El Celta sucumbió anoche en San Mamés a la más vieja y devastadora de las leyes del fútbol: el que perdona paga. Y pagó el una factura monstruosa el conjunto de Berizzo, que ninguneó durante 80 minutos al Athletic y acabó perdiendo el encuentro del modo más cruel imaginable, después de bailar al equipo de Valverde con un fútbol enorme. Un dispendio en toda regla, el del cuadro celeste, que estrelló dos balones en la madera y dilapidó un mano a mano con Kepa Arrizabalaga, que salvó a su equipo con otras dos paradas portentosas antes de que el partido se igualase prácticamente en el único borrón defensivo del Celta en todo el partido. Williams se internó en el área céltica en una acción que no aparentaba demasiado peligro y Roncaglia lo derribó en un exceso de esmero: penalti y expulsión del argentino, que veía la segunda amarilla a diez minutos del final. Aduriz ejecutó implacablemente la pena y metió de al Athletic en encuentro del que había estado desaparecido y que acabó ganando en el descuento con un golazo de San José que convertía en un ejercicio estéril uno de los mejores encuentros de los célticos en lo que va de curso.

Un acto de severa crueldad, casi de sadismo para un equipo que se vació sobre el terreno de juego con una honestidad encomiable, sin concesiones a la especulación o a la desgana, y acabó recibiendo un castigo desaforado.

Y eso que Berizzo no parecía haber dejado nada al azar para domeñar al Athletic, con un planteamiento táctico impecable, empezando por la alineación. El preparador celeste recurrió al doble nueve para resolver la ausencia del lesionado Orellana, esta vez con Aspas por detrás de Guidetti con Wass, desplazado a la derecha, y Bongonda en las bandas y Pablo Hernández y Radoja al cargo de la sala de máquinas.

Con este traje generó el Celta al Athletic una fuente inagotable de problemas en una primera media hora de juego imponente, llena de ritmo y energía, en la que los celestes destrozaron al cuadro de Valverde con balones profundos a la espalda de la defensa rojiblanca.

Antes del cuarto de hora, cuando Rubén Blanco detuvo un manso cabezazo de Williams en la primera llega del Athletic a los dominios del mosense, el Celta ya había perdonado dos veces al Athletic de forma incomprensible. A los cuatro minutos, Guidetti dilapidó una de esas ocasiones imposibles de fallar. El sueco controló con precisión un perfecto envío en largo de Pablo Hernández y se quedó mano a mano con Kepa, al que encaró con metros y sin exigencia. Alzó la vista, vio al portero en precario, armó con todo el tiempo del mundo la pierna y, con el portero vencido, descerrajó un derechazo que se perdió a la derecha del portal rojiblanco.

Un error clamoroso pero que al menos dejaba claro que el Celta estaba en el partido para ganarlo. El equipo vigués presionó alto para robar y enseguida inclinó el campo a su favor con una segunda ocasión diáfana a cargo de Aspas, de nuevo grandioso. El moañés ha alcanzando uno de esos picos de forma mágicos que lo convierten en un delantero prácticamente incontenible, mejor incluso de lo que se podría sospechar de él, que es mucho. Solo el poste y un gran Kepa pudieron frenarle anoche.

Pero la fortuna no sonrió ayer al genio del moañés, que en el minuto 18, solo un cuarto de hora después de que Guidetti perdonase lo inconcebible,estrellaba en el larguero una vaselina a bote pronto sobre la salida del portero. Demasiada indulgencia con uno de esos rivales que nunca tiran la toalla.

Durante una gran primera hora no solo las ocasiones fueron del Celta. El equipo de Berizzo puso también el ritmo y la salsa al choque, que gobernó con palmaria autoridad gracias al enorme trabajo en el medio campo de Radoja pero sobre todo de Pablo Hernández, que manejó a la perfección los tiempos, presionó con intensidad para robar y dio salida a la pelota con pases profundos al centro de la zaga que se hundieron en la carne del Athletic como puñaladas. Antes del descanso, el Athletic apenas dio guerra. Solo Aduriz dio cierto trabajo a Rubén con un cabezazo que el mosense desvió a a la esquina con una acrobática estirada.

El guión del partido no se movió tras el intervalo. El Celta incluso mejoró en ritmo e intensidad. Nada más echar a rodar el balón, Aspas prosiguió con su recital de embrujo, primero estrellando un segundo balón en la madera tras abrirse paso danzando entres la defensa rojiblanca y anotando no mucho después una de esas maravillas que distinguen a los grandes delanteros. La jugada la inició Bongonda, que olfateó la sangre, se deshizo de su marcador en carrera y puso un gran centro al cogollo del área que el moañés remachó al fondo de las mallas a bote pronto, ajustando el balón al palo con el exterior de la bota.

El Celta premio a su fútbol y parecía por fin encarrilar un partido que había puesto desde el principio cuesta abajo. Fue entonces cuando Berizzo decidió mover el banquillo. Retiró a Guidetti, desfondando por el esfuerzo, y dio entrada en medio campo a Marcelo Díaz en busca de un mayor control del juego. La estratagema no dio al Celta el orden apetecido, aunque el equipo celeste siguió al mando hasta los diez miunutos finales. Aspas frotó su lámpara mágica para cortejar el gol pero se topó con un portero enorme. Kepa evitó el gol del moañés con un paradón impresionante, sacando la pelota de abajo en el minuto 69, solo ocho antes de que Radoja volviese a poner a prueba los reflejos del joven portero vasco, que salvó a su equipo con otra parada formidable.

El paradón de Kepa reactivó al Athletic, que avanzó algunos metros y comenzó a buscar con más que fe que fútbol la portería de Rubén. De modo insospechado, cuando San Mamés se resignaba ya a la derrota, el equipo de Valverde vio la luz con una internada de Williams en el área que Roncaglia convirtió el penalti. Un castigo excesivo que el árbitro acentuó expulsando al argentino. Aduriz, inflexible, ejecutó la pena y convirtió en una ejercicio de supervivencia que el Celta sobrellevó en la trinchera hasta que, con el tiempo, casi cumplido, en el minuto 93, San José,que había entrado tras el descanso por Vesga, enganchó de volea un centro bombeado de cabeza por Williams para infligir al equipo vigués la más cruel de las derrotas.