Carlos Mouriño cumple este miércoles diez años como presidente del Celta. Alcanza esta cifra como soñó durante años y tanto ha recordado en los últimos días, completando la resurrección deportiva del club. El equipo celeste disputará la Liga Europa, competición heredera de esa Copa de la UEFA para la que se había clasificado cuando Mouriño accedió al cargo. En este caso el éxito deportivo se sustenta sobre una extraordinaria salud institucional. El Celta ha saneado sus cuentas, enriquece su patrimonio con la nueva sede y ambiciona nuevas fronteras. Mouriño, que tan próximo vivió el abismo, puede suspirar aliviado. Aguantó el tipo, corrigió el rumbo y se ha convertido hoy en una de las figuras más prestigiosas de la sociedad viguesa y gallega. El único ante quien el alcalde, Abel Caballero, frena su vehemencia en los pulsos públicos. Alguien a quien el presidente del Deportivo, Tino Fernández, reconoce como modelo.

Pocos presidentes pueden presumir de tener cántico propio ("solo hay un Mouriño y no es portugués"). A pocos la afición les despliega una gran pancarta en agradecimiento, como sucedió ante el Málaga. Un gesto que humedeció los ojos del presidente. Posiblemente recordó el sufrimiento de los malos tiempos. Jamás, al menos en público, ha reprochado los muchos silbidos que recibió al comienzo de su mandato. Todavía recientemente, en la imposición de insignias a los abonados veteranos, reconocía la justicia de aquellas críticas. El fútbol le ha exigido a Mouriño un doloroso aprendizaje.

Le costó ajustar a las peculiaridades del fútbol la fórmula que le había permitido triunfar como empresario en México. Entró en el consejo de administración del Celta en 2003, de la mano de Alfredo Rodríguez Millares, pero apenas tuvo protagonismo como directivo. Horacio Gómez manejaba el club junto a sus asesores más próximos (Sabino López, Félix Carnero, el propio Alfredo), sin repartir juego. Y tampoco a Mouriño le apetecía hacerse notar sobre el escenario.

El relevo surgió al comienzo como un rumor en cenáculos privados, un comentario de alta sociedad que acabó sustanciándose en ese mes de mayo de 2006. Horacio Gómez había superado la angustia del descenso, aunque la magnitud del riesgo no trascendiese. La clasificación para la UEFA y la oferta de Carlos Mouriño se alineaban para permitirle una buena salida, que se escenificó con aparente cordialidad. Tal vez, si acaso, con una cierta frialdad, que apenas unos pocos hubieran sabido interpretar en ese instante.

Mouriño destapó enseguida el plan que había ido perfilando en su mente durante sus tres años en el club. A lo largo de la campaña iría desarticulando la estructura que Horacio Gómez había creado. En la poda cayeron Sabino López, Alfredo Rodríguez, Javier Maté, Ramón Carnero, Covelo, Félix Carnero... La escabechina se hizo especialmente intensa en el verano de 2007, tras el descenso. El club quedó privado de experiencia futbolística y las urgencias de Segunda retrasarían la estabilización del proyecto que Carlos Mouriño deseaba.

La crisis descubrió las desavenencias entre Mouriño y Horacio, al que acusó de haberle vendido una "manzana podrida" al revelar que la deuda ascendía a 84 millones. El sector horacista indica que una veintena de ellos corresponden ya a Mouriño. Fueron tiempos de controversia, de división de la afición entre partidarios de uno y otro, del juzgado como la cancha principal. La entrada en concurso en junio de 2008 y el partido contra el Alavés en junio de 2009 se convierten en la gran encrucijada. El Celta se debate entre la vida y la muerte. De esa experiencia fronteriza proceden las mieles actuales.

