A Francisco Márquez Veiga, Paco entre sus queridos, presidente ejecutivo del Cádiz entre 1959 y 1970 y de honor en la actualidad, le preocupa lo que a todo el celtismo.

- ¿Y entonces a Nolito lo va a fichar el Barcelona?

Márquez Veiga se apresta a cumplir 91 años sin que le tiemblen la voz ni la memoria. Acude cada mañana a echar la partidita y desde la mesa le reclama al camarero su copita de manzanilla.

- Ponme un "nolito".

Su pasión por el delantero no es solo por lo gaditano, "es de aquí al lado, de Sanlúcar", sino por lo celeste. Márquez Veiga nació en Vigo y vibra con el Celta tanto como con el Cádiz. "En esta eliminatoria voy a tener el corazón dividido", confiesa. Aunque a la vez advierte: "Solo hay un club por el que viva más que por el Celta; por el Rápido de Bouzas".

Es cuestión que le va en los genes. Su padre, Francisco Márquez Falqué, y sus tíos, Benigno y Fernando, "ayudaron a fundar el Rápido y jugaron en él", proclama. Fueron también los que lo precedieron en la mudanza a Cádiz. El abuelo materno y jefe del clan, Casiano Veiga, se cuenta entre los gallegos que en los años veinte del pasado siglo trasladaron sus negocios pesqueros a Cádiz. La mayoría solía residir en el barrio de Santa María, en el que andando el tiempo llegó a haber "más gallegos que gitanos", suele decir Paco.

Así que la familia se acostumbró a tener un pie en cada extremo de la península. Paco Márquez Veiga, que había nacido en Bouzas en 1925, del Rápido desde la cuna, no se trasladó a Cádiz hasta 1942. Y aunque allí probó fortuna en el fútbol por mediación de un primo, en las filas del Mirandilla y ya del Cádiz, aún regresó a Vigo para cumplir el largo servicio militar de la época.

Aprovechó para jugar otra vez en el Rápido. De hecho, ayudó a reactivar el club en aquella complicada posguerra. "Fuimos a buscar los trofeos a casa de Gestoso, que había sido presidente". De esa segunda etapa aurinegra tiene uno de sus mejores recuerdos. Fue en una Copa Vigo. El equipo se había clasificado para la final y en ese partido se permitía a los contendientes reforzarse. "Yo jugué con Pahíño, Hermidita, Aretio y Constante Carnero, que se fueron al Celta", se ufana, como recién alineado junto a ellos en el viejo Balaídos. Todos esos nombres míticos, como los Machichas, fueron para él gente de carne y hueso, amigos incluso.

Al final, los negocios familiares lo reclamaron. Francisco Márquez Veiga ejerció durante muchos años como armador. La empresa llegó a poseer quince arrastreros.

A la directiva del Cádiz llegó de la mano de Juan Ramón Cilleruelo a comienzos de los cincuenta. Se mantuvo durante el mandato de Julián Arena. Y cuando el sucesor de éste, Manuel Vieira, dimitió en diciembre de 1959, Márquez Veiga asumió el cargo.

Presidió el Cádiz durante una década en Segunda División, más pródiga en sinsabores que en triunfos, en un club que apenas superaba el millar de socios. Sí estuvieron a punto de ascender en 1963. De lo que presume, sin embargo, es de haber impulsado el trabajo con la cantera. "Es lo que siempre me ha gustado, como lo hacen en mi tierra", indica, en referencia a lo que se cuece en A Madroa.

El tiempo ha convertido a Márquez Veiga en un presidente de referencia en la historia cadista. Se le elogia la honestidad por encima de cualquier consideración. Aunque tuviese que adoptar decisiones dolorosas, como destituir al entrenador Camilo Liz, amigo suyo y también gallego, al poco de ser proclamado. Sobresale su marcha como colofón perfecto. El Cádiz había descendido a Segunda B en 1969. A la directiva le llovieron las críticas. Veiga aguantó con estoicismo, construyó un equipo que en toda la temporada en Segunda B solo perdió un encuentro y al día siguiente de recuperar la categoría, en completo silencio, abandonó la presidencia.

El vigués se trasladó a Canarias, donde el negocio pesquero había cobrado pujanza. Volvió a Cádiz ocho años después y trabajó en la Asociación de Armadores de Barcos de Pesca durante los últimos años en activo. Hoy es una figura reconocible en el paisaje de la ciudad y un habitual del Ramón de Carranza.

Esta noche acudirá al estadio de la mano de Leopoldo Martín, otro de peculiares encrucijadas vitales: médico jubilado ("me salvó la vida", sostiene Márquez Veiga), canario de nacimiento, gaditano de adopción, zurdo en política, celtista impenitente. "Al Celta actual lo estamos gozando los dos. Nos los decimos mucho", revela Márquez Veiga. "Yo no me pierdo ningún partido. Una pena la derrota ante el Athletic, en esa jugada extraña".

El boucense, que hubiera preferido que el Cádiz no impugnase la alineación de Cheryshev ("el Madrid nos podría haber cedido a jugadores que nos ayudasen a ascender"), practica de vez en cuando un sonoro rito. Cuando el Celta ganó al Barcelona por 4-1, ya acostado él, se puso a todo trapo el himno del Celta. Lo tiene en gallego y castellano, y también A Rianxeira, en un disco que le enviaron desde A Pedra. "Acabo de escucharlo otra vez hace cinco minutos", revela y se extasía: "Viva Galicia".