Queda tumbado sobre el barro Muñiz y le tienen que estirar el gemelo, acuchillado por los calambres. Se levanta y carga. Arrastra rivales durante treinta metros. Agota sus últimas energías en esa tracción brutal que evapora cualquier riesgo. El silbato del árbitro le premia el esfuerzo. Sufrió en exceso el Blusens Universidade de Vigo. Permitió que el CRAT estuviese a distancia de disgusto en los últimos diez minutos después de haber controlado holgadamente los setenta anteriores. Los derbis tienen que doler más porque también es mayor la dulzura de su premio.

Las dos escuadras entraron en la cancha al son de la marcha del antiguo reino de Galicia, gaita en vivo, rugby y lluvia súbita. Se fueron con Xoel López cantando "Tierra" en la megafonía. Tradición y modernidad. Entre medias, más pasión y esfuerzo que fluidez. El XV del Olivo, que ha reinado durante la última década, recupera su trono en la resaca. En la clasificación, el CRAT aún lo conserva. 52 puntos herculinos por 46 vigueses. Superar esa distancia es el aliciente que resta en las últimas tres jornadas.

Puede conseguirlo el Blusens, aunque dos de sus rivales sean los líderes, porque sigue creciendo desde noviembre. Desde el derbi de la primera vuelta, al que llegó como víctima y en el que ejerció como tal. Este equipo se comporta de forma más compacta. Se aplica bien en su plan de juego. Tiene mecanismos colectivos que le permiten sobrevivir mejor a las bajas. Ayer, a las conocidas, se sumó Carlos de Cabo. El zaguero calentó, salió como titular y a los cinco minutos pidió el cambio.

Aguaceros y rayos tropicales de sol fueron alternándose en el enloquecido microclima de As Lagoas, según la nube negra que arrastrase el viento. Suficiente para convertir el terreno en plastilina y el oval en una anguila eléctrica. El Blusens apretó desde el primer minuto al CRAT. Lo encerró en su veintidós. Avasallaba a los herculinos en la melé, aseguraba la touche propia y robaba con frecuencia la ajena. Tanto y a la vez insuficiente. Todas sus acometidas, ya cerca de la playa, se morían en un avant, una imprecisión o un golpe de castigo. Los ametralló el tierno árbitro, sin orden ni concierto. Tito se fue al sin bin con cara de pasmo. Pero ni siquiera la inferioridad viguesa durante diez minutos animó al CRAT a explorar el territorio contrario. Cansado del desgaste estéril, Uru aprovechó un golpe centrado para estrenar al menos el casillero.

No zigzagueó esta vez el apertura. Ni Maka Tatafu ejerció de tryman. Y a Maguna le llevó tiempo ajustar el pase. Factores que en otros momentos de la temporada hubieran lastrado letalmente al XV del Olivo. El equipo, impregnado del espíritu neozelandés que predica Norm Maxwell, solo necesitó algo de continuidad para marcar distancias tras el descanso. Cuando impone ese ritmo kiwi, a su modesta manera, los rivales empiezan a deshilacharse. Delanteros y tres cuartos encajan en el engranaje, como en el ensayo de Abadía. Y se persigue sin piedad la duda del adversario, como en el de Valentín Gutiérrez.

El Blusens pecó entonces por omisión. Quiso reservar algo de resuello con el 13-0, quizás se sintió ganador. El CRAT aprovechó ese mínimo resquicio para reincorporarse al encuentro. El ensayo de Ciancio convertido por Dovale inyectó tensión a la recta final, aunque más como sensación o amago, que Muñiz espantó a manotazos.