Hay épocas de conservar o cuestionar tradiciones; hay épocas de crearlas. El celtismo ha incorporado el bengaleo a sus rutinas. Ese recibimiento al equipo nació, como tantas cosas extraordinarias que han sucedido después, de aquel último partido ante el Espanyol en la temporada 2012-2013. Pudo haber otros antes, pero aquel ejerció de primigenio. Se antojaban los fuegos de un funeral vikingo pero ya se sabe, Iago Aspas le rompió la cintura a Colotto, Natxo Insa por la escuadra la clavó... El celtismo es sabio a la hora de distinguir los signos del destino.

Desde entonces, la afición se agrupa y enciende sus bengalas para recibir al equipo cuando siente que el partido resulta trascendental, como el de ayer de Copa del Rey, sea para la competición como ayer o por la entidad del rival, como en los derbis. Una nueva costumbre, en fase de crecimiento, contagio y expansión.

Cambió la ubicación, a causa de las obras. No se formó el pasillo humano en la bajada de Manuel de Castro, sino en la conjunción de Fragoso y Val Miñor. Cientos, miles quizás, comenzaron a montar guardia dos horas antes del encuentro. A falta de hora y media compareció el equipo, justo cuando empezaban a derramarse las primeras gotas en semanas.

Fue otro el fenómeno meteorológico inaudito. El sol regresó multiplicado en decenas, pero soles rojos, pariendo niebla de sus vientres. El autobús del equipo se hizo invisible a más de dos metros de distancia.

El bengaleo tiene su música determinada. Los hinchas habían estado calentando la garganta con todo el catálogo de cánticos. Cuando comparece el equipo, sin embargo, ya solo debe sonar lo que suena: "Real Club de Vigo".