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La lección de Seve

La historia del deporte mundial ofrece remontadas milagrosas - Olazabal citó a Ballesteros en su arenga en la Ryder Cup de 2012: "Nada termina hasta que no termina"

Olazabal, en Medinah. // Mike Blake

Semifinales de la Final Four universitaria de baloncesto de 2001. Duke acaba el primer cuarto perdiendo de 22 con Maryland. Mike Krzyzewski observa a sus discípulos en el corrillo, demudados, absolutamente superados por la presión. El técnico, aunque se le puede suponer irritado, relaja el tono. Es casi humorístico, a su modo."No podéis jugar peor. ¿Qué os puede preocupar ya? ¿Perder de cuarenta?". Krzyzewski acaba de transformar la ansiedad en relajación. Ha espantado el miedo de sus chicos. Acabaron ganando 95-84. En la final derrotarán a Arizona por 82-72.

"Los milagros existen en el deporte", suele decirse. Por lo factible y a la vez por lo escaso. El Celta persigue una hazaña excepcional. Aunque la sabe improbable, tiene casos en los que inspirarse. En lo tocante a su propia historia, supone romper una frontera. El precedente que más se le aproxima es la eliminatoria de cuartos de la Copa de 1968 contra el gran Elche de Asensi. Aquel Celta llevaba casi una década en Segunda. Perdió en campo ilicitano por 3-0. Igualó ese resultado en Balaídos. El desempate se resolvió a su favor por 2-1. El Real Madrid de Gento interrumpiría su progresión. En tiempos recientes destaca la hombrada ante el Estrella Roja en 2000. Los serbios ganaron 1-0 en Belgrado y ganaban por 1-2 al descanso en Vigo. Gustavo López, McCarthy y Catanha firmaron el 5-2.

En fútbol enseguida se le aplica el concepto religioso a las remontadas. Como en "el milagro de Berna", la final del Mundial de 1954 entre Alemania y aquella Hungría que se antojaba imbatible. A los ocho minutos habían marcado Puskas y Czibor. Asunto finiquitado, pareció. Los germanos comenzaron a labrarse su fama de tenacidad con el gol de Morlock y el doblete de Rahn, completado en el 84.

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Las mejores historias no siempre se desarrollan en los grandes escenarios, como la del United ante el Bayern en el Camp Nou o las noches europeas del Bernabéu. Puede suceder en cualquier instancia de cualquier torneo. A pocos les interesó que en treintaidosavos de la Copa de la UEFA 1989/1990 el Antwerp se clasificase al ganar al Levski búlgaro por 4-3 en la vuelta. Los belgas obtuvieron tres de sus tantos entre los minutos 91 y 95. Sucedió y en consecuencia puede repetirse.

Casi todos los deportes tienen sus relatos épicos. Sus milagros, sí, como aquel de Medinah, en la Ryder Cup de 2012. Europa, capitaneada por Olazabal, ganó ocho de los últimos doce duelos individuales para voltear el 10-6 con el que Estados Unidos habían resuelto los enfrentamientos por parejas. Olazabal blandió el recuerdo de Seve Ballesteros, que había fallecido en mayo de 2011, para agitar a sus jugadores. "Yo creo. Poco más os tengo que decir. Salid ahí y dadle duro", les pidió el vasco, que después explicaría: "Hice lo que me enseñó Seve, que nada termina hasta que no termina, que nada está perdido hasta el final".

En el golf no hay aparentes sudores ni se grita tan desaforadamente. Pero la guerra psicológica, ese tormento íntimo, es más cruel. El Celta necesita que los jugadores del Sevilla duden y se derrumben como Van de Velde en la última jornada del Open Británico de 1999. Se plantó en el tee del 18 con tres golpes de ventaja. En ese último hoyo sufrió un colapso. Solo acertó a salvar un desempate en el que Lawrie se impondría.

Desde la perspectiva contraria, las gestas necesitan héroes. Dudek lo fue en aquella final de Champions entre el Liverpool y el Milán, improbable en su papel. Fue Jason Lezak, quizás la posta menos conocida, el que permitió con su prodigioso relevo que Phelps añadiese el oro del 4x100 libre a sus otros siete en Pekín. Con todo, cabe esperar de los líderes que destapen su genialidad. Como McGrady cuando anotó 13 puntos en 35 segundos para batir a los Spurs y Reggie Miller con 8 en 11 para silenciar el Madison. Fue Spanoulis el que empujó al Olympiacos a destrozar al CSKA en las semifinales de la Euroliga de 2015 cuando los rusos ganaba por 63-54 a falta de tres minutos. El base griego, que había fallado sus primeros once lanzamientos, logró 11 puntos en ese sprint. "Spanoulis lo vuelve a hacer", titulaba un periódico. En la final de 2012, el CSKA dominaba por 53-34 al Olympiakos en el minuto 28. Ganaron los helenos 61-62.

De las remontadas no se libran ni los deportes más sistematizados como el fútbol americano, con sus técnicos, cámaras, micrófonos, libros de jugadas y equipos especiales. Los Buffalo Bills consiguieron la más notable en la NFL, un 3-35 transformado en 41-38. Peyton Manning, que acaba de conquistar su segunda Superbowl, dirigía a los Colts en aquel partido del Monday Night en que anotaron 21 puntos en los últimos cinco minutos para noquear por 38-35 a los Tampa Bay Buccaneers, que habían alcanzado el último cuarto con un 28-7 a su favor. "Me quito el sombrero ante Manning", le elogió el entrenador rival, Jon Gruden.

Y aunque la vela es ciencia, el factor humano decide. El Oracle caía en la Copa del América de 2013 con el New Zealand por 1-8. Los "kiwis" necesitaban un solo punto más. Los estadounidenses se mantuvieron en equilibrio sobre el abismo en las regatas restantes. Vencieron por 9-8. Spithill, el patrón, cuando le preguntaron por su secreto, no habló de complejas mediciones. "Hemos puesto el alma", aclaró.

El celtismo puede dudar. Estos son equipos, jugadores o proyectos de aura luminosa. Al Celta, el club sin títulos en sus vitrinas, siempre derrotado en las finales, le persigue su leyenda negra. Pero también las maldiciones se terminan. En 1920 los Boston Red Sox de béisbol traspasaron a Babe Ruth a los New York Yankees por 100.000 dólares. La "maldición del Bambino" les hizo llorar por cada céntimo. Ruth ganó con los Yankees los títulos de 1923, 1927, 1928 y 1932. Mientras, su exequipo iniciaba un interminable periodo de decadencia. Los Red Sox estuvieron sin ganar las World Series 86 años, entre 1918 y 2004. Todo se terminó cuando menos podía esperarse. En las finales de la American League, precisamente los Yankees dominaban a los Red Sox por tres partidos a cero. Nadie jamás había logrado recuperarse de esa diferencia. Lo hicieron los Sox, que en las finales barrerían a los Cardinals.

La "maldición del Bambino" se había instalado en la cultura popular de Massachusetts. Un día alguien pintarrajeó una señal de tráfico que avisaba sobre una doble curva ("reverse curve") en el puente de Longfellow y la convirtió en un petición a los Sox: "Reverse the curse". Invertid la maldición. El ayuntamiento de Boston dejó intacto aquel mensaje hasta la victoria de 2004. Entonces, con gran boato, instalaron otra señal: "Curse reversed". La maldición había terminado. ¿Cómo se produjo la remontada? El cartel que un aficionado portaba durante las celebraciones lo explicaba: "Nosotros sí creímos".

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