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Iago Aspas, a La Roja

El premio a un mes mágico

Iago Aspas ve recompensado su gran estado de forma con una llamada que ya estuvo cerca de producirse hace tres años

Iago Aspas, durante el entrenamiento de ayer. // Marta G.Brea

A Iago Aspas la selección le ha venido a buscar cuando parece haber encontrado definitivamente su lugar en el mundo y en el ingrato fútbol, famoso también por sus injusticias y grandes olvidos. Todo está en orden en su vida. Cerca de alcanzar la treintena, padre desde hace solo unos meses, de vuelta en casa tras descubrir que lejos de Moaña hace más frío del que imaginaba, convertido en símbolo indiscutible del equipo de su vida e instalado para siempre en la posición para la que no todo el mundo le veía el potencial que al final ha demostrado. Lopetegui se ha rendido a la evidencia de una buena temporada y un último mes escandaloso. Ha tenido que mediar la lesión de Diego Costa para que el seleccionador apartase la vista de las grandes cuadras del fútbol español y reparase en aquel muchacho que ya Vicente Del Bosque incluyó en su base de datos, pero de la que se cayó por culpa de su carácter volcánico y de algún que otro cabezazo en mala hora.

Ha llovido desde entonces. Aquel tren que conducía a la internacionalidad parecía haberse escapado para siempre. Pero, por si acaso, Iago nunca se alejó demasiado de la estación. Puso tierra de por medio, se apartó por primera vez de Moaña y de Balaídos, del desayuno en casa de mamá, del café con los amigos de toda la vida, del paseo por el puerto, de la niebla en A Madroa y del "Iago Aspas, loló". Eso terminó por ajustar todas las piezas. Liverpool y Sevilla le aportaron poco en lo futbolístico, pero le ayudaron a entender muchas otras cosas, otros resortes que mueven este deporte y que pueden condenar a un futbolista por las buenas. En Anfield nunca acabaron de creer en él y en el Pizjuán su espíritu libre no encajaba en el esquema cuadriculado de Emery, rácano en detalles. Aspas regresó a Vigo como quien ha dejado una tarea pendiente, como quien debe aprovechar el tiempo porque le han arrebatado por las buenas dos años de su vida. A su vuelta se vio otro futbolista. Rápido y hábil como siempre, pero con una jerarquía diferente, con un poso en el juego distinto. Iago hacía las mismas cosas, pero ahora elegía casi siempre bien. Y a veces el fútbol no es más que acertar con la decisión precisa en cada momento del partido. Sin perder ese tesoro que, bien encauzado, es su carácter agreste, Aspas ha explotado sobrado de recursos, capaz de inclinar los partidos con su sola presencia como pudo verse hace una semana en Ámsterdam donde estuvo a punto de voltear un 3-0 con diez minutos de juego propios de vídeoconsola. Iago es en estos momentos todo aquello que imaginaron quienes le vieron llegar con ocho años a A Madroa para someterse a la primera prueba con el Celta. Buscaban niños un año mayores que él. Con el apoyo de Manuel Palmás -el veterano entrenador que le empujó en Moaña a cruzar la ría-, ocultó su verdadera edad, se ganó un sitio en la cantera del equipo y solo entonces confesó que había mentido. Era más joven de lo que imaginaban. Ahí comenzó una historia que ha tenido episodios extraordinarios: su cesión al Rápido de Bouzas para vivir duelos de alto voltaje con quienes eran sus propios compañeros; el debut casi anecdótico en el Helmántico de la mano de Alejandro Menéndez; los goles milagrosos al Alavés en Balaídos con Eusebio dando botes en la banda; su irrupción definitiva en el primer equipo; la decisión de Herrera de apartarle de la mediapunta porque le veía solo como delantero centro....y finalmente, la selección española. El tren que dijeron no volvería a pasar, entró ayer en la estación soltando un bufido cargado de justicia.

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