Se había puesto gallo el Sevilla, con un gol de alta escuela y la incomodidad de siempre, cuando el Barça provocó una falta al borde del área. La posición parecía ideal para la diestra de Neymar, que ya había agujereado a Sergio Rico desde esa posición, pero se la pidió Lionel Messi. Mereció la pena porque el argentino demostró una vez más que no hay barrera que se le resista. Conectó su zurda con tanta violencia como precisión para colar la pelota por la escuadra opuesta. Sergio Rico facilitó el gol con un paso a destiempo hacia el lado equivocado, aunque probablemente intentar anticipar el tiro era su única salvación. Así empezó a arreglar el Barça el partido, que no fue uno más por muchos motivos: por la entidad del rival, porque los tres puntos apuntalan el liderato y porque Luis Enrique ya comparte con Beenhakker una marca supersónica. Messi completó otra noche mágica con su decisiva participación en el 2-1, aunque la asistencia se la apuntó Suárez y el gol Piqué.

El Sevilla desmintió en el Camp Nou su condición de peor visitante de la Liga. Fue un equipo de cuerpo entero, que defendió con bravura y atacó con decisión. Se creció tanto en el segundo tiempo, ya con 2-1, que Luis Enrique se vio obligado a reclutar a Alves, Iniesta y Rakitic para restaurar al equipo de gala, con la excepción de Mascherano. En el intercambio de golpes, el Barça tuvo más y mejores ocasiones, pero el Sevilla estuvo hasta el último minuto, dale que te pego, en busca de un empate que no hubiera sorprendido a nadie.

La valentía del Sevilla favoreció un partido vibrante, precioso para el espectador. Hubo detalles de lujo por parte y parte, pero nadie renunció al cuerpo a cuerpo. Ahí está una evolución del Barça de Luis Enrique, capaz de igualar en intensidad a un equipo como el de Emery. Y, por supuesto, con más jugadores desequilibrantes. Ninguno como Messi, que volvió a protagonizar el partido. Dejó su sello ya en el minuto 13, con un intento de gol olímpico, que acabó en el poste y, en la misma jugada, tuvo continuidad con un trallazo de Luis Suárez al larguero. No se asustó el Sevilla, que dio primero con una internada de Tremoulinas coronada por Vitolo.

Aunque se ha acostumbrado a remontar goles en el Camp Nou, la situación era tan delicada que todo el mundo miró hacia el tridente. Y, abracadabra, todo empezó a fluir. Neymar asumió su papel desequilibrante, Suárez empezó a martillear a la defensa y Messi... ejerció de Messi. Además del golazo de falta rozó el segundo antes del descanso y aceleró a la vuelta. Primero puso un balón milimétrico para la volea de Neymar salvada por Rico, y después detuvo el tiempo en el área para encontrar a Suárez antes de que Piqué remachase en el área pequeña.

El 2-1 animaba a pensar en que el líder lo tenía todo controlado, pero el Sevilla no estaba de acuerdo. Dio un paso adelante y rozó el empate tras un taconazo virguero de Iborra que plantó a Gameiro cara a cara con Bravo. Ganó el portero, igual que Sergio Rico tres minutos después en una situación calcada con Neymar. Con todo por decidir llegó el momento de los entrenadores, que movieron pieza. Luis Enrique buscó más control con Iniesta y Unai Emery se soltó la melena con Konoplyanka. Estuvo tan cerca el 3-1 como el 2-2, pero finalmente todo quedó igual para alivio del Camp Nou, que miró más para el reloj que para el césped. La mayoría comprendió que, a veces, los triunfos apretados se disfrutan tanto como las goleadas rutinarias.