 2016, y lo escenificó a lo grande, con dos pilotos japoneses cerrando la prueba a lomos de sus coches. Pero el triunfo tenía el sello de un samurái español que, cuando todo parecía perdido, encendió la noche en Le Mans.