El Celta mantiene vivo su sueño copero. Con un entusiasmo casi juvenil el conjunto vigués alimentó su ilusión tras plantar cara y comprometer en muchos momentos al Atlético de Madrid, superado por la intensidad de los hombres de Berizzo que no se guardaron un gramo de fuerza hasta poner en graves aprietos a los de Simeone, salvados a última hora por Estrada Fernández que no quiso ver un penalti clamoroso por manos de Thomas y que podría haber inclinado el partido durante el último y conmovedor arreón que un Celta ya exhausto descargó sobre el área de Moyá. Hubiese sido un justo premio para el compromiso de los vigueses, que no le perdieron la cara al líder de Primera División en la primera de las batallas que van a resolver esta apasionante e igualada eliminatoria. Nada que ver con lo sucedido hace diez días en la Liga. Ayer los de Berizzo superaron en intensidad y fútbol a los colchoneros, que se llevan solo en parte el botín que buscaba Simeone. Le faltó un gol para redondear su plan. Pero algo parecido puede pensar el Celta. El 0-0 es el mejor de los malos resultados que podía arrancar, pero abre el melón de la eliminatoria. En el Calderón a buen seguro que tendrán sus opciones; cualquier empate le vale y el Atlético, a diferencia de otros días, no podrá entregarse a esa especulación de la que son verdaderos maestros.

El partido sirve también para reencontrarse con una de las mejores versiones de este Celta, algo que se agradece tras el último mes. Seguro que ha habido otros días más brillantes en estos años, pero las actuaciones hay que medirlas en función del rival que hay enfrente. Y es difícil jugar mejor contra el Atlético. Una actuación descarnada, con todos los jugadores entregados y dando su mejor versión. Sin rendiciones ni treguas, con la determinación de quien parecía convencido de que gran parte de sus opciones pasaban por lo que sucediese en el encuentro de ida. Solo faltó un gol para completar la noche. La otra misión, mantener a cero la portería, la ejecutaron gracias al infinito compromiso de los futbolistas y al buen rendimiento que a Berizzo le dieron los pequeños matices con los que trató de contrarrestar a los colchoneros -sobre todo a la hora de defender a sus dos delanteros- y que dejaron sin respuesta a Simeone, superado ayer en la pizarra por su compatriota.

Al Celta solo cabe hacerle dos pequeños reproches: los primeros minutos de cada uno de los tiempos, donde los colchoneros -que alinearon un equipo sin apenas rotaciones, con buena parte de sus indiscutibles- rondaron su portería y encontraron las puertas que no tardaron en cerrar los vigueses. Producto seguramente de la tensión, de la exigencia de la cita. Salvado ese punto, el partido fue un ida y vuelta jugado con un nivel de intensidad brutal y en el que el Celta fue imponiéndose gracias sobre todo al despliegue de su medio del campo y a la salida que Guidetti le proporcionó en ataque. El sueco compartió línea con Aspas y con Orellana, caído en esta ocasión a la banda izquierda. Ninguno de sus escuderos estuvo especialmente inspirado, bien frenados por Gámez y Filipe. Pero Guidetti dio un curso de juego de espaldas, asociativo y de esfuerzo. Se dejó el alma hasta desesperar a dos tipos tan solventes como Savic y Godín, desquiciados con la movilidad y la sencillez con la que el sueco desarrollaba su juego. Fue una lástima que a su toque de corneta apenas acudiesen compañeros. Porque a diferencia de otros días, el Celta midió mucho la presencia de su segunda línea en el área rival. No era día para arriesgarse a un contragolpe traicionero. Y por eso Hernández y Radoja se cuidaron mucho de guardar la posición y aposentar el control del partido. La actuación del serbio acreditó a quienes ven en él un líder de futuro de este proyecto. Brillante en lo táctico, excepcional en lo físico. Manejó el partido con ayuda de Wass y de Hernández a su antojo para ir encerrando al Atlético poco a poco en su área. No era el partido de hace diez días en Liga. Los de Simeone bajaron las orejas y se preocuparon por hacer eso que mejor saben, tapar los caminos que llevan a su portería. Ese fue el problema del Celta, que tuvo mucho la pelota, pero creó pocas situaciones de peligro. Una de Aspas que despejó Moyá y otra llegada de Jonny a la línea de fondo fueron sus mejores opciones en un primer tiempo que regaló una magnífica sensación.

Simeone tampoco fue capaz de cambiar la tendencia del partido en el segundo tiempo. Movió el banquillo mucho antes de su colega -no resulta extraño- pero el partido siguió en manos de Radoja y de Hernández (Wass estaba más preocupado por ayudar a sus centrales). Aparecieron Vietto y Correa para dar otro aire al ataque, pero acabaron consumidos ante el empuje de Sergi Gómez, Cabral, de un diabólico Jonny y de Planas que recuperó su mejor versión. El Celta parecía tener controlado el asunto de tener su puerta a cero. Solo quedaba llevarse un marcador más rotundo a Madrid. Con los jugadores rotos por el esfuerzo y el ritmo del partido, aparecieron los errores y los espacios. También alguna oportunidad. Al Atlético se le empezó a hacer demasiado largo el partido mientras el Celta se dejaba la vida en el esfuerzo. Con el cuchillo en los dientes en cada acción. La determinación de quien busca la eternidad tantas veces negada. Incluso Beauvue -que debutó- pareció contagiarse de aquella atmósfera el tiempo que estuvo en el campo. Aspas probó en un disparo lejano antes de que llegasen las dos grandes opciones de los vigueses, la recompensa a su entrega. En la primera, un pase excelente de Guidetti al espacio fue interceptado por Augusto. El balón descolocó a Moyá que iniciaba la salida y corrió de manera tímida hacia la portería vacía mientras Balaídos soplaba para que llegase más rápido. El maltrecho e infame césped se volvió contra su dueño, una vez más. Ralentizó al esférico y Gabi llegó a tiempo de despejar con el estadio boca abajo por la angustia. Solo faltaban nueve minutos. Luego, en el descuento el turno para la polémica. Un cabezazo de Sergi Gómez fue desviado de manera descarada por la mano de Thomas dentro del área. Penalti escandaloso que Estrada Fernández, preso de su propia culpa, negó entre grandes aspavientos y gritos a los jugadores del Celta. Hubiese sido el justo premio para un Celta cargado de coraje que dentro de una semana buscará un pedacito de su sueño. Ayer hizo mucho por construirlo.