Cuando Cristiano Ronaldo metió el gol de chilena que dejó asfaltada a la Juve y, tras un instante, el Allianz Stadium se levantó para aplaudirle, le pregunté a Andrea Pirlo, il regista, que estaba sentado al lado: ¿Messi o Cristiano?

Entre que seguía pensativo por lo que acabábamos de presenciar y todavía no terminábamos de creer y que no sabía quien era el que hacía la pregunta, su respuesta fue: "Uguale". No se contagió del éxtasis ni perdió la compostura. Aguantó silente como el "líder que hablaba con sus pies" y marcaba goles desde 30 metros de la portería rival.

Con su respuesta, "il Metrónomo", apodado así por la forma en que establecía el ritmo del equipo, me recordó lo que en su día opinó sobre la presión: "No la siento. Me importa un comino. Pasé la tarde del domingo durmiendo y jugando a la playStation. A la noche, salí y gané la Copa del Mundo". El autor de la autobiografía "Penso quindi gioco (Pienso, luego juego) sigue siendo, con un estoicismo a prueba de selfies, un filósofo no impresionable.

El reencuentro con la ciudad a la que no venía hacía años, con sus soportales de capital de provincia y la presencia inmortal de los Saboya (a la alcaldesa grillina no se la pasará por la cabeza aplicar la memoria histórica), me alentó a despertar las huellas de un insigne piamontes: Gianni Agnelli, l'Avvocato.

La última vez que le vi fue en 1989, en el funeral de Alberto Marone-Cinzano, fallecido tras un accidente de tráfico, cuando se dirigía a una finca de Almadén (Ciudad Real), donde iba a participar en una montería junto al rey Juan Carlos. Presidente de la fábrica de bebidas más antigua de Italia, fundada en 1757, estaba casado con Cristina Camerana, prima hermana de los Agnelli.

De luto riguroso, a cuerpo como en Castilla, abrigado del viento alpino del otoño por un sencillo chaleco gris de lana, el presidente de la Fiat, llegó a Santa Vittoria d' Alba, donde se celebró el funeral, acompañado por su nieto Giovanni, y escoltado por algunos amigos, una discreta guardia de corps y la admiración reverencial de quienes se iban acercando al "rey sin corona".

El funeral, con Obispo incluido, se celebró en un cobertizo de la fábrica, único sitio donde poder acoger a tanta gente, a caballo entre la liturgia del antiguo régimen y los velatorios tradicionales, sin cánticos ni música y los señores de negro de la cabeza a los pies.

Su rostro grave ya delataba los dolores que le martirizaban y el simple gesto del vaivén de sus pulgares marcando los límites del chaleco, ofrecía una imagen que el tiempo ha dejado intacta en mi memoria.

Con 83 años, enfermo de próstata, el corazón dañado, postrado en una silla de ruedas y físicamente irreconocible vivió los últimos días, recluido en "Il Castello", una residencia de verano, del Settecento (siglo XVIII), situada en Villar Perosa, la cuna de los Agnelli, a 150 kilómetros de Turín y lugar de entrenamiento de la Juventus hasta los años ochenta.

Lejos quedaban las conquistas del gran seductor, el glamour de los caballos, los jets, el helicóptero blanco. El jefe de la dinastía "siempre supo adivinar el gobierno que vendría y como todos los reyes, nunca se arriesgó políticamente en primera persona". El estadista en la sombra, que fue il regista de una de las cinco empresas automovilísticas más potentes del mundo, "entendió que el automóvil no podía ser un artículo de lujo", y tuvo tiempo de ser dueño de un club de fútbol, la Juventus, La Stampa, el periódico de Torino, y la rugiente Ferrari.

L'Avvocato, que tenía grandes cocineros en casa, prefería picotear, jamón crudo toscano con un Polgio al Vento, que entretenerse en largas comidas. Frecuentaba, sin llegar apenas a sentarse, "Il Gatto Nero", un lugar inadvertido donde hay que llamar para que te abran, "por razones de seguridad".

El "mejor restaurante de Torino" es un sitio recoleto, no demasiado elegante, con un ambiente cálido y acogedor, donde cerca de la chimenea sigue la mesa reservada para él.

Allí se han dado cita italianos de época: Marcello Mastroianni, el más asiduo, Ornella Vanoni, Luigi Einaudi, Vittorio Gassman, Patti Bravo, Sandro Pertini, Rita Pavone, Sivori, Pirlo, Buffon, Dino de Laurentis?

La familia Vannelli, con Andrea, el nieto del fundador, al frente de este grande de la cocina italiana, con una fórmula: platos sencillos de gran calidad: Vermicelli con Vongole Veraci, Tortellini alla Panna, Nodino di Sanato al Burro e Salvia, Vittello alla Castellana al Prosciutto, Bocconcini di Pescatrice?

Parada obligada, antes del partido, en la Piazza della Consolata, en el Caffé Al Bicerin, (el vasito), recomendación de José Manuel Vaquero y reliquia de las confiterías turinesas del Ottocento (principios del siglo XIX).

Frente al santuario de la Consolata, este lugar de culto tiene el encanto de los sitios únicos. En este caso, tomar una bebida de invierno, mezcla dulce y amarga a base de café, chocolate y crema de leche endulzada, en un local minúsculo donde, para entrar hay que hacer cola, hasta que se despeja una mesa donde poder sentarse. Pero no hay que inquietarse por ello. También tuvieron que armarse de paciencia Alexandre Dumas, Puccini y Nietzsche.

El agua obstinado no ha logrado apaciguar el griterío enardecido de la Tifoseria de la Juventus (12 millones de aficionados, la mayor del fútbol italiano). Los 180 millones de partidarios en todo el mundo con que cuenta el equipo turinés, da idea de la armada inexpugnable.

La rovesciata de Cristiano, un gol de cineteca, lo aplaudió hasta la Curva Filadelfia, el sector donde se congrega el mayor número de fanáticos del estadio, que, tras el baño de humildad, reconoció con deportividad la realidad de los hechos: "Una victoria intachable y justo tributo para un fenómeno absoluto. La Juve ha perdido contra un equipo decididamente estrepitoso. El Real está fuera de la naturaleza humana, es de otro planeta".

El comandante Sáez, que pilota el Airbus que lleva al equipo rumbo al Adolfo Suárez Madrid Barajas, ha felicitado por megafonía al Real Madrid, tras el recital de juego y elegancia, marca de la casa, esta vez en uno de los campos del continente europeo donde resulta más difícil ganar al equipo local.