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Un equipo de cromos

El ingenioso Bill Fitch fue el encargado de dirigir a los primeros y más desastrosos Cleveland Cavaliers de la historia

Bill Fitch.

Temporada 1970-1971. Portland Trail Blazers, Buffalo Braves y Cleveland Cavaliers se han estrenado en la liga. Los Cavs visitan a los Warriors. Su entrenador, Bill Fitch, se ha olvidado la credencial. Un guardia de seguridad lo frena en la puerta del pabellón.

- Soy el entrenador de los Cleveland Cavaliers-, le dice Fitch.

- ¿Cómo puedo saberlo?

- ¿Usted sabe qué resultados llevan los Cavaliers?

- Cero victorias y catorce derrotas-, responde el guardia, bien informado.

- ¿Y realmente cree que le diría que soy el entrenador de los Cavaliers si no lo fuese?

El vigilante asiente y le deja entrar. La escena ilustra el complicado nacimiento de la franquicia que hoy reina en la Conferencia Este. Un año terrible, pero que se recuerda con una sonrisa gracias a la peculiar personalidad de Fitch.

Cleveland se había quedado sin baloncesto de élite algún tiempo antes. Sus aficionados se conformaban con animar a los Royals, en la vecina Cincinnati. Nick Mileti le puso remedio. Era un abogado que encabezaba un grupo de 25 inversores que había adquirido los Indians de béisbol y los Barons de hockey sobre hielo además de la cancha de estos últimos, un viejo pabellón multisusos. Mileti observó que el calendario de actividades de la instalación tenía demasiados días en blanco. Llamó a Walter Kennedy, comisionado de la NBA, y le pidió un equipo. Dos años después se lo concedían. El nombre se decidió mediante un concurso público. De las 14.000 propuestas se cribaron cinco finalistas. Cavaliers se impuso a Presidents, Towers, Foresters y Jays.

Mileti puso el proyecto en manos de Bill Fitch, al que conocía de dirigir el equipo de su universidad, la Bowling Green State. Fitch se enfrentó al áspero reto de construir una plantilla de la nada. "La guerra es el infierno, pero esto es peor", diría. El sistema del draft de expansión condenaba a las nuevas franquicias a alimentarse de descartes. Los equipos podían blindar a ocho jugadores. Después, elecciones y protecciones iban alternándose una a una Los Cavaliers ni siquiera fueron los primeros en elegir entre los recién llegados. Bobby "Bingo" Smith, de los Rockets, fue el único talento relevante que pudieron captar gracias al despiste de unos ejecutivos que lo creyeron demasiado joven para atraer la atención ajena.

Quizás los Rockets, entonces radicados en San Diego, no contaban con el peculiar método que Fitch empleó para escoger jugadores. No existían en aquella época demasiadas publicaciones baloncestísticas ni era sencillo acceder a información especializada. Quedaban pocas horas para el draft y Fitch aún ignoraba cómo maniobrar. El entrenador envió a su ayudante Jim Lessing a comprar unos chicles que venían con cromos de jugadores e incluían sus estadísticas. Lessing se gastó 20 dólares. Recolectó cromos de 97 de los 120 jugadores que militaban en la liga (que iba a pasar de catorce a diecisiete equipos). Fitch y Lessing esparcieron los cromos por el suelo de la habitación del hotel. Así decidieron cómo construir la primera plantilla de los Cavs. "Además tuvimos chicle durante años", se ufabana Lessing.

En tales circunstancias era fácil suponer un arranque difícil. "Recuerden, mi nombre es Fitch, no Houdini", había anticipado el técnico en su presentación. Ya que el Cleveland Arena había sido alquilado para un show de patinadores olímpicos, los Cavs debutarían en siete partidos como visitantes. Cuando regresaron a casa con un 0-7 el entusiasmo en la ciudad había descendido. Mileti preparó un gran brindis con los miles de espectadores en honor al equipo "de vino y oro", sus colores. La reglamentación sobre el consumo de alcohol obligó a brindar con agua.

El rendimiento no mejoró en el viejo pabellón, tan húmedo y frío si el equipo de hockey había actuado horas antes que el partido de baloncesto abundaba en resbalones. "Tuve suerte de no pillar una neumonía", aseguraba Jack Warren.

Aquellos Cavs encadenarían quince derrotas (un periódico de Nueva York llegó a publicar una especie de cuenta atrás) y tras estrenarse ante Portland, otras doce derrotas más. Fitch se acercó un día al responsable del marcador. "¿Dónde podemos rendirnos?". En otra ocasión, tras ganar un partido desastroso, declaró: "Era como si los apostadores hubiesen sobornado a ambos conjuntos". Otra más: "He llamado a Dial-a-Prayer (un servicio telefónico de oraciones), pero al oír quién era han colgado".

Sus males se condensan en una acción histórica. Los Cavs reciben a los Blazers. Los locales ganan el salto inicial. Recibe Bobby Lewis, que conecta con Warren. Este corre con Lewis a un lado y John Johnson al otro. Bobby Smith, abierto para el tiro, le reclama el balón.Warren decide atacar él mismo el aro. LeRoy Ellis, de los Blazers, llega tarde al tapón. Por desgracia, todos ellos se han equivocado de aro.

Los Cavaliers concluirían la campaña con un decente récord de 15-67, en gran medida gracias a los enfrentamientos directos contra las otras franquicias de expansión. Aunque también atribuían la mejoría a un amuleto, una calavera que Fitch había comprado en una tienda de antigüedades de Portland. La tenía en el banquillo, oculta bajo la toalla, y la destapaba para que el jugador que iba a saltar a la cancha la tocase.

El técnico ideó triquiñuelas parecidas para aliviar la ansiedad de sus pupilos, a los que protegía de la presión mediática merced a su ingenio. "Nadie quería entrevistarnos. Todos los periodistas venían a escucharlo a él", relata Bingo Smith. Solo los íntimos sabían que Fitch, ese caricato que parecía tomarse todo a broma, se encerraba muchas veces en su despacho a llorar.

El baloncesto le compensaría los sinsabores. Tendría tiempo de dirigir a unos Cavs potentes, aquellos que en 1976, ya en una moderna cancha de los alrededores, batieron a los Bullets en la semifinal de conferencia conocida como "el milagro de Richfield". Fitch, además, conquistó el anillo en 1981 con los Celtics. Aunque quizás a sus 81años lo que más orgullo le produzca es que aquellos chicos que él congregó fijándose en unos cromos esparcidos por el suelo siguen quedando con frecuencia, casi medio siglo después, y se llaman hermanos.

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