La inspiración del mejor Cristiano Ronaldo, que anotó cuatro goles y cambió el signo del partido con un par de obras maestras, devoró ayer a un Celta irreconocible y privó al conjunto de Berizzo de cualquier atisbo de sorpresa en el Santiago Bernabéu. En un partido enorme, impecable de cabo a rabo, el portugués se convirtió en un azote bíblico para el sumiso conjunto vigués y lideró una inesperada goleada blanca en un segundo tiempo catastrófico en el que el cuadro celeste, tras presentar batalla hasta el descanso, se desmoronó como un castillo de naipes.

Hasta que el monstruo portugués hizo el segundo con un misil guiado desde 20 metros que Rubén Blanco, la apuesta de Berizzo para la portería en el Bernabéu, solo pudo seguir con la mirada, el Celta había gestionado con inteligencia el partido amparado en el plan de Berizzo de quitarle la pelota al equipo de Zidane. Los celestes asumieron la iniciativa y tomaron inicialmente el mando del partido.

La sensación de peligro rondó los dominios de Keylor Navas con una par de balones largos que Aspas no llegó a pinchar y habrían dejado al moañés frente a frente con el portero blanco, pero sobre todo con el lanzamiento a la cruceta con la que el morracense cortejó el gol a los 13 minutos de juego. Con todo a favor, tras recibir un gran centro de Orellana desde la derecha, Aspas envió la pelota al poste y, tras recoger el rechace, remató luego al muñeco con la derecha, su pierna mala, lo que facilitó el lucimiento de Navas.

Este tempranero aviso serio del Celta disparó las alarmas en el Bernabéu y los silbidos, convertidos en la segunda parte en ovaciones, comenzaron a aflorar tímidamente entre la suspicaz hinchada blanca. En primera fase, los celestes desactivaron casi por completo al Madrid con una inteligente ocupación del campo, cerrando al grupo de Zidane las líneas de pase antes de que sus delanteros pudieran aproximarse a los dominios de Rubén Blanco.

La primera ocasión blanca llegó desde la distancia con un derechazo lejano de Cristiano que el portero celeste repelió con una imponente estirada. No mucho después Isco Alarcón, titular ayer en la delantera blanca junto al portugués y el canterano Borja Mayoral, cortejó el gol con un disparo a bocajarro que Rubén desactivó con otro paradón.

Pero el Celta no pasaba verdaderos apuros y, sin alardes pero con determinación, manejaba con insospechada comodidad el tempo del partido frente a un adversario tan diligente como poco efectivo que comenzaba a irritar a su propia hinchada. Todo parecía marchar sobre ruedas cuando una acción fortuita cambió por completo el partido. Pablo Hernández se lesionó la rodilla en un choque con Lucas Vázquez y tuvo que abandonar el terreno de juego al poco de cumplirse la primera media hora de juego. La ausencia del Tucu, sustituido por Radoja, se convirtió en un problema insuperable para los celestes, que perdieron el control del juego en el medio campo y comenzaron a sufrir un tormento para defender las jugadas de estrategia, de las que el chileno era su principal baluarte.

Y fue precisamente a balón parado, ya sin el Tucu sobre el campo, como el Madrid inclinó el campo a su favor. Cerca del descanso, Rubén sacó con una mano prodigiosa a córner un cabezazo envenenado de Cristiano pero no pudo impedir que Pepe, en una acción casi calcada, estableciese a continuación el primer gol blanco con un impecable testarazo que hizo inútil el vuelo del portero céltico. El Madrid sacaba de la nada un gol que le permitía irse en ventaja al descanso y no hacía justicia al dominio que el Celta había ejercido en el partido.

Quizá por eso nadie contaba con el descomunal batacazo que el equipo de Berizzo se iba a pegar tras el intervalo. Pero bastó que la musa tocase a Cristiano. El Celta salió al campo dormido, relajó la marca y el crack lusitano inició un festival goleador al que Jesé y Bale pusieron finalmente la guinda y que convirtió al equipo celeste en un esperpento, una deformación grotesca de sí mismo, irreconocible, desamparado y, finalmente, rendido al vendaval de juego blanco que convirtió el partido en una pesadilla.

Poco o nada puede reprocharse a Rubén, que tuvo que conformarse con lanzarse para intentar desactivar el misil que el portugués convirtió, sin nadie que le estorbarse en cinco metros a la redonda, en el segundo gol del partido apenas unos minutos después de que Pepe abriese el marcador. Este segundo gol psicológico del conjunto blanco desarmó al Celta, que desde este momento se dedicó a perseguir sombras. Y sin dar tiempo a la reacción, el mismo Ronaldo hizo el tercero con un lanzamiento de falta imparable, ese que casi nunca le sale, una folha seca perfecta que Rubén solo pudo perseguir con la mirada.

Y aunque el portero celeste evitó el tercero de Ronaldo en otra falta bien lanzada con otra espléndida intervención y Aspas, en un contragolpe lanzando desde campo propio, redujo distancias en un mano a mano frente a Navas resuelto con una hermosa vaselina, el Celta bajó definitivamente los brazos cuando el portugués volvió a marcar, esta vez en jugada, tras recibir un calculado servicio de Isco desde la izquierda que, con Rubén vencido, solo tuvo que empujar al fondo de la red.

La última media hora de partido fue una tortura para el desarbolado conjunto de Eduardo Berizzo, convertido ya en una ridícula caricatura de sí mismo, derrotado, sin capacidad de reacción, un muerto en vida que todavía tuvo que sacar la pelota de centro tres veces más cuando Ronaldo, esta vez de cabeza entrando como un ciclón, Jesé, en una bella jugada personal y Bale, en una acción marca de la casa, adornaron la hecatombe.