Eran poco más de las ocho de la mañana de ayer cuando la caravana celtista entraba en Vigo. Con la desilusión y el cansancio marcado en el rostro, los cerca de setecientos aficionados que alentaron al equipo celeste en su duelo ante el Alavés, regresaban a casa 24 horas después, cuando los ánimos y las esperanzas daban gasolina a su viaje.

Casi todos los hicieron a tiempo de llegar a sus obligaciones. Con la pena a cuestas se dirigieron desde Balaídos a sus puestos de trabajo o a sus centros de estudios (muchos de ellos tenían que ir a clase). El viaje, tras la euforia de la ida, se hizo en silencio. Como impone el cansancio y la derrota. Hubo un tiempo para el debate sobre las decisiones del entrenador, sobre los errores puntuales durante el partido, sobre la oportunidad perdida. Pero también se habló de la esperanza que viene, de la Liga que regresa el domingo, de la eliminatoria contra el Shakhtar que asoma ya a lo lejos y que podría volver a levantar el ánimo en una afición que ahora mismo está seriamente tocada.

Se despidieron unos de otros con la esperanza de que no sea la última vez esta temporada en la que el celtismo tenga que organizar una nueva movilización para apoyar al equipo en una gran cita. Sería una magnífica señal, la oportunidad de desquitarse de la mala noche vivida en Mendizorroza, donde todo resultó extraordinario, excepto el resultado.