Dos muchachos criados entre la niebla de A Madroa y un chileno menudo, que llegó hace años a Vigo cuando el Celta se tambaleaba a medio camino entre el mundo de los vivos y el de los muertos, deshilacharon al Deportivo en un derbi que puso en evidencia los diferentes recursos que manejan ambos equipos en estos momentos y la distancia futbolística que les separa. El partido se convirtió en un premio para muchas generaciones de aficionados que nunca habían asistido a una victoria tan rotunda en un duelo de rivalidad, pero también para esa generación de futbolistas que hicieron la travesía del desierto en Vigo, que sienten el Celta como algo propio, y que ayer se adueñaron de la escena con su inmensa actuación y sus goles.

Celta y Deportivo cruzaron sus caminos en Balaídos, aunque ambos avanzan por este tramo de la temporada en dirección contraria. El resultado y el desarrollo del partido puso de manifiesto el distinto momento de ambos. Los vigueses ya se han instalado en la zona cómoda de la clasificación mientras Berizzo multiplica y dosifica su armamento; el Deportivo, mientras, camina hacia la zona baja dando evidentes muestras de su limitado repertorio. A Balaídos los de Garitano acudieron con un libreto muy básico: aguantar y confiarlo a que su teórica superioridad en el juego aéreo (o la debilidad viguesa en esa faceta) les concediese una oportunidad. Creyeron durante una hora, pero Orellana les sacó de sus ensoñaciones. En un día en que el Celta necesitaba un cerrajero que abriese los siete candados con los que Garitano trató de proteger su área, el chileno sacó su mejor versión para confirmar que se trata de un jugador diferente, imposible de reemplazar y cuyo peso aumenta tras la salida de Nolito. No solo por lo que juega sino por la facilidad que tiene para establecer sociedades con sus compañeros. Su presencia la agradece todo el mundo. Echado en la banda derecha, con la espalda bien cubierta por los tres mediocampistas con los que Berizzo se cuidó (Radoja, Tucu y Wass), Hugo Mallo encontró un cómplice ideal para firmar una de sus mejores actuaciones individuales. Su banda fue una autopista que contrastó con la escasa producción del costado izquierdo donde Jonny estuvo gris casi toda la mañana y Bongonda fue una nulidad. Por allí comenzó el Celta a descoser al Deportivo. Lo hizo sin grandes alardes. Como el explorador que avanza por el hielo, los vigueses se aseguraron siempre a la hora de dar el siguiente paso. Berizzo no quería alegrías excesivas. Tiene muescas de mil derbis y se le nota. El Celta siempre jugó con colchón, bien sostenido por Radoja -uno de esos futbolistas cuya evolución se hace cada día más evidente-, y dejó su despliegue en ataque en manos de Orellana que fue un tormento para Navarro. El chileno estuvo en el germen de casi todas las ocasiones del Celta y consiguió trasladar cierta sensación de pánico cada vez que le caía la pelota en los pies. Garitano no fue capaz de cerrarle del todo la puerta y por ahí se le escapó el partido. Cumplida la primera media hora, cuando Wass había tenido en un cabezazo la mejor ocasión del Celta, Orellana pinchó un balón enviado por Roncaglia. Esperó pacientemente la incorporación de Hugo Mallo, desatado, y le puso el balón a la espalda de la defensa, con la fuerza justa para apurar al máximo los límites del campo. El de Marín, en carrera, descerrajó un disparo en busca de la cabeza de Luz que solo pudo asistir al vuelo salvaje de la pelota hasta la red.

Sin embargo, el Celta se enredó de forma innesaria. Los vigueses decidieron darle vida a los de Garitano. Pese a la evidencia de que el Deportivo era incapaz de generar juego ni ocasiones, optaron por regalárselas. Una sucesión inexplicable de faltas en su campo permitieron a los coruñeses comprometer la portería viguesa. Una cuestión de centímetros y también histórica, porque la defensa del balón parado es un mal endémico de este club desde que se tiene conocimiento. A la cuarta falta consecutiva llegó el cabezazo de Albentosa que tuvo un efecto devastador en el Celta que se olvidó de la clase de partido que le convenía jugar. Sufrió para salir de la torrija y hasta el minuto quince del segundo tiempo no volvió a dar señales de vida. Durante ese tiempo los coruñeses amenazaron con hacer más daño. El Celta, consciente de que cada falta era un drama, amenazó con entrar en pánico. Y el Dépor, primitivo en su concepción del juego, soñó con un premio más gordo. Pero volvió a entrar Orellana en acción. Una buena salida por su banda acabó con un centro a Wass, cuyo cabezazo fue detenido por Sidnei con el brazo. El penalti, con la tensión propia de estas citas, lo lanzó Aspas junto al palo para quitarse una vieja espina contra su gran rival y para desatar una tormenta contra la portería de Lux. El Deportivo, obligado a atacar, puso en evidencia su raquitismo futbolístico. Berizzo movió con sentido el banquillo. Entró Díaz por Bongonda para serenar al equipo con la pelota y escoger mejor los momentos para aprovechar las vías de agua que se le abrían al Deportivo. Por ellas entraron los célticos como cuchillos. Siempre con Orellana al mando. El chileno marcó el tercero tras una gran combinación con Jonny, con quien recorrió el campo entero, y la fiesta la cerró Iago Aspas tras un mano a mano resuelto con la frialdad y la clase de los escogidos. Balaídos y A Madroa no cabían en sí de gozo.