El Celta no deja de alimentar su ambición y sus sueños mientras arranca hojas de este saturado calendario invernal por el que avanza con paso firme, tumbando rivales y haciendo frente a las dificultades que se le van cruzando en el camino. Ayer completó su cuarta victoria consecutiva en este 2017 ante un complicado y generoso Alavés para disparar sus opciones europeas -el sexto puesto se queda a dos puntos en estos momentos- y ya de paso se rearmó moralmente de cara a la eliminatoria copera que comenzará a librar el miércoles contra el Real Madrid.

Un triunfo que premió la insistencia del Celta ante un rival encomiable, bien organizado y repleto de futbolistas extraordinarios, que pese a quedarse con diez en el primer minuto del segundo tiempo apenas concedió rendijas a los de Berizzo, a quienes se vio con un punto meno de frescura e imaginación. Pero su mayor virtud fue no entregarse nunca. Insistir hasta el último aliento y fue ahí cuando encontraron el premio que tanto buscaron y que les deja en una magnífica situación liguera. Radoja eligió el mejor momento para estrenarse como goleador. El mediocentro serbio puso la guinda a los últimos dos meses en los que su importancia en la vida del equipo no ha parado de crecer. Sólo le faltaba el gol, acabar con esa racha de más de noventa partidos sin acertar con la portería contraria y encontró la hora ideal para romper ese maleficio. En el último minuto del tiempo reglamentario Radoja culminó una rápida transición conducida por la derecha por el incansable Hugo Mallo para definirse como futbolista en apenas tres segundos. Le sobró frialdad a la acción. El control, el recorte al rival que salió a su encuentro y el remate lleno de calidad, fuera del alcance de ese notable portero que es Pacheco. Un gol que le reconoce en lo individual y que premia el esfuerzo de un Celta que jamás se guarda nada.

La victoria fue el colofón eufórico a una tarde complicada para los de Berizzo que se estrellaron una y otra vez contra el buen planteamiento, el orden, el sentido en el juego y la velocidad a la contra que aplica el Alavés. Es complicado hablar de justicia o no porque la insistencia del Celta fue mucha y sus ocasiones (tuvo cuatro oportunidades muy claras, incluido un remate de Hugo Mallo a la cruceta) suficientes como para hacerle acreedor del triunfo. Pero el empate también habría hecho justicia con los de Pellegrino que complicaron desde el comienzo la vida al Celta. Llenaron el campo de obstáculos para dificultar la circulación viguesa y no dudaron a la hora de correr cuando las pérdidas de los vigueses se lo permitía. A los de Berizzo les faltó frescura en la circulación (no fue el mejor día en esa suerte de Marcelo Díaz y de Radoja) y profundidad. En gran parte fue responsabilidad de un rival bien colocado en el campo, que le cerró los espacios a Aspas -otra vez recostado sobre la banda derecha para dejar el puesto de referencia en punta a Guidetti- y dejó el ataque del Celta en manos de las escasas arrancadas de Bongonda por la izquierda y de las incorporaciones por la banda derecha de Hugo Mallo, el único que generó cierto desequilibrio a favor de los vigueses. El lateral de Marín fue una de las grandes noticias de la tarde. Bueno, lleva siéndolo desde hace varios meses. Se suponía que le esperaba un día complicado por la presencia en su sector de Ibai y, sobre todo, de ese cohete que es Theo Hernández. Pero su descaro y estado de forma hizo que fuese el Alavés quien estuviese más pendiente de sus continuas incorporaciones para ayudar a Aspas y a Wass y que al final terminarían por inclinar el partido del lado vigués.

El destino pareció guiñar un ojo al Celta justo en el arranque del segundo tiempo cuando el Alavés se quedó con diez tras una entrada desmedida de Feddal. Pero el Alavés supo reorganizarse con inteligencia. Tardó en acusar la inferioridad numérica. Cerró espacios, limitó sus salidas a la contra -aunque no renunció a ellas- y aguantó a un Celta que siempre dio la sensación de echar en falta un punto de imaginación y talento. Lo confió todo a su banda derecha donde Mallo se convirtió en un extremo más y formó una sociedad muy frustífera con Wass. Por allí inclinó el Celta el juego para ir encerrando al Alavés de forma progresiva en su área. Con la entrada del italiano Rossi Berizzo buscó un poco más de asociación por el medio, donde reinaban los centrales del equipo vitoriano, que se habían comido al trabajador Guidetti. Por pura insistencia el Celta fue generando ocasiones de gol. Algunas realmente claras como la de Roncaglia, que disparó fuera con todo a favor mediado el segundo tiempo. Pero tampoco se libraron de algún susto como el que les dio Theo Hernández en una subida por su costado que obligó a Rubén a realizar una gran parada.

En los últimos minutos el Alavés acusó el esfuerzo del segundo tiempo y su velocidad de reacción ya no era la misma. Les costaba recuperar la posición con el vigor que habían mostrado hasta entonces. Mallo les avisó con un remate a la cruceta en el minuto 86, el preludio de la traca final que nació en una transición conducida por Fontás. Wass y Mallo sacaron partido de la superioridad en su costado y el marinense colocó el balón con astucia en la frontal del área donde Nemanja Radoja, con una pasmosa tranquilidad, encontró un tesoro para disparar aún más lejos los sueños de este equipo que no entiende el significado de la rendición.