Desconocía que el encanto del fútbol residía en que un árbitro castigase con penalti los periódicos "desmayos" que Cristiano o Neymar sufren cada vez que alguien les sopla en la oreja dentro del área. Lo descubrí esta semana cuando los autoproclamados "guardianes de las esencias" echaron mano de las antorchas y en medio de grandes voces se lanzaron a las calles dispuestos a empujar a la hoguera a quienes han tomado la decisión de experimentar en Japón la ayuda arbitral a través del vídeo. Les ha faltado liarse a pedradas con un Media Markt para que su odio a la tecnología sonase aún más convincente.

Produce sonrojo escuchar el argumentario de quienes aborrecen del sistema. Siempre con la "tradición y la costumbre" como bandera. Un mantra que repiten como teleoperadores tratando de que te pases a la fibra. En cambio poco parece importarles la justicia. Dice el diccionario que el árbitro es aquella persona que "cuida de la aplicación del reglamento, sanciona las infracciones y valida los resultados". Es algo que no siempre ha sucedido. Ese ser humano -condicionado o no por camisetas, jugadores, público o fuerzas de difícil descripción que le rodean- ha llenado de errores la historia del fútbol. Algunos han decidido Ligas, Copas de Europa e incluso Mundiales. Habría que festejar la llegada de una herramienta que les ayude en su trabajo y que llegue allí donde el ojo humano no alcanza. El argumento de la tradición hace tiempo que lo sepultó el rugby. No hay deporte más respetuoso con sus tradiciones, que con mayor mimo protege el legado de sus mayores. Ahí están sus himnos, sus rituales, su tercer tiempo y la sensación inconfundible de que nunca tolerarán que alguien viole sus ritos. Pero también adoptaron al árbitro de televisión como fiel escudero del de campo para que los ensayos se anoten cuando realmente se producen. Ni tradición, ni leches: justicia, lealtad con el deportista, con el aficionado.

Hemos crecido escuchando esa estupidez infinita de que "el error forma parte del fútbol". Me niego a aceptarlo. Si existen los medios para derribar ese déficit legendario, ha llegado el momento de desterrarlo para siempre. Es cierto que hay muchas cosas que ajustar y que resolver. Una tarea complicada y que obliga a un largo periodo de pruebas. En Japón se ha utilizado en un par de jugadas y es innegable que ha existido mucha confusión tanto en el manejo como en la comunicación con el árbitro. Lógico cuando se experimenta con la tecnología y si no, vean esos coches de Tesla que se saltan los semáforos en rojo como si les hubiese invadido el síndrome del conductor vigués. Pero al final, el vídeo ayudó a que se tomasen decisiones acertadas, circunstancia que realmente debería importar a aquellos que sientan el mínimo cariño y respeto por el deporte.

Conmueve que una de las preocupaciones de estos puristas sea el tiempo que se pierde, las interrupciones que se van a producir y que según ellos van a deslucir el espectáculo. Lo dicen sobre un deporte en el que está demostrado que en cada partido apenas hay cincuenta minutos de juego real por culpa de los parones constantes a los que se ve sometido. En las últimas visitas del Granada a Balaídos daba tiempo a proyectar el "Hobbit" en el vídeomarcador mientras esperábamos a que su portero sacase. Pero de repente existe una gran conmoción por esos tres o cuatro minutos que se van a utilizar para revisar el vídeo.

En el fondo de esta absurda discusión -con opiniones tan extraordinarias como las de Rafa Guerrero, que se hizo famoso precisamente gracias a un vídeo- subyace el temor a perder privilegios y poder. Un fútbol más justo es posible que no convenga a quienes han manejado históricamente este negocio y tampoco a quienes viven permanentemente instalados en la crispación arbitral, a quienes del fútbol solo les importa el ruido que genera y no el juego en sí. Que dedican más tiempo a emitir repeticiones de un fallo arbitral que de un hermoso remate. Por eso las voces más altas se han dado precisamente desde las plazas que han gobernado este deporte, los que saben que las caídas en el área de su camiseta hacen mucho más ruido que las de los rivales. Ellos prefieren seguir en las cálidas y esponjosas manos de los "undianos" . Yo seré un tipo raro al que le gustan que los penaltis se piten solo cuando lo son.