Debora Rodríguez creció en el Celta, transitó todas las categorías hasta el vestuario sénior y llegó a capitana. Hoy reside en la localidad inglesa de Sheffield, donde juega, estudia y trabaja. En la distancia tiene bien presente a Araújo: "El Celta era la casa de las niñas. Pasaba más tiempo en los pabellones que en mi casa. Paco era la figura del padre. Para los de afuera era la autoridad, para nosotras era una figura de amor, de protección. Su oficina siempre estaba abierta. "Hola, niña, ¿qué tal, qué pasa? ¿cómo te puedo ayudar?". Todo lo que afectaba al club se lo tomaba de forma personal. A Paco le disgustaba mucho lo maltratado que estaba el deporte femenino".

"Empecé en el Celta con 11 años. Cuando ves pasar al presidente por los pasillos del Central, de lejos, casi te pones firme. Y luego te viene a hablar como le hablaría a su hija y te hace la carantoña. Enseguida cogías confianza con él. Solo se ponía serio cuando tenía que defender lo nuestro. Entonces yo decía: "Cuidado, que va Paco". Pero con nosotros era un pedazo de pan. Lo daba todo", insiste. "Cuesta habituarse a pensar que no está. Cada vez que vuelvo a casa, no pasar por la oficina? Es fastidiado".

"Conozco a mucha gente de la que está ahora, tirando del carro. Es un grupo que se ha formado para llevar las riendas del club. Pero falta Paco", se duele. "La gente que está es de la cantera de Paco. Yo soy cantera de Paco, del espíritu que siempre hubo en ese club, de ayudarse unos a otros y ser familia de verdad. Va más allá del deporte. Mis mejores amigas salen de ahí, sigo quedando con los técnicos, tengo contacto con las madres de las niñas a las que yo entrenaba. Eso no se pierde. Esas pautas se mantienen. Volver a casa me encantaría".