Carlos Mouriño anunció en su esperada rueda de prensa de ayer su intención de que el Celta compre el estadio de Balaídos. La operación no tiene precedentes, al menos recientes, en el fútbol español. No hay un estadio municipal que haya sido privatizado para pasar a ser propiedad de la sociedad que lo utiliza. En la actual Primera División hay once estadios de propiedad municipal (o autonómica) y ocho que pertenecen a los clubes. Luego queda el caso del Athletic que participa de una sociedad junto a BBK y la Diputación Foral (Bilbao Berria) que es la propietaria del Nuevo San Mamés. Ninguno de nueve equipos dueño del lugar donde juegan compró el recinto a su ayuntamiento. Sí se ha dado el caso contrario. Fue Osasuna, que era el propietario de El Sadar y lo entregó al Gobierno de Navarra para saldar su importante deuda con la Hacienda Foral que amenazaba el futuro de la sociedad.

De todos modos, para el Celta no sería nuevo eso de comprar el estadio de Balaídos. Ya lo hizo en su momento, aunque la propiedad del estadio solo duró diez años porque así lo había convenido con el concello vigués.

El Celta compró Balaídos el 16 de julio de 1945, tal como queda reflejado en diversos documentos históricos de la época. El club vigués pagó 856.000 pesetas a plazos en una operación en la que intervino el Ayuntamiento de Vigo y la Caja de Ahorros Municipal. Terminaba de esa forma la propiedad que tenía la empresa Stadium Balaídos S. A. y que había sido la encargada de construirlo. Comenzaba una nueva etapa para el celtismo.

Fueron muchos días de negociaciones entre los responsables de la empresa, Luis Suárez Llanos, alcalde de la ciudad en esos momentos, y Luis Iglesias, presidente del Celta. En aquel verano se llegó a un acuerdo definitivo. En la operación de compra intervinieron muchas partes y se firmó un documento con una vigencia de veinte años. El club se quedaba con el estadio y también su zonas colindantes. Pero la entidad deportiva carecía de recursos económicos.

La fórmula que se utilizó fue considerada la mejor después de realizar numerosos estudios. La Caja de Ahorros de Vigo concedió al Celta un crédito para pagar las 856.000 pesetas. El ayuntamiento abonaría al club 70.000 pesetas anuales como subvención con la obligación de destinarlas a ese crédito. En caso de que el Celta no cumpliera con sus obligaciones o desapareciera, que también estaba contemplado, el estadio pasaría a ser propiedad municipal. También existía una cláusula en la que el ayuntamiento dejaría de pagar la subvención si el Celta cancelaba el crédito antes del plazo establecido.

Pero el ayuntamiento también tenía otras obligaciones. Una vez firmado el acuerdo de la operación entre todas las partes, los responsables municipales realizaron una importante inversión para reparar y mejorar las gradas de marcador y río, las más deterioradas. Más de cien obreros se esforzaron para terminarlas antes del primer partido de la liga en el mes de septiembre de aquel año. Lo lograron. El Celta volvía a la Primera División y debutó en lo que ya era su estadio ante el Barcelona (1-1).

La decisión de llevar adelante este proyecto fue un acontecimiento histórico. Tanto el ayuntamiento como el Celta se congratularon de abrir un nuevo camino en sus relaciones y también en garantizar "un estadio moderno y como se merece un equipo tan importante", según se decía en las notas oficiales de ambas entidades.

El club vigués fue propietario de Balaídos durante veinte años mientras el ayuntamiento se encargaba de las labores de mantenimiento y mejora. Cumplido ese periodo, la propiedad del estadio pasó a manos municipales. En ellas lleva desde entonces. Ahora Mouriño ha tratado de darle una nueva vuelta a esa situación y plantea la posibilidad de comprarle al Concello el estadio, explotarlo y que éste no le cueste ni un euro a la ciudad en el futuro. Otra cosa es el valor que se le pueda dar.