El Celta se estrelló contra la dura realidad y sus evidentes limitaciones, las de una plantilla corta, exprimida y que atraviesa el tramo más intenso de la temporada sin algunas de sus piezas más importantes. El imponente Atlético -el equipo mejor trabajado de toda la Primera División- se limitó a imponer la lógica ante un rival que solo pudo oponer voluntad. No tenía nada más con lo que pelear contra semejante adversario. El Celta fue como el boxeador que suben al ring y le atan una mano a la espalda. Puede correr y pelear, pero al final le van a cazar. Sin el lesionado e imprescindible Nolito, sin Fontás, sin el huído Augusto y sin que hayan comenzado a desembarcar los refuerzos por los que suspira Berizzo, los vigueses fueron presa fácil de la voracidad del equipo de Simeone, sobrado de orden, de disciplina y de físico para aprovechar la debilidad de un Celta que acumula tres derrotas consecutivas sin marcar un gol. Un triste final para una primera vuelta en la que han rozado el sobresaliente.

El partido, al margen de lo sucedido con el balón en juego, sirve para retratar al fútbol español, sus caprichos y delirios, su afán por institucionalizar la injusticia. Allí, alineado con los titulares frente al Celta, estaba Augusto Fernández. Hace cuatro días, pieza básica en Vigo. Ahora convertido en un eslabón más (de las más discretas) de la cadena de montaje que es el Atlético de Simeone. Todo legal, pero abiertamente injusto. Es como cambiar las reglas de juego en mitad de una partida. Y el Celta se resintió. Berizzo tiró de lo poco que tenía (Radoja) para enfrentarse a los cuatro pivotes con los que los colchoneros comparecieron en Balaídos. La escena, que rozaba lo pornográfico, describe la diferencia de clases en la que se mueve el fútbol español.

El día era importante para Radoja. Porque su destino es hacer olvidar en el futuro al argentino. Pero la cita le llegó demasiado pronto. El serbio necesita tiempo para adquirir ritmo después de la serie de problemas físicos que le han acompañado en otoño. Peleó, corrió y fue de lo mejor del Celta, pero no le alcanzó para imponer el ritmo que suele adornar a los de Berizzo. Tampoco le ayudó su pareja de baile, Hernández. Ambos se vieron enredados en la presión feroz del Atlético de Madrid que achica espacios con la precisión de un robot de última generación. Son un equipo tan mecánico como demoledor. No es casualidad que hayan cerrado la primera vuelta con solo ocho goles en contra. Dice mucho de ellos y de sus opciones de pelearle el título al Real Madrid y al Barcelona. Ayer solo Orellana les generó alguna clase de inquietud. Sucedió en la primera media hora del partido en la que el Celta dio señales de esperanza y pareció adaptarse mejor a las condiciones del campo (muy rápido por las intensas lluvias caídas durante todo el fin de semana). El chileno desestabilizó a los colchoneros con sus quiebros y movilidad en varias ocasiones y por momentos tuvo la ayuda de un intenso Wass o de Bongonda, que colocó un par de balones complicados y por momentos puso en aprietos a Juanfran. El problema es que todo lo que el Celta fue capaz de generar ante la portería de Oblak fue un cabezazo desviado de Iago Aspas más allá del minuto 20. Nada más. Un escaso bagaje para un equipo que suele ser una máquina de generar fútbol y oportunidades. Era una buena señal para el Atlético de Madrid, tranquilo y ordenado, que esperaba tranquilamente su ocasión. Su confianza resultaba elocuente y le fueron comiendo el campo al Celta poco a poco, como quien no quiere la cosa. No tardaron en entender que solo Orellana podía generarles alguna inquietud y que la resistencia de los vigueses cedería tarde o temprano. Tampoco hacía falta ser adivino. Con el campo en esas condiciones, una plantilla corta y con varios jugadores lejos de su mejor momento, el partido acabaría por ser eterno para los de Berizzo. Los últimos diez minutos ya dejaron señales inquietantes porque la presencia en el área rival del Atlético era cada vez más visible aunque sin grandes oportunidades, pero en el medio del campo al Celta se le comenzó a abrir un agujero que Radoja y Hernández ya no eran capaces de tapar. Al contrario del Atlético, que multiplicaba su presencia, que corría para coger a los vigueses despistados y que replegaba con una velocidad extraordinaria.

Los goles

El descanso no cambió nada el panorama. El Celta profundizó en sus señales inquietantes y el Atlético le castigó en la primera que tuvo. Una gran combinación que culminó Griezmann -sobresaliente el francés- para convertir el partido en una cuesta demasiado empinada. Simeone, que ya había solucionado el problema Orellana, dio otro paso adelante. Suprimió un medio porque sabía que el partido lo tenía controlado y añadió un atacante más como Carrasco. Más piernas frescas ante la pesadez del Celta. Berizzo apenas movió ficha. Cierto que la plantilla tiene sus estrecheces y que ha llegado a este partido muy limitada, pero tampoco agitó el árbol pese a que había jugadores pidiendo auxilio desde el campo. El equipo se fue consumiendo mientras el partido anunciaba el segundo gol del Atlético por pura inercia. Porque no es que los de Simeone fuesen un torrente de juego. Simplemente estaban un par de pasos por encima de un equipo que solo podía oponer voluntad. El Atlético economiza siempre esfuerzos, escoge el momento para golpear y prefiere que sea el rival el que maneje la pelota para sacar partido de la velocidad de esos diablos como Vietto, Griezmann o Carrasco, que sentenció el partido tras una gran jugada individual con el Celta roto en pedazos. Una gris despedida de la primera vuelta, pero que no debe empañar todo lo bueno que este equipo ha hecho desde que el balón echase a rodar en agosto.