El británico Chris Froome (SKY) saldará hoy en Madrid una deuda pendiente con la Vuelta a España, que entrará por primera vez en su palmarés, después de tres segundos puestos (2011, 2014 y 2016), un abandono en 2015 y el control casi de principio a fin de la general en 2017.

Desde la tercera etapa, la primera de montaña, los 158,5 kilómetros que unieron Prades y Andorra La Vella, cuando su ataque demostró que, por mucho que hubiera ganado el Tour de Francia un mes antes, quería su Vuelta, o desde las aceleraciones rotundas en Alcossebre, en Xorret del Catí, en la Cumbre del Sol...

Y hasta ayer sábado en el temible e impresionante Alto de L'Angliru, en el que ganó Alberto Contador y en el que Froome y su equipo nunca temieron por el maillot rojo de la general, y hasta hoy en las calles de Madrid, el homenaje al ganador.

Líder en 19 de las 21 etapas, incluida este domingo, todas menos las dos primeras jornadas -una contrarreloj por equipos y una llana-, vencedor del día en dos ocasiones en la actual edición, la última en la crono del pasado martes en Logroño, es un triunfo que tuvo más discusión sobre el asfalto que efecto en la clasificación general.

Porque Froome, con ventajas que no han bajado de los 59 segundos desde la undécima etapa, ha sufrido por momentos. En la duodécima, por ejemplo, cuando padeció dos caídas en la bajada hacia la meta en Antequera y perdió entonces 42 segundos con Contador y 20 con Vincenzo Nibali; los dos corredores, sobre todo el primero, que más pusieron a prueba con sus ataques la firmeza de líder del Sky.

Y en las durísimas e impactantes rampas del Alto de Los Machucos, cuando primero el madrileño y después el italiano sometieron al corredor británico a un ejercicio de supervivencia que completó agarrado a la rueda de Mikel Nieve. "Si soy sincero, me gustaría no volver a ver nunca Los Machucos", dijo después Froome, que descubrió algún síntoma de debilidad de los que se recompuso de inmediato.