- ¿Cómo asume el revuelo que ha causado la revelación de sus problemas económicos, que el teléfono vuelva a sonar como cuando era atleta pero por una razón muy diferente?

- Te trasladas a aquella época. Es cuestión de aceptarlo. Pensé que no sería capaz de hacerlo. Durante los primeros días sentí vergüenza de que la gente se enterase de que una atleta que llegó a donde llegó tenga que sobrevivir con ese dinero; vergüenza de salir a la calle. Lo hablé con mi psicóloga, que todos empezarían a mirarme y tal. Al recibir el apoyo de gente que me veía como soy, que me respetaba como Julia Vaquero, como la persona que soy, cambió mi opinión.

- ¿Ha obtenido una respuesta positiva por parte de su entorno?

- A lo mejor también me monto yo historias en la cabeza. Tengo muchos prejuicios, le doy muchas vueltas a las cosas. Esta historia lleva por ahí quince días. Los primeros que me llamaron o mandaron mensajes fueron atletas, como Rocío Ríos, Vanesa Veiga, Estela Estévez, Ana Amelia Menéndez? Después amigos y personas que estudiaron INEF conmigo. Con uno estuve tres horas hablando. Todas estas personas me preguntaron: "¿Qué podemos hacer por ti?". Me hizo sentir arropada, querida, que yo no dejaba de ser Julia y veían injusto que solo tuviese ese paga por el esfuerzo de lo que hice. Una amiga me dijo que montaría una plataforma reivindicativa. No sé qué pasará con todo esto.

- ¿Cómo llega a fin de mes?

- Gracias a mi madre y a su marido, Manolo, que me están ayudando. Ellos pagan los gastos de la casa. Si tuviese que pagarlo todo yo con 369 euros, sería imposible sobrevivir. Y del divorcio, aunque traumático, algo me quedó; una especie de colchón que va disminuyendo.

- ¿Cuándo analiza su situación, a quién culpa o a qué lo atribuye?

- No sé si tengo que aprender alguna lección de la vida. Si corrí tanto fue porque siempre hubo personas detrás que me ayudaban. Yo empecé corriendo sola de niña y me llamaban loca. Lo dejé durante un año tras la muerte de mi padre. No tenía ánimos para correr ni nada. Luego no sé qué pasó, decidí volver. Pasé varias fases. Fui ganando campeonatos a pesar del complejo que yo tenía con mi físico. Estaba gordita. Recuerdo una foto en la que parecía una lanzadora. Tenía capacidad de sufrimiento. La tengo bastante elevada en el baremo. Así fui metiéndome más en serio. Confié en Ortega. Lo importante era llegar a sénior si quería destacar.

- ¿En esa época inicial correr, además de ser algo que se le daba bien, era también una forma de aislarse de la tristeza, de sentirse libre?

- Exactamente. La muerte de mi padre supuso un trauma. Entonces no teníamos medios para ir a un psicólogo ni nada. Correr fue una válvula de escape para expulsar toda la negatividad, el sentimiento de frustración, de odio, de dolor. El atletismo me ayudó a superarlo.

- Ahora ya no corre. ¿Lo añora?

- Quedé muy cansada. Soy muy perfeccionista, exigente conmigo misma. No necesitaba que el entrenador me echase broncas si un entrenamiento salía mal. Ya lo sabía y me castigaba yo misma, me rebotaba y eso me hacía sufrir. Me quemó psicológicamente. No me gustaba perder. Era yo, yo, yo; pensar solo en ganar. Era competitiva. Quería ser la mejor. Lo llevaba dentro. Si hacía algo, debía hacerlo bien. Me pasaba igual con los estudios. He estado compitiendo conmigo misma desde muy temprano. En mi casa no había dinero. No podía estudiar una carrera. Tenía que ponerme a trabajar como empleada del hogar o en el campo. Y yo lo odiaba. Vi cómo mi abuela se sacrificó toda la vida, se reventó y con un minifundio no consigues nada. Ser pobre era un lastre para mí. Yo quería subir en la vida, avanzar. Antes en la sociedad había estamentos. Se valoraba a la persona por su capacidad económica. Me sentía mal. Mi autoestima estaba relacionada con eso. Los ricos en A Guarda pasaban de mí, no me hablaban. Yo apreciaba esas cosas. Las personas con enfermedades psicológicas tienen un instinto más desarrollado para ver detalles a los que otros no darían importancia. Surgió lo de correr. Cuando empecé a conseguir éxitos, esa gente con dinero, que se creía superior, me habló. No me gustó nada, aunque hablase con ellas por educación. Yo era además tímida. Al andar en este mundo espabilas y te vuelves más abierta.

- Y al cabo de tanto corriendo contra la pobreza se encuentra con una pensión de 369 euros. ¿Cómo se enfrenta a su carrera? ¿La recuerda con añoranza, alegría, rabia?

