A falta del espectáculo que se podría esperar de dos plantillas tan lujosas, el primer clásico de la temporada se resumió en la voracidad de dos depredadores del área. Apareció Luis Suárez cuando el Madrid parecía más asentado en el Camp Nou. Y acudió al rescate Sergio Ramos a su manera, con un cabezazo al límite del tiempo. Gracias a él, Zidane estira hasta los 33 la racha de partidos invicto. Bueno, al andaluz y al brasileño Casemiro, que justificó su sorprendente entrada en el partido al salvar bajo el larguero el 2-1 en el último suspiro. Fue la escena final de un partido que empezó con una jugada que avivó las suspicacias madridistas hacia Clos Gómez, que no pitó un penalti de Mascherano a Lucas Vázquez a los dos minutos. Fue un detalle más de un inicio trepidante, con todos los jugadores al límite. Después el partido languideció, tan tácticó que se pareció más a un clásico italiano que al de dos equipos con semejante catálogo ofensivo. Pero el 1-0 abrió la espita del fútbol y ya no hubo respiro hasta el final. El empate dejó todo como estaba para satisfacción del Madrid, ese equipo que nunca deja de creer, y disgusto de un Barça que últimamente no gana para disgustos.

En contra de todos los pronósticos, Luis Enrique reservó a Iniesta inicialmente, un golpe a la moral de los barcelonistas que esperaban al capitán como una especie de salvador. Extrañó menos la suplencia de Casemiro porque suponía apostar por el equipo y el esquema del derbi. Pero el Madrid no fue el del Calderón, entre otras cosas porque Isco nunca encontró la inspiración que decantó la balanza ante el Atlético. También fue mérito de un Barcelona más prudente que de costumbre, preocupado sobre todo del control para no dar carrete a los velocistas blancos.

El perfil de los centrocampistas del Barça marcó el partido. Se hincharon a correr Rakitic, Busquets y André Gomes, al servicio de un tridente que apareció poco en el primer tiempo. El Madrid, con Kovacic bien en defensa y Modric excelente en todo, no se inmutó más que en algún caracoleo de Neymar y la capacidad de Sergi Roberto para llegar por su banda. Sobre la media hora, el juego de posesión del Barça empezó a diluirse y el Madrid olió sangre. Sobre todo Cristiano, el primero en enfocar la portería, aunque sin demasiado peligro para Ter Stegen.

La primera parte pasó sin gran cosa que reseñar, pero con la sensación de que el Madrid creía más en lo que hacía. El Barcelona no se decidió a dar un paso adelante en la presión, con lo que sus recuperaciones siempre fueron lejos de la portería. Y a partir de ahí su parsimonia en el pase favorecía las aspiraciones de un Madrid bien armado atrás. Todo el mundo miró a Luis Enrique buscando alguna respuesta, pero a la vuelta del vestuario siguió el mismo once.

El inicio de la segunda parte fue un calco, pero a los siete minutos iba a producirse el punto de inflexión del clásico. Varane derribó a Neymar en la banda izquierda y el Barça puso en funcionamiento el laboratorio de Unzué. El brasileño metió un centro al área pequeña, donde Luis Suárez compensó su inferior estatura respecto a Varane con capacidad de anticipación y astucia a la hora de dar el empujoncito preciso. Keylor, atornillado en la portería, no pudo hacer nada para contrarrestar el cabezazo del uruguayo.

A la alegría por el gol, el Camp Nou añadió poco después la del regreso de Iniesta, que no tardó ni un minuto en ofrecer una explicación práctica del fútbol que más le conviene al Barça. Empezó a asociarse con todos, a descubrir espacios donde a otros sólo distinguían camisetas blancas. Lo vio tan claro Zidane que ejecutó un cambio que pareció contra natura teniendo en cuenta el marcador: sacrificó a uno de sus jugadores más desequilibrantes, Isco, por el mejor escudero teórico de la defensa, Casemiro.

Pero en un primero momento ni Casemiro ni nadie pudo poner freno al talento de Iniesta. Era otro Barça, el que amasa la jugada en defensa y el centro del campo, para acelerar en los metros finales con el tridente. Por eso llegaron tres oportunidades claras que pudieron sentenciar el partido y acabar con la increíble racha del Madrid de Zidane. Siempre con Iniesta de por medio. Primero puso a Neymar mano a mano con Carvajal para que el brasileño ofreciera lo mejor y lo peor de su repertorio: regate hacia dentro y, con toda la portería a su disposición, remate alto. Después fue el propio Iniesta el que pisó el área y buscó el gol, pero Carvajal desvió lo justo a córner. Y, finalmente, una conexión milimétrica con Messi dejó al argentino en una situación ideal, pero tras acomodarse para matar con su zurda cruzó demasiado.

Era el minuto 81 y el Barcelona se mostraba tan superior que el Camp Nou se quedó más con la elaboración que con el desenlace. Todo parecía controlado. O no porque ya se sabe que el Madrid siempre vuelve. Y volvió, con un último mensaje de Zidane: el entusiasta Mariano por un exprimido Kovacic. Sin demasiado fútbol, simplemente con empuje y fe, en esos últimos cinco minutos el Madrid tuvo tres ocasiones. Sergio Ramos cabeceó alto y Jordi Alba envió a córner un intento de asistencia de Cristiano Ronaldo en el segundo palo, a centro de Marcelo. Hasta que, a la tercera y con el reloj llegando al minuto 90, fue la vencida. Arda Turan concedió una falta innecesaria con Marcelo pegado a la línea de banda, Modric la puso donde más duele y Sergio Ramos cabeceó para vencer la resistencia de Ter Stegen.

Pese al golpe, en los tres minutos de añadido el Barça también sacó al carácter para rebelarse contra su destino. Y tuvo su oportunidad en una falta muy parecida a la del empate a uno. La diferencia es que Keylor Navas estuvo valiente para despejar de puños en un primer momento y su rechace, cazado por Sergi Roberto de cabeza al borde del área, voló hacia la portería encogiendo los corazones de azulgranas y blancos. Con el costarricense fuera de la puerta, Mascherano y Casemiro disputaron el balón bajo el larguero como lo que era, el último. Lo ganó Casemiro para darle la razón a Zidane, que con decisiones como esa ha ido construyendo la leyenda de un Madrid imbatible. A veces afortunado, pero siempre dispuesto a seguir luchando. Aunque en el Camp Nou estuvo más cerca que nunca de romperse el cántaro.

El empate fortalece al Madrid, pero no descarta por completo al Barça, que ya tiene algo a lo que agarrarse, al margen del tridente. Con Iniesta es otro equipo, más parecido al que acumuló títulos en las dos últimas temporadas. Luis Enrique tiene trabajo para que ese ratito en que sometió al Madrid al ritmo que marcó el manchego tenga más continuidad a partir de ahora. Sólo así podrá plantarle cara a un Madrid que parece ir en serio a por esta Liga. Con la cabeza de Ramos y también con la de Casemiro.