El celtismo ya tiene otra noche negra de la que acordarse cuando quiera fustigarse. Un ardiente Mendizorroza enterró el sueño de alcanzar la cuarta final de Copa del Rey tras un partido aciago en el que los vigueses se vieron superados por la responsabilidad y cayeron víctimas de sus miedos y de la filosfía con la que encararon esta eliminatoria. Porque hubo mucho de renuncia, de traición a un estilo en esta dolorosa derrota.

El Alavés hizo mucho más grandes sus virtudes y el Celta disimuló las suyas, jugó a otra cosa, más preocupado por el rival que por sí mismo y en ese traje está visto que no se siente cómodo. Lo apuntado hace una semana en Balaídos se agravó en el encuentro de ayer y puso de manifiesto que el grupo de Berizzo no se siente feliz esperando al rival.

El Alavés fue inclinando el partido hacia el área del Celta, con su intensidad y dominio del espacio ante un Celta al que cada vez le costaba más respirar. A falta de nueve minutos, cuando la prórroga asomaba al fondo, Edgar aprovechó una descoordinación defensiva del Celta para colarse entre todos los defensas y cruzar el remate ante Sergio. Era el cruel epílogo para una eliminatoria que el Celta recordará por su intensidad, pero no por su juego, y en la que pagó caras sus muchas concesiones.

Los de Berizzo nos han acostumbrado a jugar sin freno, a no medirse en ocasiones. Y ayer vivieron pendientes de la calculadora. Es lo que tiene vivir con la final y la eliminación tan cerca. A un solo gol. Y no es fácil gestionar esa situación. Convencido estaba el técnico de que encontrarían esa oportunidad, ese instante de lucidez para inclinar el partido a su favor. Tal vez por eso prefirió sujetar al rival y volver a fortalecer su medio del campo renunciando a un punta. Wass cayó a la derecha (frenar a Theo Hernández volvía a ser una prioridad) y en el medio operaban Marcelo Díaz, Pablo Hernández y Radoja. Ninguno de ellos estuvo al nivel. Ahí empezó a hacer aguas el Celta que fue incapaz de proponer nada durante todo el primer tiempo y se fue metiendo en la tela de araña del Alavés. Siempre ordenados los vitorianos, sacando provecho de los balones divididos, atacando el espacio a la mínima ocasión. El naufragio de los centrocampistas convirtió a Bongonda y Aspas en dos islas remotas que tenían que buscarse la vida por su cuenta. Y el moañés, puro instinto y que tantos problemas ha solucionado cuando han venido mal dadas, pese a todo se fabricó él solo dos ocasiones que pudieron cambiar el destino de la eliminatoria. Fue el único chispazo de lucidez de los vigueses en toda la noche. En la primera se encontró un balón en el área ante Pacheco y colocó el balón con habilidad en dirección al segundo palo, pero el portero extremeño -uno de los responsables de la eliminación del Celta por sus intervenciones soberbias en los dos partidos- la desvió con la punta de los dedos. Minutos después el internacional buscó una vaselina lejana tras recoger un balón en la línea de medios del campo vitoriano. No imaginaban los célticos que ahí se acabarían sus opciones en todo el partido. Porque los de Berizzo apenas volvieron a generar noticias en el área rival. Se dedicaron a resistir las acometidas de un Alavés que cumplió de forma fiel lo planeado por su entrenador. Llegaron poco, pero con peligro; dominaron el medio del campo gracias a su intensidad y su presión convirtió en una tortura para el Celta sacar el balón desde su defensa. Y el equipo vigués está demostrado que nunca ganará un concurso de pelotazos.

A Berizzo le quedaba la esperanza de que se repitiese lo sucedido en la ida donde el Celta aprovechó el cansancio del Alavés en los últimos veinte minutos para poner cerco a su portería. Pero a diferencia de lo ocurrido en Vigo los vitorianos no bajaron la guardia en todo el segundo tiempo. Se mantuvieron en pie, con orgullo, comiéndole cada vez más espacio a un Celta que seguía sin conectar entre líneas y que comenzaba a descoordinarse de forma peligrosa. Ante la falta de soluciones desde el banquillo los célticos multiplicaron sus errores y las llegadas del Alavés cada vez eran más peligrosas.

Los dos entrenadores, temeroros ante la perspectiva de una prórroga agotadora, se ahorraron los cambios. Le faltó arrojo a Berizzo para pegar un volantazo al partido y tratar de llevarlo por otro lado, inquietar al Alavés con un delantero más, sacarle de su plan. Se limitó a intercambiar a Pione por Bongonda. Pellegrino introdujo a Edgar por un homérico Toquero y la apuesta fue ganadora. Llevaba unos pocos minutos en el campo cuando aprovechó un error en cadena de los centrales que se fueron a buscar un balón a una zona prohibida y habilitaron un pasillo por el que el delantero se coló como un ciclón. Mallo y Jonny trataron de cerrar, pero era tarde. Edgar superó a Sergio con un buen remate y convirtió el resto del partido en una contrarreloj.

Entonces Berizzo sí cambió el dibujo. Apareció en escena Guidetti y poco después Rossi a cambio de despoblar el medio del campo. Se fue al extremo el entrenador del Celta, pero ya no tenía otra. El balón sobrevoló entonces el área del Alavés, llovieron centros que murieron en la frente de los centrales vascos y algún disparo desde la frontal del área. Fuegos de artificio. Tras un eterno descuento Mateu oficializó la muerte de un Celta que solo puede reprocharse haber traicionado su espíritu. Para llegar hasta aquí hay que ganar muchas batallas.

Más lágrimas para secar. El fútbol seguirá en deuda con un club que ha dado siempre más de lo que ha recibido.