- Tienes mucha rabia. Piensas a dónde llegaste y cómo te ves. Me vuelvo a sentir pobre, como cuando me avergonzaba de pequeña. Esa sensibilidad te hace descubrir cosas en las miradas. Quizás eso mismo me daba fuerza para luchar en el atletismo.

- ¿Pero es capaz de disfrutar de todos sus logros?

- Algo lo echo de menos. Pero a la vez es tan duro, sufres tanto. Hay que hacer muchos sacrificios: entrenar lloviendo, chapotear en el barro del cross? La pista no me gustaba, me producía sensación de agobio estar allí metida. Antes tenía tendencia a engordar. Me tenía que cuidar mucho en el tema de la alimentación, que era otra cosa que me quemaba mucho. Eso pudo llevarme a la anorexia o la bulimia. Tuve momentos críticos. Lo considero un trabajo duro. Y como yo soy tan perfeccionista, gasté toda mi energía en ello y en el estudio. Soy cuadriculada. Lo quería hacer todo y todo bien al mismo tiempo. Quedé tan agotada de ese mundo que quería explotar. Lo que quieren la Federación y el Comité Olímpico son resultados para salir y decir que España tiene un gran nivel en atletismo.

- ¿Qué solución cree que puede haber a casos como el suyo?

- Algunas personas me han hablado de que la Ley del Deporte estaba mal enfocada y que un atleta no debería estar tan desamparado. Las cosas tienen que cambiar. Ganas algún dinero pero bajo presión. Cada año tienes que lograr los registros para mantener la beca. Las marcas deportivas te exigen logros determinados para acceder a ciertos premios. Tienes miedo a las lesiones, a pasarte de forma. Yo siempre viví estresada. Les pasa a muchos, en otros trabajos. Pero la mayoría de la población está afiliada a la seguridad social, que es lo que vale como estabilidad económica en el futuro. Existe un modelo italiano, donde los deportistas son como funcionarios del Estado y están arropados, tienen seguridad social y apoyo institucional. Eso te da más tranquilidad. Lo normal sería que diese clases, pero no me veo con fuerzas ni bien preparada. Pasaron muchos años, hay otras formas de entrenar, de dar clase, de reciclarse. Perdí esa capacidad de querer aprender y más cuando estás depresiva. Quedé quemada y saturada del deporte.

- Padece trastorno bipolar.

- Estás eufórica o deprimida. Cuando estás eufórica tienes más ganas de salir, de relacionarte; cuando estás deprimida, te metes en casa, se te nota en la expresión y no te apetece oír "tienes que animarte". No es tan fácil. Debo tomar medicación para estar estable. Me costó aceptarlo y tener que tomar pastillas toda la vida. Tiene que pasar un tiempo para asimilarlo. Incluso dejé de tomar la medicación durante meses y me comporté mal con algunas personas, les hice daño. Luego llegó el bajón. Llegas al fondo y no tienes fuerza. Durante mucho tiempo cargué con esa mochila. Con la atención psicológica empecé a entender muchas cosas. Por otra parte, yo no pude tener una adolescencia normal y en ese momento me comporté como una adolescente rebelándome contra todo. Ahora aún tengo mejores y peores momentos. Necesitas personas que tiren de ti. Soy muy sensible a los cambios de estación, por ejemplo. Y la exposición sobre mi carrera ha removido muchas cosas del pasado. Es la ocasión de trabajar sobre ellas.

- También decidió hacer pública su dolencia mental. ¿Está satisfecha de esa decisión?

- A veces sí y a veces no. Algún compañero con trastorno bipolar no estuvo muy de acuerdo porque hablé de mi vida privada o no fui discreta. Me arrepentí porque pensé que mucha gente se apartaría de mí, existen muchos prejuicios contra las enfermedades mentales. Era mi miedo. La ciencia ha ido avanzando y existen medicamentos que controlan a esas personas. Algunos te entienden. Otros cuchichean: "Mira, esa tiene un trastorno bipolar". Te llaman loca.

- Pero también muchos le agradecen que haya contribuido a visibilizar y normalizar la situación de las personas que sufren este tipo de enfermedades.

- Es verdad. Personas con depresiones, incomprendidas incluso por sus propias familias, me han dado las gracias. Pero luego, por momentos, me siento un poco señalada y creo que algunos se apartan de mí. Me afecta de las dos formas, positiva y negativamente.

- ¿Qué espera del futuro?

- Tengo miedo. Me asustan evidentemente los 369 euros; me asusta que no estén mi madre y Manolo, que son los que pagan los gastos; cómo haré cuando ellos falten con mi hija, que es lo más importante. Dicen que José Ramón Lete quiere solucionar la Ley del Deporte. Pero esas cosas tardan tanto que no sé si llegará a tiempo para mí. Se necesita una solución para todos, también para los chicos que ahora empiezan.