La vieja mística del Real Madrid con la Copa de Europa. La historia once veces vista, resuelta esta vez en una tanda de penaltis que encumbró al equipo de Zidane y volvió a castigar de mala manera al Atlético de Madrid. Los colchoneros, especializados en derrotas trágicas en esta competición, vuelven a quedarse a las puertas del título. Tienen mucho que reprocharse. También Simeone que nunca se atrevió a ir en busca del partido. Ni cuando el Real Madrid agonizaba con medio equipo acalambrado dio un paso adelante y acabó por pagarlo en una tanda de penaltis en la que Juanfran erró su lanzamiento. Cristiano ejecutó entonces a Oblak, testigo silencioso de la tanda de penaltis, y Europa volvió a rendirse a la leyenda de este equipo que se ha apuntado las cinco últimas finales que ha jugado de esta competición.

En un partido demasiado vulgar para tratarse de una final de Liga de Campeones, el Real Madrid tuvo siempre los detalles de su parte. El primer gol en fuera de juego, el penalti fallado por Griezmann en el arranque del segundo tiempo o la tanda final profundizan en esa relación casi mágica que el club blanco tiene con la vieja Copa de Europa. Siempre encuentra algo a lo que agarrarse, incluso cuando parece que la final se le escapaba como sucedió ayer después de que Carrasco igualase el gol inicial de Sergio Ramos. Resistieron para vencer.

Fue una final de rachas. Un tramo para el Madrid, otro para el Atlético. Y tres momentos clave en el tiempo reglamentario: el gol de Sergio Ramos -ayer con la complicidad del juez de línea que no advirtió su posición adelantada cuando Bale peinó la falta lanzada por Kroos al cuarto de hora-; el penalti que Griezmann estampó en el larguero en el arrollador inicio del segundo tiempo del Atlético; y el empate de Carrasco, justo después de que Savic evitase la sentencia al tapar un remate de Bale con Oblak desplazado de la portería.

En medio, antes y después, un partido más intenso que brillante, lo habitual en finales donde los entrenadores y los jugadores limitan los riesgos. De inicio el Madrid pareció más enchufado y arrinconó al Atlético, que en 14 minutos concedió dos ocasiones en su área pequeña en jugadas de estrategia. El gol de Ramos cambió el panorama. Con tanto tiempo por delante, el Madrid decidió mimar su ventaja en vez de tirarse al cuello de su encogido rival, lastrado por el uso de los cuatro medios y con algunos como Augusto o Saúl muy superados. Y aunque el Atlético completó un primer tiempo muy gris, al menos se hizo dueño del balón. Simeone esperó hasta el descanso para ejecutar un cambio tan recurrente como cantado: Carrasco por Augusto. Y, como tantas otras veces, funcionó. La lluvia fina se convirtió en un chaparrón que empotró al Madrid en su área. El Atlético estaba tan convencido que no le frenó ni el palo que supuso el penalti lanzado por Griezmann al larguero, consecuencia de un atropello de Pepe a Fernando Torres en el área.

Haciendo honor a su fe inquebrantable, el Atlético siguió intentándolo y acumuló otras tres oportunidades, mientras el Madrid lamentaba la pérdida de uno de sus puntales, Carvajal, por lesión. Pero, a diferencia de su rival, los de Simeone no aprovecharon ese arrollador cuarto de hora.

Con el sacrificio de todos, incluidos Bale y Cristiano, el Madrid blindó su área. Y obligó al Atlético a destaparse, una temeridad con lo que había enfrente. Así llegó un mano a mano de Benzema salvado por Oblak y, con el francés ya en el banquillo, la doble oportunidad de Cristiano y Bale, con diferencia el mejor argumento ofensivo de los blancos. En la jugada siguiente, un inspirado Gabi picó el balón para la llegada de Juanfran, que puso el centro al corazón del área, donde llegó puntual Carrasco para poner la final en un puño.

Para entonces Zidane había cometido un error algo infantil en un partido que anuncia prórroga. Cambiar a sus tres futbolistas en torno al minuto 75. Simeone se los guardó se supone que en busca de un vigor físico para los momentos decisivos. La sustitución de Isco por Kroos tampoco tuvo mucha lógica. Pero el Atlético se quedó paralizado mirando al Real Madrid, acalambrado y con Cristiano evidenciando que la lesión que arrastra desde hace días es más de lo que se cuenta. Le ayudó al equipo blanco la irrupción (una vez más) de Lucas Vázquez, rápido e intenso. El gallego aireó a un equipo que con él y el trabajo de Casemiro resistió los tímidos esfuerzos del Atlético de Madrid.

En la prórroga, con los dos equipos encogidos por el cansancio, el Real Madrid siempre quiso un poco más. Solo Carrasco en el primer tiempo del alargue apuntó alguna solución diferente. El resto fue demasiado plano, trabajo sencillo para Sergio Ramos y Pepe, pletóricos en casi todas las acciones defensivas y concentrados en tapar la vía de agua que dejaba Danilo en su costado. La cuestión es que con los dos equipos sostenidos con alfileres, el Real Madrid jugó el segundo tiempo de la prórroga cerca del área de Oblak, inquietando a balón parado (dominio abrumador en esta faceta) y amenazando con dar el golpe definitivo. NO sucedió y los dos equipos, sobre todo el Atlético de Madrid, se resignaron a la tanda de penaltis. Oblak, un extraordinario portero, tiene ahí su punto flaco. Ya lo demostró en aquella serie decidida contra el PSV hace un par de meses. Navas ofrecía más garantías. La cuestión es que el Real Madrid lanzó con tranquilidad, siempre a su izquierda, los penaltis. Juanfran envió al palo el suyo. Cristiano Ronaldo anotó el quinto y se fue en busca de la foto de la final. El Real Madrid vuelve a ser el dueño de Europa. Una vieja costumbre.