Todo equipo tiene un enemigo íntimo que se le atraganta sin razones aparentes. No el poderoso que le derrota por el peso de sus estrellas y sus millones, sino ese adversario tan o más humilde. El Rayo Vallecano es sin duda eso que se llama bestia negra, su némesis de justicia implacable. Las estadísticas retratan esta maldición. En sus últimos enfrentamientos, el Celta acumula cuatro victorias, cinco empates y trece derrotas. Una tortura que se prolonga desde finales del siglo pasado y escapa a la lógica de los análisis tácticos. Generaciones y proyectos han florecido y se han marchitado en ambos clubes en este tiempo. Han ido cambiando entrenadores, plantillas y estilos. Celta y Rayo han optado por el toque o el tentetieso a la vez o alternándose. Y la victoria, por el camino más directo o siguiendo extraños laberintos, clara o apurada, ha terminado cayendo del bando madrileño.

Es Vallecas el territorio de pesadilla. El Celta huyó del césped enfermo de Balaídos para encontrárselo en Vallecas. Un señal funesta. Antaño, cuando era de UEFA o Champions, los célticos justificaban sus derrotas en las dimensiones de la ratonera vallecana. Hoy el Rayo juega a su mismo fútbol de salón y anula la excusa. La racha ya solo puede obedecer a lo cabalístico. Berizzó sufrió en sus carnes, como central, aquellos disgustos. En trece visitas de Primera División al campo de la barriada popular, el Celta acumula diez derrotas, un empate y solo dos victorias. La última, por 1-3, en abril de 1996. Veinte años de sequía asegurada.

El Celta ganó en Vallecas cuando menos parecía pretenderlo o merecerlo. Fue en Segunda, antes de que asomase la luz, cuando la plantilla estaba plagada de jugadores que hoy cuesta recordar. Ese 23 de marzo de 2010 Cellerino y Danilo marcaron los goles del triunfo (1-2). Quizás Berizzo buscó esa misma triquiñuela: lograr la victoria renunciando a ella, como quien juega a ignorar a quien pretende para incentivar su interés.

Ni por la estadística ni por la revolución que Berizzo medio había anunciado renunciaron varios cientos de aficionados célticos a viajar a Vallecas. Allí estuvieron y cuentan que cantando sin desmayo, pese la debacle. Son las víctimas colaterales de los experimentos y las rachas.