Mouriño saca adelante el concurso. Al plan de viabilidad le acompaña una mejor política deportiva. Desde ese instante tan próximo a la desaparición el Celta no ha dejado de crecer en todos los ámbitos. El equipo lleva siete temporadas consecutivas mejorando su clasificación, lo que lo ha conducido de Segunda a la Liga Europa. Está a punto de dejar a cero la deuda concursal -faltarán por finiquitar los préstamos que Mouriño realizó a la entidad para sobrevivir-. Dejará su lujosa pero poco práctica sede en alquiler por una en propiedad que multiplicará su actividad. A Madroa se ha convertido en un vivero de referencia en el fútbol español. El club ha participado en la financiación del nuevo estadio y anhela construir una ciudad deportiva, aunque estas actuaciones no están en su mano. Con su rendimiento se ha garantizado un suculento contrato televisivo en el próximo lustro. El fútbol le muestra hoy a Mouriño su cara más sonriente. Y aunque él sabe que mucho depende del balón, que es lógico y a la vez caprichoso, el mandato de Mouriño tiene raíces profundas.

Es la biología lo único que puede inquietar al celtismo al respecto. Carlos Mouriño ha cumplido 73 años. En esta década ha experimentado el desgarro de las muertes de su hijo Juan Camilo y su nieto Carlos Daniel. Tragedias que lo han aproximado a la intimidad de cada aficionado al humanizar un mundo tan superficial a veces como el fútbol. Su hija, Marián, que trabajó en el Celta al comienzo y parecía destinada a gestionar el club cuando su padre se retirase, ha vuelto a residir a México. Mouriño viene y va,cruzando el Atlántico. La maquinaria funciona en su ausencia. El consejo de administración, reducido a un grupo muy próximo (lejos queda aquel desembarco masivo de Raúl López, Jesús García, Ángel Piñeiro, Julio César Silveira...), posee funciones más representativas que prácticas. Son los ejecutivos, controlados por el director general, Antonio Chaves, los que aplican con firmeza las consignas presidenciales. Antes o después, el clan familiar tendrá que decidir si vende la entidad, por la que han recibido ya numerosas ofertas, o por qué modelo de gestión optan en caso de conservarla. No es una disyuntiva que al celtismo le apetezca experimentar. "Mouriño, quédate", le cantaron los peñistas reunidos en el Deza simplemente porque éste habló en su discurso de cuando ya no estuviese.

Sea como fuere, Manuel Carlos Mouriño Atanes está a un solo año de empatar con Horacio Gómez como presidente de mandato más duradero y su legado resulta a día de hoy brillante, pese a su desastroso inicio o quizás más meritorio todavía precisamente por ello. Mouriño cayó, le pesó lo propio y lo ajeno, y ha sabido levantarse. Él, que empezó hablando de títulos en su toma de posesión, dominado por la efervescencia, habla hoy de estabilidad, cantera, patrimonio, rigor. Guarda las cicatrices y por eso contempla los triunfos profesionales con un tono irónico en su mirada. Le conmueven más los partidos de las categorías inferiores que cada fin de semana acude a contemplar en A Madroa. Esos chiquillos ueñan con marcar el gol más glorioso, como le sucedía a sus compañeros de Salesianos en los años cincuentan. En el recreo, mientras los demás alumnos se afanaban tras la pelota, Mouriño jugaba en su imaginación a presidir el Celta. Aquel pequeño Carlos, si se viese a sí mismo hoy, asentiría satisfecho.

Dirección General

FAES, galleguismo y tecnocracia

La desorientación de Mouriño en sus primeros tiempos se tasa en la línea empresarial e ideológica del club. Heredó como director general a Alfredo Rodríguez, que moldeó el traspaso de poderes, con el que estaba emparentado y al que le unían negocios en Nigrán, localidad de la que Rodríguez era alcalde por el PP. Vínculos y negocios se quebraron. Mouriño se rodeó de asesores de la FAES -la fundación presidida por Aznar-, autores del lema "Celta 100% Vigo", desnortados respecto al entorno. De ellos se deshizo enseguida Xavier Martínez-Cobas, que procedía del ámbito universitario y quiso iniciar en el Celta un proyecto galleguista, volcado en la vinculación a la sociedad. Los fracasos deportivos y el distanciamiento del nucleo duro del consejo condujo a la dimisión de Cobas, quemado además por los despidos. Mouriño optó por la tecnocracia. En abril de 2008 se anunciaba el nombramiento de Antonio Chaves con la misma discreción que éste mantenido en la escena pública. Chaves es la eminencia gris del actual Celta. Desde las sombras diseñó el proceso concursal, dirige la política económica e interviene en los asuntos deportivos.

