El Celta escribió una de las más hermosas páginas de su historia al meterse por segundo año consecutivo en las semifinales de la Copa del Rey. Lo hizo a lo grande, tras noquear al actual campeón de Europa en una eliminatoria que comenzó ganando con una lección táctica en el Bernabéu y que resolvió en Balaídos agarrado a la pasión y el orgullo. La prueba de que este equipo es capaz de moverse por diferentes terrenos y que en todos ellos resulta competitivo, un dolor de cabeza para el rival, la garantía de una mala tarde para cualquiera. Con sus evidentes imperfecciones, pero con ese espíritu entusiasta, casi juvenil, que le convierte en un equipo que transmite pasión por el deporte, por el juego. Lo honran a diario. Agobiado por un buen Real Madrid que no dejó de empujar hasta el último instante, al Celta resistió agarrado a su grandioso corazón. Ayer no tuvo el fútbol ni la frialdad con la pelota que le han convertido en un equipo fácilmente reconocible, pero le sobró dignidad y nervio para dejarse el alma en busca de la clasificación y para resistir a un equipo que, pese a las bajas, demostró que le sobra talento para desequilibrar cualquier partido. Pura emoción.

El Celta pareció sentirse extraño de salida. Posiblemente ese 1-2 conseguido en el Bernabéu hace una semana le obligó a salirse del plan al que está acostumbrado y que le ha transformado en un equipo sin dobleces, que siempre va de cara y que en ocasiones su exceso de honestidad le lleva a la ruina. Esta vez tenía algo que proteger desde su pitido inicial y los de Berizzo lo acusaron mentalmente. Ayudó a ello el Real Madrid que arrancó como un tiro, dispuesto a equilibrar por la vía rápida la eliminatoria y a instalarse cerca del área. Sin la pelota, sin la presión alta de otros días, el Celta trató de juntarse en su campo a la espera de un robo que le permitiese atacar la espalda de la defensa blanca, extraña con Casemiro formando pareja con Ramos. El problema es que la pelota les duró un suspiro. La tensión se vio en las continuas imprecisiones, en las pérdidas recurrentes y en la velocidad mal entendida de algunos futbolistas. A pocos se les apreció tanto el exceso de responsabilidad como a Iago Aspas. Convertido esta temporada en la llave que abre todas las puertas y en el hombre al que el Celta busca cuando se ve en apuros, el moañés se equivocó en casi todas las acciones en las que intervino en el primer tiempo. Zidane, temeroso de él, envió a Nacho a secarle y Aspas se sintió extraño. Como también lo estuvo Bongonda o Radoja. Se sostuvo el equipo gracias a la seriedad de su defensa (con mención de honor para el colosal Hugo Mallo), los pulmones de Wass y el toque que con cuentagotas aportó Marcelo Díaz.

La principal cualidad del Celta en ese tramo de dominio blanco fue reducir a la mínima expresión las apariciones del Real Madrid en el área de Sergio. Tuvo una ocasión muy clara en un centro lateral que Cristiano incrustó dos veces en los postes de la portería. Pero aquello pareció sacar al Celta de su ensoñación. Los de Berizzo fueron fieles a sí mismo durante los últimos diez minutos del primer tiempo. Suficientes para hacer pedazos la defensa del Real Madrid, poco comprometida hasta ese momento. Casilla evitó el desastre en un par de intervenciones, sobre todo en aquel disparo a bocajarro de Guidetti al que respondió con una mano espectacular. El Celta, por fin, volvió a morder en la presión, justo lo que no había hecho hasta ese momento, y el Real Madrid no supo digerir ese cambio. Aspas falló un mano a mano con Casilla y Radoja tuvo otra oportunidad clara antes de que el marcador se abriese en una jugada bien conducida por los de Berizzo y que finalizó con un rebote afortunado. Guidetti falló mano a mano con Casilla, pero el balón rebotó en Danilo -al que parece haber mirado un tuerto- y el balón entró mansamente en la red blanca.

El gol tampoco desquició al Real Madrid que seguía estando a dos goles de forzar la prórroga. Fueron poniendo cerco a la portería del Celta con el riesgo que implicaba regalar metros a los vigueses. Sergio empezó a entrar en escena más de lo conveniente para los intereses vigueses y el árbitro comenzó a convertir en falta cualquier acción que se producía cerca del área céltica. Un peligro ante un equipo como éste. Así llegó el empate. Cristiano Ronaldo engatilló un disparo colosal en el que Sergio tal vez concedió demasiado por el palo que debía defender. Con media hora por delante el Celta vivió sus peores momentos. Se sintió vulnerable. Falló Cristiano otra falta, sacó Sergio un disparo de Kroos y Ramos envió fuera un cabezazo a un palmo del portero de Catoira.

Tuvo entonces el Celta la decencia de no esconderse. No era su mejor noche, les costaba conectar con sus delanteros, acertar en el pase definitivo, pero corrieron hasta reventar empujados por su orgullo a la espera de su oportunidad. Llegó a cinco minutos del final. En una gran combinación que nació con Jozabed, que entró precisamente para eso, Wass colocó el balón lejos del alcance de Casilla. Al rinconcito. Parecía todo liquidado en ese instante, con Balaídos convertido en una juerga infinita. Pero el Real Madrid es de los equipos que hay que matar tres veces. A uno del final Lucas Vázquez marcó de cabeza el tanto del empate para poner a prueba los corazones de los aficionados y despertar a los pesimistas. Pero el Celta demostró entonces el temple que le faltó en otros momentos de la noche. Con el campo lleno de delanteros blancos, los vigueses durmieron el partido en una esquina del campo para terminar de poner la rúbrica a esta bonita historia. El Celta, tan bello como emocionante, liquidó al gigante de siete cabezas. Su gente tiene derecho a soñar.