El Celta despide con una mueca de disgusto un año maravilloso para él, que ha recorrido ondeando la bandera del buen juego y del atrevimiento. Independientemente de quién estuviese delante y del estadio en el que jugase. Un comportamiento que le ha acercado más que nunca a su parroquia, feliz y orgullosa de verse reflejada en el grupo de Berizzo. A este 2015 en el que han llovido los elogios de forma merecida faltó ponerle ayer la guinda con un triunfo que hubiese permitido al Celta igualar la mejor primera vuelta de su historia con dos semanas de margen. Otra pequeña conquista en la hermosa historia que viene construyendo este equipo desde hace años. Pero lo impidieron el Athletic y su eficacia. En un partido jugado al límite, desbocado desde el pitido inicial, un mínimo error conduce a la condena. Lo cometió el Celta, Orellana en concreto, y no perdonaron los de Valverde. Bien pertrechados, ordenados, conscientes del desafío que supone el Celta de Berizzo, inteligentes a la hora de esperar la grieta en la defensa viguesa. Sabían que aparecería porque el Celta es un equipo sin dobleces, honesto en su forma de comportarse, al que se le ve venir a las leguas. A los de Berizzo les faltó finura en los últimos metros, talento para encontrar un camino hacia Iraizoz y tal vez un poco de pausa en medio de tanta locura. Llegó mucho, pero disparó muy poco. Luego llegó el error y por ahí se le fue el partido.

Los dos equipos jugaron como si cada ataque fuese el último. Parecían dos pilotos que se desafían a ver quién es el primero en levantar el pie del acelerador. Ninguno quiso hacerlo. Más velocidad, más ritmo en cada ataque, más alta la presión, menos espacios para el rival. Nada de freno, de pausa, de calma, ni la mínima intención de explorar otras soluciones. Se jugó demasiado con el alma, poco con la cabeza. Cada uno en su estilo, con su modelo de juego. Siempre más atractivo en el caso de los vigueses que construyeron con más sentido; los vascos en cambio preferían poner el balón en juego y luego correr detrás de los célticos e ir a muerte a cada uno de los balones divididos, asunto en el que los de Berizzo no le volvieron la cara. Al Celta le costaba acabar las jugadas, encontrar el último pase; los de Valverde sufrían para encontrar el primero. Y ante la duda, pelotazo en busca de Aduriz y de Raúl García, capaces de sacar provecho de cualquier melonazo que viniese del cielo. En esa tarea el comportamiento de Cabral y de Sergi Gómez fue más que meritorio. No cedieron en una guerra que suele llevarse por delante a muchos centrales de la categoría y eso dice mucho del tándem que forman. De hecho, su presencia en el medio del campo para elevar la presión fue una de las razones por las que el Celta conseguía recuperar el balón con tanta velocidad y servírsela a sus jugadores de ataque. Pero fue ahí donde los vigueses no encontraron la manera de derribar la resistencia del Athletic, su orden. Orellana dirigió las operaciones. Lo del chileno es descomunal. Aparece por todos los sectores del campo, corre más que nadie, desborda y toca; desequilibra con un regate o con un pase. Pero ayer no encontró socios. Aspas tenía dos lapas encima -Laporte y Etxeita- porque Valverde sabe el peso capital que tiene el de Moaña y su gran estado de forma; y Bongonda sigue dejando detalles, pero aún hay demasiado alboroto en su juego. Había cierta nostalgia de Nolito e incluso del Señé que se vio en Granada. Por ese motivo el Celta se murió al bordel área del Athletic, en pases imposibles y en disparos descontrolados que apenas inquietaban a Iraizoz.

La situación pareció mudar en el segundo tiempo, aunque no el ritmo de la brutal batalla que había sobre el campo. Asomó la patita el Athletic en un par de llegadas inquietantes al área de Sergio. Sin variar para nada su planteamiento o su idea. Tampoco lo hizo el Celta, cuya fidelidad a su estilo no admite comparación. Siempre alrededor de Orellana, quien fabricó las mejores opciones de los vigueses pese a que Valverde ordenó sobre él una presión similar a la que sufría Iago Aspas. No mentía el técnico cuando celebraba la ausencia de Nolito. Sin el andaluz podía concentrar sus esfuerzos defensivos en menos futbolistas. Y el Celta no supo encontrar otros caminos. Con la ventaja, además, de que su equipo previsiblemente soportaría mejor el paso del tiempo.

Porque cuando al Celta le empezó a fallar el fuelle el Athletic encontró el camino para desequilibrar el partido. Sucedió en un error un tanto absurdo de quien menos se podía esperar: Orellana. Estaba el chileno enloqueciendo a los rivales en la banda izquierda cuando se despistó con un balón que tenía controlado. Lo dejó pasar creyendo que estaba en posesión de un compañero y eso permitió una contra bilbaína. Controló bien Aduriz, a quien Sergi Gómez, regaló demasiado tiempo para pensar y esperar la incorporación de Raúl García, que se plantó ante Sergio y le batió con un buen remate con el exterior de la pierna derecha.

Desde ahí en adelante, el Celta no dejó de correr ni de intentarlo. Justo de ideas y de fuerzas, fue capaz de superar la presión de los bilbaínos en un par de diagonales y en la incorporaciones de los laterales como Hugo Mallo que dispuso de la ocasión más clara en un remate que estrelló contra el larguero de la portería vasca. Cuando más agobiado se sintió el Celta, más soluciones encontró. Berizzo buscó soluciones en su limitado banquillo y se encontró a Guidetti que aportó batalla sin suerte y permitió que el tramo final sirviese también para que Radoja entrase por Augusto y el argentino disfrutase de una especie de homenaje por parte de los aficionados. Había sido su último servicio al Celta. El cambio por el serbio, puntual en el desarrollo del partido, ojalá encierre un contenido más profundo en el futuro del equipo. Se cerró el año en Balaídos. La derrota de ayer se olvidará pronto; los últimos doce meses nunca se irán de la memoria.