España no ganó, pero mostró carácter y orgullo en medio de la tormenta. Tal vez esta circunstancia sea mejor noticia que el propio resultado ya que la selección despejó cualquier temor que hubiese en el ambiente tras el sainete provocado por el despido esta semana de Julen Lopetegui. Lejos de enviar un mensaje inquietante y destructivo, los de Hierro se comportaron con madurez y personalidad para arrancar un empate corto para sus méritos pero inmenso para la confianza. Solo una fiera competitiva como Cristiano Ronaldo, autor de tres goles (el último de ellos a dos minutos del final), impidió que la tarde fuese redonda y reforzase aún más a un grupo que solo puede reprocharse los tres errores individuales que facilitaron los goles portugueses. El resto fueron razones para confiar en que el viaje de los españoles por Rusia dure más de lo que pensaban quienes temían que el adiós del seleccionador supondría el punto de partida para toda clase de calamidades.

Y eso que la noche parecía diseñada por alguna mente perversa para medir la resistencia mental y el encaje de los hombres de Fernando Hierro. Difícil encontrar una serie semejante de desgracias en un primer tiempo que arrancó con un penalti absurdo regalado por Nacho (que llegó tarde a un cruce, algo que Cristiano aprovechó para dejarse caer) y que se cerró con un fallo garrafal de David De Gea que reanima el debate sobre su titularidad en la portería de la selección. Para entonces el equipo de Fernando Hierro ya se había recuperado del mazazo inicial. Fue cogiendo poco a poco el ritmo, ganándole metro a metro a los portugueses que con ventaja en el marcador dieron tres pasos atrás. Con esa lluvia de mediapuntas que ha caracterizado a este equipo (Isco, Iniesta, Silva e incluso Koke si me apuran) España se apropió de la pelota y fue generando situaciones de peligro en el área de Rui Patricio. Portugal se metió en el caparazón y lo confió todo a agarrar los rechaces y aprovechar las desatenciones españolas para contragolpear con peligro. Fue su solución y su amenaza. Pero cuando España ajustó ese detalle el dominio se hizo aplastante y los de Hierro rozaron la remontada tras jugar veinte minutos muy buenos. Marcó Diego Costa el empate en una acción en la que tumbó a Pepe en el cuerpo a cuerpo y luego dejó con el molde al resto de la defensa portuguesa con una sucesión de amagos y recortes. El disparo, cruzado y raso, fue la guinda de una jugada primorosa. Y con el empate España rozó el segundo en un disparo de Isco al palo (que botó en la línea de gol) y en tres remates de Silva dentro del área. Pero entonces, cuando se abrían las puertas del vestuario, llegó el disparo lejano de Cristiano al que De Gea respondió con las manos blandas de un alevín. Un error terrible que convierte al meta en el centro de las miradas en la selección. No es el primer error grave que comete.

Otra vez le tocaba remar a los de Hierro. Otra piedra en una mochila que ya iba suficientemente cargada. Pero el equipo volvió a responder con solvencia. Con el libreto siempre claro, el del toque, España envió a las cuerdas a Portugal y allí se puso a buscar golpes decisivos. Otra vez acertó Diego Costa para culminar una buena acción de estrategia y reivindicarse una vez más. A España se le afiló el colmillo y Nacho puso al equipo por delante tras enganchar un remate asombroso desde fuera del área. El partido estaba en los pies de Isco y de Busquets, que hicieron suyo el estadio de Socchi. Plantaron a la selección en el campo de los portugueses que seguían sin encontrar otra solución que la del balón largo y esperar que Cristiano Ronaldo fabricase un gol de la nada. No había otro plan. Al equipo de Fernando Hierro solo se le echó de manos un poco más de profundidad y de hambre por encontrar el cuarto gol. Organizaron un rondo gigante en el medio del campo, un delicioso ejercicio estético, pero por momentos dieron la impresión de olvidarse de ejecutar a un rival que esperaba agazapado. Solo una llegada del incansable Alba generó una oportunidad en ese tramo que Diego Costa no acertó a rematar con claridad.

Portugal comenzó a reunir delanteros en la alineación mientras Hierro daba aire a algunos de sus jugadores. Fernando Santos no encontraba un camino hacia el área de De Gea más que el balón parado y los melonazos en largo. Parecía que el partido dependía de que España no cometiese un error, no regalase una situación de peligro a su rival. Entró Thiago y poco después lo hizo Iago Aspas (un momento histórico para él y para el Celta) con la intención de que el moañés encontrase algo con la aparición de nuevos espacios. España no subía de pulsaciones, tenía el partido controlado, juguetaba con los portugueses, pero el fútbol aún le esperaba con una última bofetada. Sucedió a dos minutos para el final. Un balón de espaldas a Cristiano, completamente cerrado, acabó con una absurda falta cometida por Piqué. La situación no lo requería. El portugués sintió el contacto y se desplomó. Rocchi pitó. El jugador del Real Madrid se perfiló y colocó el lanzamiento de falta en la escruadra izquierda de la portería de De Gea. El portero del Manchester United asistió inmóvil a la escena. Puede que la colocación de la barrera no hubiese sido la ideal, pero es complicado encontrar un lanzamiento más perfecto por parte del astro portugués que firmaba un triplete en el estreno en el torneo. La prueba de su carácter y hambre. Ayer Portugal fue él. Estuvo en todas las acciones de su equipo, se peleó con todo el mundo y ganó la mayoría de duelos directos. A su alrededor pocos compatriotas dijeron alguna cosa.

El partido murió en ese momento. España ya no tenía piernas para buscar el cuarto gol, tampoco Portugal se preocupó en exceso por encontrar otro tesoro. Bastante tenía a juzgar por sus méritos. Los dos equipos dieron por bueno el punto en el estreno mundialista y se citaron (si el torneo les sonríe) para la final. España cerró el día con un punto pero con una colección de buenas noticias cuando a su alrededor todo eran dudas y temores tras lo sucedido con Lopetegui.