Piqué había tomado la decisión de abandonar la selección hace tiempo. El horizonte del Mundial de Rusia en 2018 le parecía el momento ideal. Con 31 años, una colección de títulos en la hoja de servicios y tres mundiales a las espaldas, parecía un momento ideal de dar el relevo y gestionar con más tranquilidad sus últimas temporadas en el Camp Nou. Pero una polémica absurda, otra más, le llevó a acelerar un anuncio que tendría que haber sido más solemne y no producto de una reacción tan visceral como comprensible. La "gota que colmó el vaso" -como él mismo lo definió- fue el ruido generado por la camiseta con la que jugó ante Albania. Diferentes medios, con la complicidad de ese estercolero en el que con más frecuencia de la deseable se convierten las redes sociales, difundieron la idea de que Piqué se había cortado las mangas de la camiseta de la selección para no lucir las bandas roja y gualda que llevaba la prenda como ribete. La situación llegó a ser tan delirante que Gerard Piqué se vio en la obligación de aparecer en la zona mixta con una camiseta de manga larga de Ramos para explicar que esa casaca no lleva las bandas con la bandera española como se aseguraba en esas informaciones. Y en medio de su indignación, aceleró el anuncio de su salida dentro de dos años de la selección española. Una suerte de liberación, un "tranquilos, que ya me voy".

Piqué se marcha harto de que cada uno de sus gestos sea sometido al escrutinio de quienes parecen guardar las esencias del equipo nacional y convierten cada uno de sus gestos en un insulto a la soberanía nacional y a la historia. Para el central azulgrana cada partido con la Roja es un examen de su compromiso, una jura de bandera interminable y en ocasiones una incómoda experiencia que durante años le ha llevado a ser pitado de forma permanente en los campos españoles en los que se detenía el teatrillo de la selección. Piqué ha sido víctima de su sobreexposición (las redes sociales que le crucifican a la mínima son uno de sus juguetes favoritos y en ocasiones ahí ha estado la fuente de sus problemas) y de haber coincidido en un tiempo de irracional enfrentamiento entre Madrid y Barcelona. A nivel deportivo y a nivel político. Piqué daba el perfil perfecto para alimentar ambas contiendas. Porque es un tipo que no se calla, que tiene opinión sobre asuntos a los que la mayoría de futbolistas responden con incomprensibles balbuceos y porque no puede negársele cierta facilidad para meter la pata y extralimitarse como ha hecho en alguna ocasión con Arbeloa o en ciertas frases dirigidas al eterno rival y que seguro podía haber evitado.Su defensa de la celebración de un referéndum en Cataluña, su presencia en la celebración de la Diada o, en el terreno deportivo, sus piques con el Real Madrid le han convertido en el objetivo ideal del sector más cerril del españolismo y del madridismo que nunca van a perdonarle su forma de ser. Hay más actores protagonistas de esta situación. Están los medios de comunicación que convierten la anécdota en noticia y para quienes cualquier detalle, por infantil que parezca, es susceptible de convertirse en escándalo. Para ellos, las redes sociales son el escudo perfecto. Bajo el epígrafe de "incendia las redes", cualquier noticia es justificable. Y cada pestañeo de Piqué genera una lluvia de tuits y mensajes que proporcionan a los desaprensivos el pretexto perfecto para que se legimitimen debates tan absurdos como infantiles.

La camiseta de las mangas cortadas es el último episodio. El anterior fue un gesto con un dedo mientras sonaba el himno español -ese que escucha desde que a los dieciséis años comenzó a jugar con las categorías inferiores de la selección- y que los de siempre interpretaron como una desconsideración. Piqué pone fecha a su adiós a la selección. Nadie lo ha hecho tras provocar tanto ruido.

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