A Angel María Villar lo sacan de la Federación Española el trabajo de la UCO de la Guardia Civil y la denuncia de Miguel Ángel Cardenal. Lo triste es que no lo hace la gente del fútbol, los que durante treinta años han visto de cerca cómo el bilbaíno convertía la Federación Española en su chiringuito particular. Para ellos, aquellos a quienes se les supone más interés en cuidar su deporte, nunca existió motivo suficiente para abrir las ventanas del organismo y dejar que entrase algo de aire limpio. Ocho veces le votaron, la última hace solo un par de meses. Ocho veces clubes, futbolistas, territoriales, árbitros o entrenadores avalaron su gestión, le prestaron su respaldo de forma apabullante. Ocho veces quienes intentaron levantarse contra él solo encontraron puertas que se cerraban, promesas que no se cumplían y votos que cambiaban de signo de forma repentina.

Villar ha gobernado durante treinta años sin nadie que le hiciese frente. Cuando se vio en problemas en 2008 porque Jaime Lissavetzky quería obligarle a convocar elecciones trajo a Madrid a su amigo Blatter para poner firme a un gobierno entero con la amenaza de apartar a la selección española del Mundial. Y se acabó el problema. Así era Villar. Un intocable hasta que la denuncia de Miguel Angel Cardenal (hoy liquidado políticamente) llegó a la Guardia Civil. Mientras tanto, el fútbol seguía votándole. Eso les acompañará.