Dirección Deportiva

De dos estrellas a un meritorio

La continuidad de Félix Carnero como director deportivo parecía prolongar en la etapa de Mouriño la personalidad deportiva adquirida con Horacio, que había nombrado a Carnero al poco de acceder a la presidencia -en sustitución de Maté, cuando el cargo aún se denominaba secretario técnico-. A Carnero, ejecutivo de buen ojo y controvertido carácter, que había llegado a apalabrar su renovación, le pasó factura el descenso de 2007 -aunque por cuestiones legales llegó a ser readmitido brevemente meses más tarde-. Mouriño puso la resurrección en manos de Ramón Martínez, de tanto prestigioso pasado como escasa energía, incómodo con los escasos recursos. Su gestión bordeó el desastre. Llegó entonces Torrecilla, justo antes del partido contra el Alavés que Iago Aspas convertiría en el gozne del destino. Un director deportivo de perfil más bajo que sus antecesores, capaz de construir sociedades productivas con cada técnico. En Segunda se movió con rentabilidad; en Primera pagó la novatada y aprendió de la experiencia. Su crecimiento se liga al del proyecto y su reemplazo, tras irse al Betis, es el gran interrogante de estos días.

Cuerpo Técnico

Clara apuesta por un estilo atractivo

Mouriño ha sido constante en el perfil que deseaba para ocupar el banquillo, aunque también al principio diese bandazos. Asumió a Fernando Vázquez como por obligación. El santiagués había logrado el ascenso y la clasificación para la UEFA consecutivamente. Pero nunca creyó en él y esa desconfianza se trasladó a la decisiones deportivas. La ansiedad de los malos resultados impuso el corto plazo por encima de la filosofía presidencial en las siguientes elecciones: Stoichkov y Antonio López, López Caro, Alejandro Menéndez al rescate, Pepe Murcia... Desde Eusebio, sin embargo, se ha dibujado una línea de continuidad en lo profundo, más allá de los matices que presente cada elección. Ya fueron desde entonces etapas largas, con Paco Herrera y Berizzo, y Luis Enrique yéndose entre medias por el embeleso del Barcelona. Mouriño jamás ha ocultado su filiación azulgrana en cuanto a gusto -tal vez, por eso, le duela especialmente el divorcio con la entidad barcelonista-, pero ha aprendido a plasmar esa querencia desde las circunstancias propias del Celta, referente del "fútbol de salón" para los modestos.

Plantilla

Estabilidad después del caos

La configuración de las sucesivas plantillas célticas es el lógico producto de cada coyuntura: categoría, director deportivo, técnico... Mouriño, como él mismo ha confesado, creyó que la plantilla que tomaba de Horacio era de solvencia garantizada y no la retocó de la forma conveniente. Las siguientes temporadas, condicionadas además por la reestructuración traumática que todo descenso supone, ofrecieron la extraña mezcla cocinada por Ramón Martínez: cedidos de clubes grandes que no llegaban a cuajar (algunos han triunfado después, como Diego Costa y Mario Suárez) y fichajes de nivel bajo, muchos de los cuales resulta incluso difícil recordar. Nada florecía entonces. Eusebio abrió las puertas a la cantera y generó un cimiento sobre el que después edificaría Paco Herrera, con la aportación además de sobrios profesionales como De Lucas, Bustos, López Garai, David Rodríguez... En Primera se ha ido afinando el conocimiento del mercado internacional. Hoy, el Celta es un referente en acierto, desde determinadas constantes: plantillas cortas, un núcleo estable, jugadores polivalentes, corta edad media...