Fernando Torres se ha ganado a pulso el título de "bestia negra" del Barcelona. Le marcó goles decisivos jugando con el Atlético, el Liverpool y el Chelsea antes de volver. Coincidiendo con su pérdida de protagonismo parecía haberse rebajado esa condición, pero tenía reservada su versión más dañina para un día señalado. Cuando marcó, al Camp Nou se le aparecieron todos los fantasmas del pasado. Diez minutos después, mientras enfilaba camino de los vestuarios tras ver la roja por dos entradas que no venían a cuento, "El Niño" abría una puerta a la esperanza del barcelonismo. Un resquicio que no se concretó hasta el segundo tiempo, cuando otro "matador", Luis Suárez, tradujo en goles el asedio.

El primer tiempo de ayer confirmó que la derrota en el Clásico dejó secuelas en los jugadores de Luis Enrique. El Barça dio sensación de pesadez durante todo el primer tiempo. A Messi y compañía se les hacía un mundo atacar la fortaleza atlética, un 4-4-2 que no renunciaba a hurgar en la defensa barcelonista. Simeone cumplió con su palabra de ir a por el partido con un retoque significativo, Carrasco por Augusto. Y consiguió el doble objetivo: cegó los canales de juego del rival y amenazó en cada contra.

Sólo un minuto después del primer aviso de Griezmann, el Atlético cantó bingo. Koke maniobró como en sus buenos tiempos y, aprovechando la desatención de Alves, le metió un pase en profundidad a Fernando Torres, que no tembló ante Ter Stegen. Piqué intentó hacer de Puyol levantando a sus compañeros, apesadumbrados, pero el partido se le puso a huevo al Atlético. Y más que se le pudo poner si el guante de Ter Stegen hubiese medido un centímetro menos porque no hubiera llegado a desviar un remate venenoso de Griezmann. Pronto llegó la segunda frivolidad de Torres y empezó un partido nuevo, aunque no se notó de inmediato.

El Barcelona necesitaba urgentemente un análisis de la situación, así que el descanso le vino de perlas. Aunque el Atlético montó un bunker en torno a su área, con nueve jugadores defendiendo como cosacos, el Barça empezó a abrir brecha. En cinco minutos, Oblak se libró milagrosamente de dos goles, tras una chilena de Messi que se fue por un palmo y en un remate teledirigido de Neymar que se topó con el larguero. El brasileño aún se llevó otra vez las manos a la cabeza tras un tiro que pasó rozando el poste izquierdo.

Para el Barça, aquello empezaba a parecerse peligrosamete a otras siniestras noches europeas, en las que el Inter y el Chelsea negaron el pase a dos finales jugando en inferioridad numérica y con el equipo de Guardiola chocando contra una pared. Pero Luis Enrique tiene más pólvora y cuenta, sobre todo, con Luis Suárez, el delantero que nunca pierde la fe. Así que bastaron dos apariciones para culminar jugadas de los laterales: primero desvió desde cerca un remate de Jordi Alba y, a falta de cuarto de hora, cabeceó con precisión un centro de Alves.